Suicidio en la vida religiosa y sacerdotal
El drama del suicidio no distingue entre estilos de vida ni vocaciones. También toca a sacerdotes, religiosos y laicos consagrados.
Licenciada en Psicología por la Universidad Anáhuac México, con un Diplomado en Filosofía, Ciencia y Religión por la Universidad de Navarra. Especialista en terapia EMDR, actualmente cursa la Maestría en Psicotraumatología en el Instituto Iceberg. Ejerce su práctica clínica en el Instituto Newman. Ha participado como ponente en diversos espacios académicos y pastorales, como el abuso de poder y de conciencia en la vida religiosa, el trauma psicológico, el discernimiento vocacional, la prevención del suicidio, la regulación emocional, la sexualidad y la espiritualidad. Además, es corredora y montañista, actividades que complementan su enfoque integral del bienestar humano.
Hablar de suicidio siempre es incómodo. Más aún cuando se trata de personas que han entregado su vida a Dios dendro de una vocación al celibato. ¿Cómo es posible que quienes acompañan, consuelan y predican la esperanza puedan sentir tal desesperanza como para considerar terminar con su vida?
Y sin embargo, sucede. La reciente noticia del padre Matteo Balzano, quien se quitó la vida el pasado 5 de junio, nos llenó de dolor y desconcierto, recordándonos cuán urgente es acompañar también el sufrimiento silencioso de quienes sirven a Dios.
Cada año, según la Organización Mundial de la Salud, más de 720,000 personas mueren por esta causa: una cada 40 segundos. En México, en 2023 se registraron 8,837 suicidios. Las tasas más altas se concentran en estados como Chihuahua, Yucatán, Campeche y Aguascalientes. Aunque afecta a personas de todas las edades, los más vulnerables son los jóvenes de entre 15 y 29 años y los adultos mayores de 60.
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Suicidio en el clero
El sufrimiento no es ajeno a quienes han consagrado su vida a Dios: también la vida sacerdotal
ha sido marcada por esta herida.
- Francia: Entre 2016 y 2020, se registraron al menos 7 suicidios de sacerdotes. Dos ocurrieron solo en agosto de 2020, lo que motivó a la Conferencia Episcopal a iniciar una investigación sobre su salud mental.
- Brasil: Un estudio coordinado por el P. Lício de Araújo Vale reportó 40 suicidios de sacerdotes entre agosto de 2016 y junio de 2023, una tasa casi cuatro veces superior al promedio nacional para el conjunto de la población.
- Irlanda: En el último decenio, al menos 8 sacerdotes han fallecido por suicidio, lo que impulsó llamadas urgentes para crear una línea de apoyo confidencial para el clero.
Tener una vocación religiosa no garantiza una salud mental estable. El hecho de haber recibido un sacramento o de haberse consagrado no convierte a la persona en inmune al sufrimiento psíquico, ni elimina las heridas personales previas o futuras. El suicidio es un problema de salud pública global que no discrimina: alcanza a personas de todas las edades, condiciones sociales y estilos de vida.
Comprender el sufrimiento
La conducta suicida suele tener tres componentes principales:
- Un dolor psíquico intenso.
- Una falta de recursos para enfrentar la crisis.
- Una profunda desesperanza ante el futuro y la percepción de que la muerte es la única
salida.
Existen factores que incrementan el riesgo de suicidio, como los trastornos mentales, las enfermedades crónicas, el consumo de sustancias, intentos previos de suicidio, la pérdida de vínculos significativos o la soledad. Estos factores están presentes también en la vida sacerdotal y consagrada, aunque a menudo pasan desapercibidos por una cultura que prioriza la entrega y la abnegación por encima del autocuidado.
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Factores específicos en la vida religiosa
La vida sacerdotal y consagrada, tanto en su forma comunitaria como diocesana, implica retos
únicos. El aislamiento emocional, la dificultad para establecer vínculos horizontales profundos,
el cambio constante de comunidades o la falta de acompañamiento humano pueden generar una
soledad devastadora.
Existen además creencias religiosas mal entendidas que, en lugar de sanar, profundizan el dolor: ver la depresión como falta de fe, asumir que el sufrimiento es una cruz que debe “ofrecerse sin quejarse”, o considerar que pedir ayuda profesional es señal de debilidad espiritual. Algunas prácticas, como el sacrificio excesivo del sueño, la alimentación o el descanso, pueden incluso encubrir autolesiones o trastornos psíquicos disfrazados de virtud.
En muchos contextos, el exceso de trabajo y las exigencias apostólicas no se equilibran con espacios de descanso y contención. Esto puede llevarnos a vivir en lo que podría llamarse un activismo tóxico. Frases como “los hijos de Dios no descansan”, “hay que darlo todo por las almas” o “ya descansaremos en el cielo” pueden convertirse, sin darnos cuenta, en armas de autoexigencia destructiva, donde el autocuidado se vuelve secundario o incluso es visto con desdén.
La soledad en la vida diocesana
Los sacerdotes diocesanos enfrentan el desafío de una mayor independencia… y, con ella, una soledad que a veces se torna asfixiante. En algunos casos, esa soledad se acompaña de adicciones como mecanismo de afrontamiento: alcohol, pornografía, sexo, masturbación, comida, trabajo compulsivo.
También puede surgir un sentimiento de inutilidad o desesperanza cuando se perciben carencias en la formación, falta de resultados pastorales o ausencia de vínculos nutritivos y una buena red de apoyo.
A esto se suma el llamado trauma vicario: ese desgaste emocional profundo que se da cuando se acompaña constantemente el sufrimiento ajeno —duelo, abuso, violencia, enfermedad— sin espacios personales de restauración. Si no se cuida el corazón de quien consuela, ese corazón también puede romperse.
Estructuras que lastiman
El Papa Francisco ha señalado que, dentro de la Iglesia, pueden existir estructuras que favorecen el abuso, el silencio y el encubrimiento. Las alarmantes cifras de suicidios en la vida sacerdotal en países como Brasil —muy por encima del promedio nacional— reflejan que no se trata solo de problemas individuales, sino de una realidad estructural que necesita atención, intervención y cambio.
En la vida consagrada y sacerdotal, el abuso de poder y de conciencia es un problema real, muchas veces normalizado que potencializa los problemas de salud mental. En algunos entornos religiosos se controlan, no solamente las tareas pastorales, sino también la vida interior de las personas: lo que sienten, lo que piensan, lo que pueden o no expresar. Frases como “mejor no hables de esto, los demás no entenderían lo que el Espíritu está haciendo” pueden sonar piadosas, pero en realidad promueven una espiritualidad que deshumaniza y aísla.
Este tipo de ambientes desconectan a la persona de sí misma, la aíslan emocionalmente y la deja robada de sus recursos, tanto internos como externos. El abuso de poder y de conciencia aunado a un uso distorsionado de las creencias religiosas terminan silenciando el sufrimiento de la persona. Sin apoyo externo, sin recursos económicos y tras años dentro de la institución, muchos no encuentran salida: quedarse implica seguir sufriendo; irse, sentir que están traicionando a Dios.
Cuando no hay libertad, espacios seguros para hablar del dolor, cuando se castiga la vulnerabilidad y se exige darlo todo sin cuidar a la persona, el cuerpo y la mente comienzan a quebrarse. Algunas personas, en su desesperación, llegan a pensar que la muerte es la única salida.
Sanar el Trauma
Es un error pensar que quienes han consagrado su vida a Dios están por encima del sufrimiento humano. Ser sacerdote, religioso o consagrado no exime del dolor, del agotamiento, de la enfermedad o del vacío.
La santidad no se construye negando la humanidad, sino abrazándola Por ello, es fundamental incluir, desde las etapas formativas, espacios que favorezcan la detección temprana de problemas emocionales y psicológicos, permitiendo una intervención profesional adecuada y oportuna. La atención especializada no puede reducirse a consejos bienintencionados o charlas con personas no formadas clínicamente. Con frecuencia, el trauma, ya sea previo o vivido dentro de la institución, no es reconocido ni tratado, lo que impide a la persona acceder a la ayuda que necesita.
Es urgente dar a conocer el enfoque del trauma psicológico dentro del ámbito religioso, para que quienes lo requieran puedan acceder sin temor a una atención profesional adecuada, brindada por psicólogos especializados en trauma. Enfoques terapéuticos como EMDR (Desensibilización y Reprocesamiento por Movimiento Ocular) e IFS (Sistema de Familias Internas) han demostrado ser altamente eficaces en el tratamiento del trauma, favoreciendo la integración emocional, la recuperación del sentido de sí mismo y una vida espiritual más libre y auténtica.
Asimismo, en uso de neuroterapias, como el neurofeedback, han demostrado ser eficaces para fomentar la regulación emocional, el control de impulsos y la integración neurológica, especialmente en personas que han atravesado experiencias traumáticas o ambientes de desregulación prolongada.
Por último, es imprescindible que las comunidades cuenten con espacios reales de cuidado y contención para sacerdotes y religiosos/as que atraviesan crisis psicológicas, ofreciéndoles un ambiente seguro, terapéutico y libre de juicio, que les permita sanar sin temor ni estigmatización.
Dicho esto, la prevención del suicidio y la promoción de la salud mental en la vida religiosa y clerical, no es solo responsabilidad de psicólogos o formadores. Es una tarea de toda la Iglesia. Supone crear una cultura de cuidado, escucha y compasión; derribar prejuicios; ofrecer formación emocional desde el seminario y garantizar redes de apoyo afectivo y profesional.
Porque cuando cuidamos al que cuida, cuando escuchamos al que siempre ha escuchado… estamos construyendo una Iglesia más cercana al corazón de Cristo, que vino a sanar todas las heridas, incluso las que no se ven.