Desde hace ya casi 3 años fui llamado por el deán de la Catedral Metropolitana, el padre Francisco Espinoza, para colaborar en el Área de Cultura y Turismo de este recinto. Ahí comencé a explorar un mundo desconocido para mí, lleno de oportunidades de evangelización: el turismo religioso.

Si pensamos que este segmento representa 300 millones de personas que viajan anualmente por el mundo por razones de fe o de búsqueda espiritual, y que esta clase de turismo no es estacional, es decir, no depende de un periodo definido, como ir a la playa, podemos entender la importancia que tiene para los destinos.

Además, este sector da estabilidad a los demás, ya que las personas que viajan por fe, difícilmente se detienen hasta concluir con su trayecto.

La estancia promedio del turista religioso es de 7 a 15 noches, y su gasto promedio ronda entre 120 a 150 dólares diarios por persona (de 2,200 a 2,800 pesos), incluyendo hotel y alimentos. Además, el turista religioso dedica aproximadamente 50% de su viaje a satisfacer su experiencia de fe y el otro 50% a conocer y disfrutar de museos, paisajes, atractivos y alimentos típicos de la localidad que visita.

En México contamos con varias áreas de oportunidad: el 80% de los mexicanos somos católicos, tenemos el Santuario Mariano más importante del mundo; nuestra Catedral es considerada la más bella de América. Además, nuestra ciudad está llena de ejemplos de arte sacro importantes para la cultura en el mundo.

Asimismo, empleamos servicios y difundimos lo hecho en México, contribuyendo así a la preservación y transmisión de nuestra identidad, beneficiando a las comunidades.

Peregrinos acampan en la Plaza Mariana de la Basílica de Guadalupe. Foto: Ricardo Sánchez

Pero más allá de las razones económicas, sociales, nacionales y políticas por las que el turismo religioso es rentable, tenemos que aprovechar esta movilidad para darle una vocación de evangelizadora de las culturas.

En palabras de monseñor Ortiz, anterior responsable de Movilidad Humana de la CEM, el turismo religioso es una oportunidad para recuperar los espacios de la presencia de Dios en el mundo. Este segmento nos ayuda a tejer intercambios culturales para construir una nueva humanidad. En este mundo tan convulsionado por los fanatismos, el descarte y la xenofobia, ¡acoger es evangelizar!, como dice el lema del santuario de Aparecida del Brasil.  Porque nuestro atractivo no es un producto, no es una ideología, sino una experiencia de humanidad y de fe.

Tenemos la ventaja de que ahora el turista quiere convertirse en el “otro”. En ese sentido, la peregrinación es en gran parte emocional y cuando se trata de la fe, tenemos la gran oportunidad de impactar en lo espiritual. El turismo, como peregrinación, es un memorial de nuestra identidad y espiritualidad.

La ocupación más importante, en este momento, es la formación y la capacitación de nuestros agentes receptores de turismo religioso, los “anfitriones” que abren la casa y ordenadamente muestran los valores para que los visitantes se enamoren de nuestra cultura y de nuestra fe.

Termino haciendo una invitación a quien quiera seguir profundizando en la gestión del turismo religioso para que se inscriban al curso del Instituto Virtual de Teología (INVITE IV) en el apartado de turismo religioso. Lo pueden encontrar aquí.

Miguel Ángel Saloma

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