En aquel tiempo, hallándose Jesús en medio de una multitud, un hombre le dijo: “Maestro, dile a mi hermano que comparta conmigo la herencia”. Pero Jesús le contestó: “Amigo, ¿quién me ha puesto como juez en la distribución de herencias?”. Y dirigiéndose a la multitud, dijo: “Eviten toda clase de avaricia, porque la vida del hombre no depende de la abundancia de los bienes que posea”. Después les propuso esta parábola: “Un hombre rico obtuvo una gran cosecha y se puso a pensar: ‘¿Qué haré, porque no tengo ya en dónde almacenar la cosecha? Ya sé lo que voy a hacer: derribaré mis graneros y construiré otros más grandes para guardar ahí mi cosecha y todo lo que tengo. Entonces podré decirme: Ya tienes bienes acumulados para muchos años; descansa, come, bebe y date a la buena vida’. Pero Dios le dijo: ‘¡Insensato! Ésta misma noche vas a morir. ¿Para quién serán todos tus bienes?’. Lo mismo le pasa al que amontona riquezas para sí mismo y no se hace rico de lo que vale ante Dios”. Palabra del Señor.
Si seguimos la división del Evangelio de Lucas que hace la Biblia de Jerusalén, el fragmento que hemos escuchado este domingo se encuentra en la cuarta parte: la Subida a Jerusalén (9, 51 a 18,14), compuesta por una colección de fragmentos donde el Evangelista coloca la aportación principal del mensaje de Jesús. Uno de los temas recurrentes en este Evangelio es la pobreza evangélica; hablando de los Pobres de Yahvé (Anawim Yahvé), aquellos que como María, su única riqueza es el Señor y Ella misma se considera como una Servidora; es una condición para aquellos que lo siguen, repitiendo la frase: “dejándolo todo, le siguieron” (5, 11, 28); es lo único que le falta a quien observa los mandamientos desde su juventud, por lo cual Jesús lo lleva a darse cuenta de ello: “todo cuanto tienes véndelo y repártelo entre los pobres, y tendrás un tesoro en los cielos, luego ven y sígueme” (18, 22).
Jesús nos invita a evitar toda clase de avaricia (pleonexia), que se puede traducir como no ser excesivo, sobreabundante, redundante, inmoderado, arrogante, orgulloso, exagerado. Nos invita a depositar nuestra confianza y felicidad en Él, en su amor y fidelidad a sus promesas, y no en nuestro poder adquisitivo, en nuestras inversiones o cuentas bancarias, en nuestra belleza o capacidad de relación. He conocido personas cuyo objetivo principal en la vida es “hacer dinero” y están dispuestos a sacrificar horas de familia, de estar con la pareja que dicen amar o de ver crecer a sus hijos, con tal de tener más.
¡Qué difícil será para ellos entender el Evangelio de este domingo! Podrán incluso hacer fundaciones o funciones donde hacen el bien un fin de semana, pero de ello a seguir la propuesta de Jesús, hay un abismo. Es por eso que, cuando organizaciones o empresas que hacen su dinero con el perjuicio de la salud de las personas o con el embrutecimiento de la gente, ofrecen su dinero para buenas causas o fundaciones altruistas, no sé si es más grande el daño que causan, que la ayuda que ofrecen.
Señor Jesús, te pedimos que nos ayudes a ser honestos y a no vender nuestras instituciones a cualquier apoyo económico, que vivamos tal vez al límite de los recursos, pero sin participar en asociaciones delictuosas, a montos malversados o a fondos que provengan de provocar daño a nuestros hermanos.
Esta semana busquemos la forma de colaborar con alguna institución que se dedique a hacer el bien a los demás, con nuestra participación honesta y comprometida y constante.
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