El Reino de los cielos es semejante a diez jóvenes que, tomando sus lámparas, salieron al encuentro del esposo, y disfrutaron del gran banquete de bodas.
En aquel tiempo, Jesús dijo a sus discípulos esta parábola: “El Reino de los cielos es semejante a diez jóvenes que, tomando sus lámparas, salieron al encuentro del esposo. Cinco de ellas eran descuidadas y cinco, previsoras.
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Las descuidadas llevaron sus lámparas, pero no llevaron aceite para llenarlas de nuevo; las previsoras, en cambio, llevaron cada una un frasco de aceite junto con su lámpara. Como el esposo tardaba, les entró sueño a todas y se durmieron. A medianoche se oyó un grito: ‘¡Ya viene el esposo! ¡Salgan a su encuentro!’ Se levantaron entonces todas aquellas jóvenes y se pusieron a preparar sus lámparas, y las descuidadas dijeron a las previsoras: ‘Dennos un poco de su aceite, porque nuestras lámparas se están apagando’. Las previsoras les contestaron: ‘No, porque no va a alcanzar para ustedes y para nosotras. Vayan mejor a donde lo venden y cómprenlo’.
Mientras aquéllas iban a comprarlo, llegó el esposo, y las que estaban listas entraron con él al banquete de bodas y se cerró la puerta.
Más tarde llegaron las otras jóvenes y dijeron: ‘Señor, señor, ábrenos’. Pero él les respondió: ‘Yo les aseguro que no las conozco’. Estén pues, preparados, porque no saben ni el día ni la hora’’.
La simbología matrimonial es usada ya desde el Antiguo Testamento para representar la relación de Dios con su pueblo elegido y con la persona en particular. Por ejemplo, en el profeta Oseas, Dios emplaza a su pueblo a juicio haciendo una querella entre marido y mujer, teniendo como testigos a sus hijos (Os 1-2). El profeta Jeremías (Jr 2-3) también usa esta simbología de la mujer infiel para representar al pueblo que no ha sido fiel a la Alianza del Sinaí.
Estos dos profetas desarrollaron su ministerio antes de que el pueblo fuera deportado a Babilonia. Una representación del pueblo que surgió después de la destrucción de la ciudad de Jerusalén y la consiguiente deportación a Babilonia (586 a.C.) es la imagen de la mujer viuda (Lam 1,1), los hijos huérfanos representan a los individuos en particular. Esto se hace presente principalmente en el profeta Isaías (Is 54,4-5). El uso que hace Nuestro Señor de la imagen nupcial no se refiere al pueblo en conjunto, sino a cada persona en particular. Los cristianos son como la novia que espera la llegada del novio, por eso no habla de una sola persona sino de diez novias, cinco prudentes y cinco imprudentes.
La costumbre detrás de la parábola no está reportada en la Biblia, pero se piensa que formaba parte de la entronización de la pareja a la nueva casa que habitarían. Otro aspecto importante a considerar es la del banquete que sucede a la llegada del novio.
A este respecto, ya desde el Antiguo Testamento se compara el fin del mundo, denominado por los profetas como “el día del Señor” (Am 5,18-20), con un gran banquete que se servirá en Jerusalén (Is 25,6).
Nuestro Señor, entonces varias veces a lo largo de su ministerio ocupó también la imagen del fin del mundo como el gran banquete definitivo. Si miramos con atención hay tres momentos en la parábola.
El primer momento es el más importante con respecto a la voluntad de las personas, pues es el momento presente vivido con previsión, como espera. El segundo momento es muy breve, pero es decisivo, la llegada del novio pone de manifiesto quién supo decidir bien y quién fue descuidado. El tercer momento es el del banquete el gozo eterno. Si miramos la parábola dentro del conjunto de textos que conforman todo el discurso sobre el fin del mundo, veremos que Jesús da prevalencia e insiste más en el fin gozoso de la vida, sin olvidar que somos responsables por ese resultado final.
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