Lecturas de la Misa del 7 de enero 2024 y comentario al Evangelio
La celebración de la Epifanía nos habla de la manifestación pública del designio de Dios, que alcanza a todos los pueblos.
Estas son las lecturas de la Misa dominical del 7 de enero 2024:
Primera lectura (Is 60, 1-6)
Levántate y resplandece, Jerusalén, porque ha llegado tu luz y la gloria del Señor alborea sobre ti.
Mira: las tinieblas cubren la tierra y espesa niebla envuelve a los pueblos; pero sobre ti resplandece el Señor y en ti se manifiesta su gloria.
Caminarán los pueblos a tu luz y los reyes, al resplandor de tu aurora. Levanta los ojos y mira alrededor: todos se reúnen y vienen a ti; tus hijos llegan de lejos, a tus hijas las traen en brazos.
Entonces verás esto radiante de alegría; tu corazón se alegrará, y se ensanchará, cuando se vuelquen sobre ti los tesoros del mar y te traigan las riquezas de los pueblos.
Te inundará una multitud de camellos y dromedarios, procedentes de Madián y de Efá. Vendrán todos los de Sabá trayendo incienso y oro y proclamando las alabanzas del Señor.
Segunda lectura (Ef 3, 2-3a. 5-6)
Hermanos: Han oído hablar de la distribución de la gracia de Dios, que se me ha confiado en favor de ustedes. Por revelación se me dio a conocer este misterio, que no había sido manifestado a los hombres en otros tiempos, pero que ha sido revelado ahora por el Espíritu a sus santos apóstoles y profetas: es decir, que por el Evangelio, también los paganos son coherederos de la misma herencia, miembros del mismo cuerpo y partícipes de la misma promesa en Jesucristo.
Evangelio 7 de enero 2024, según san Mateo (Mt 2, 1-12)
Jesús nació en Belén de Judá, en tiempos del rey Herodes. Unos magos de oriente llegaron entonces a Jerusalén y preguntaron: “¿Dónde está el rey de los judíos que acaba de nacer? Porque vimos surgir su estrella y hemos venido a adorarlo”.
Al enterarse de esto, el rey Herodes se sobresaltó y toda Jerusalén con él. Convocó entonces a los sumos sacerdotes y a los escribas del pueblo y les preguntó dónde tenía que nacer el Mesías. Ellos le contestaron: “En Belén de Judá, porque así lo ha escrito el profeta: Y tú, Belén, tierra de Judá, no eres en manera alguna la menor entre las ciudades ilustres de Judá, pues de ti saldrá un jefe, que será el pastor de mi pueblo, Israel”.
Entonces Herodes llamó en secreto a los magos, para que le precisaran el tiempo en que se les había aparecido la estrella y los mandó a Belén, diciéndoles: “Vayan a averiguar cuidadosamente qué hay de ese niño y, cuando lo encuentren, avísenme para que yo también vaya a adorarlo”.
Después de oír al rey, los magos se pusieron en camino, y de pronto la estrella que habían visto surgir, comenzó a guiarlos, hasta que se detuvo encima de donde estaba el niño. Al ver de nuevo la estrella, se llenaron de inmensa alegría. Entraron en la casa y vieron al niño con María, su madre, y postrándose, lo adoraron. Después, abriendo sus cofres, le ofrecieron regalos: oro, incienso y mirra. Advertidos durante el sueño de que no volvieran a Herodes, regresaron a su tierra por otro camino.
Comentario al Evangelio: En camino
Vieron la estrella. Y se pusieron en camino. Escrutaron los cielos, con sabiduría y curiosidad. Dejándose sorprender por su anuncio. Intuyendo algo grande, que merecía vencer la inercia y la instalación, para ir en búsqueda de lo que anunciaba. Un rey, lo entendían. Pero ¿qué rey? ¿De qué alcance su acción? Difícilmente lo sabrían. Pero dirigirse hacia lo que el signo apuntaba era una ocasión de abrirse a su misterio. Y así lo hicieron.
Nuestra cultura nos ha atrapado en un mundo virtual, que muchas veces nos aleja de la realidad. Dejamos de ver los signos verdaderos, que son los que constituyen el anuncio de Dios. Y, a la vez, dejamos de movernos. Nos apoltronamos en lo inmediato, que no siempre nos transmite la verdad. Y eso mismo nos encierra, sin darnos cuenta de la esclavitud a la que nos somete. De las manipulaciones que nos atrapan.
El camino está lleno de peligros. Se puede perder el rumbo. Se puede ser engañado. A los magos les sucedió. Ellos perseveraron en su cometido, pero la nobleza de su esfuerzo estuvo a punto de convertirse en ocasión de que destruyeran al mismo al que deseaban encontrar. La providencia divina, la misma que les concedió el signo que siguieron, les advirtió el peligro. La calamidad que vendría de la mano criminal no se detendría. Pero se evitó lo peor.
La celebración de la Epifanía nos habla de la manifestación pública del designio de Dios, que alcanza a todos los pueblos. Y nos ayuda a entender que no es una comunicación que nos deje indiferentes. Nos pide, primero, la atención al signo. Enseguida, el empeño en la búsqueda. Finalmente, la perseverancia y la astucia a lo largo del camino. Pero, además, la mención en plural de los sabios nos confirma la necesidad de ir juntos. De buscar juntos. De acompañarnos en el descubrimiento.
El discernimiento se vuelve más prudente cuando se atiende la voz de los que van a nuestro lado y son dóciles a la acción del Espíritu. Así, también juntos pueden entrar a la casa, donde encuentran a quien buscaban. Y su generosidad se desborda entregándole sus obsequios. Lejos de todo egoísmo, se ratifica que en la búsqueda todo es don. Que recibimos y podemos entregar. Que tal es el sentido del signo bien interpretado.
La Escritura presente en la Liturgia sigue siendo escuela de sabiduría, y nos convoca a abrir los ojos, a discernir, a caminar, a buscar, a proceder juntos. Todo ello dóciles al Espíritu de Dios. Sólo entonces llegaremos al hogar. Adoraremos. Y nosotros mismos nos entregaremos al que viene a entregarnos la plenitud de Dios.
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