No puedo dejar de expresar lo feliz que viví esta Semana Santa en el Consejo Tutelar de Menores, pues me acompañaron dos jóvenes muchachas, que con mucho entusiasmo, valor y entrega, escucharon y platicaron con los adolescentes y jóvenes, hombres y mujeres, para motivarlos y animarlos a meterse lo más de lleno posible a vivir los misterios de la Pasión, Muerte y Resurrección de nuestro Señor Jesucristo. Dándome, con ello, una fuerte tonificada a mi ministerio, como una hermosa bocanada de aire fresco pastoral.
Es reconfortante, saber, sentir y ver que muchachas jóvenes, con mucho arrojo y valentía, entran al Tutelar de menores, a servir a sus hermanos y hermanas, queriendo hacer algo por la sociedad.
Para mí fue, sin duda, una enorme motivación pastoral, y vaya que vivimos unos momentos muy bellos, donde ellas explicaban y animaban, coordinaban dinámicas, platicaban de tú a tú, con chicas y chicos internos, preparaban el lavatorio de los pies (ellas también lavaron los pies a las internas), los panes benditos, el viacrucis, las lecturas, el pésame a la Virgen, el cirio pascual, el agua bendita, las velas del fuego nuevo, mientras un servidor confesaba y celebraba los oficios, intentando con todas las fuerzas, que sintieran que estaba ahí vivo, Dios nuestro Señor. Palpamos la alegría y la algarabía, y la entusiasta participación de los jóvenes y adolescentes, que cantaban, rezaban, caminaban con las velas encendidas, y se dejaban lavar los pies.
El primer día que llegamos, les pregunté a las dos jóvenes de 23 años: ¿qué hacen ustedes aquí sirviendo en el tutelar, con tanto peligro que corren las mujeres en nuestro país? ¿De dónde salieron? Y me respondieron: somos primas, nietas de un diácono permanente, ya mayor de edad, y pues, todos en nuestra familia, participan o colaboran en algún servicio pastoral, y nosotras lo hacemos aquí, en la pastoral penitenciaria.
El último día, ya al acabar nuestra Misión, les volví a preguntar, ¿porqué hacen esto? – Sabemos, me dijeron, que es necesario trabajar en esta causa, hacer algo por estos jóvenes (ellas también lo son), hablarles de Dios, para que él toque sus corazones, y para que el día de mañana que salgan, puedan ser mejores.
Hace poco tiempo, les decía a un grupo de mujeres en algunas misas, y también lo hice en diversas visitas pastorales, que la Iglesia necesitaba de esas ‘María Magdalena’, valientes y aguerridas, que fueran por delante, y que gritaran con toda la potencia de su voz, que Cristo está vivo, y lo manifestaran con su vida.
Con el espíritu que vi en estas dos jóvenes, el Señor, muy pronto me contestó, y me dejó admirado. Hoy pido a Dios, continúe enviando más jóvenes obreras y obreros para su mies.
Solo por gestos valientes como estos, podemos firmemente decir, que este mundo, esta Iglesia y nuestro País, tienen esperanza.
Mons. Alfonso Miranda Guardiola es Obispo Auxiliar de la Arquidiócesis de Monterrey.
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