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COLUMNA

Comentario al Evangelio

Lecturas de la Misa y Evangelio del Domingo 27 de abril 2025

El relato que escuchamos este domingo en el evangelio de San Juan parece hecho a la medida de hoy. En primera instancia nos narra el primer encuentro del Señor resucitado, pero nos envía de inmediato al segundo encuentro a los ocho días. El evangelio de San Juan no insiste mucho en la incredulidad de los […]

21 abril, 2025

El relato que escuchamos este domingo en el evangelio de San Juan parece hecho a la medida de hoy. En primera instancia nos narra el primer encuentro del Señor resucitado, pero nos envía de inmediato al segundo encuentro a los ocho días.

El evangelio de San Juan no insiste mucho en la incredulidad de los discípulos; en cambio, el evangelio de San Marcos insiste un poco más y la reprimenda es más fuerte.
Pero San Juan nos muestra el ejemplo de Tomás, que abraza a la multitud de creyentes en Jesús de todas las épocas, incluidos nosotros, y nos regala una bienaventuranza.

Generalmente nosotros pensamos que las personas contemporáneas y coterráneas que conocieron a Jesús fueron muy bienaventurados, muy suertudos, pero no nos detenemos a pensar en la seria dificultad de aceptar que Jesús de Nazareth, un hombre como el resto, fuera ciertamente el Hijo de Dios.
Tomás representa a la humanidad herida y decepcionada que se entusiasmó con Jesús, que creyó en la llegada del Reino de Dios, pero llena de estupor lo vio padecer y morir en la cruz.

Nos deja ver que un dolor como el de perder a un gran amigo, a un maestro tan maravilloso no podía sanarse con frases entusiastas de los demás; tenía que haber un encuentro de contacto no solo de vista y oído.

Jesús aceptó la condición del hombre herido, le concedió tocar las llagas y meter su dedo en la herida del costado, pero es precisamente después de este momento que Jesús declara más dichosos aun a los que creen sin haber visto.

Para el Señor resucitado somos más dichosos nosotros creyentes sin tocar ni ver. Quienes dependimos del testimonio de aquellos que generación tras generación conservaron la palabra, el testimonio. Dichosos nosotros con la dicha pascual de Jesús resucitado.

El relato que escuchamos este domingo en el evangelio de San Juan parece hecho a la medida de hoy. En primera instancia nos narra el primer encuentro del Señor resucitado, pero nos envía de inmediato al segundo encuentro a los ocho días.

El evangelio de San Juan no insiste mucho en la incredulidad de los discípulos; en cambio, el evangelio de San Marcos insiste un poco más y la reprimenda es más fuerte.
Pero San Juan nos muestra el ejemplo de Tomás, que abraza a la multitud de creyentes en Jesús de todas las épocas, incluidos nosotros, y nos regala una bienaventuranza.

Generalmente nosotros pensamos que las personas contemporáneas y coterráneas que conocieron a Jesús fueron muy bienaventurados, muy suertudos, pero no nos detenemos a pensar en la seria dificultad de aceptar que Jesús de Nazareth, un hombre como el resto, fuera ciertamente el Hijo de Dios.
Tomás representa a la humanidad herida y decepcionada que se entusiasmó con Jesús, que creyó en la llegada del Reino de Dios, pero llena de estupor lo vio padecer y morir en la cruz.

Nos deja ver que un dolor como el de perder a un gran amigo, a un maestro tan maravilloso no podía sanarse con frases entusiastas de los demás; tenía que haber un encuentro de contacto no solo de vista y oído.

Jesús aceptó la condición del hombre herido, le concedió tocar las llagas y meter su dedo en la herida del costado, pero es precisamente después de este momento que Jesús declara más dichosos aun a los que creen sin haber visto.

Para el Señor resucitado somos más dichosos nosotros creyentes sin tocar ni ver. Quienes dependimos del testimonio de aquellos que generación tras generación conservaron la palabra, el testimonio. Dichosos nosotros con la dicha pascual de Jesús resucitado.