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¿Quién nos quitó la sotana? 

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Después de haber vivido el pasado mes de diciembre del 2022, el lamentable proyecto de la SCJN que pretende prohibir la exhibición de nacimientos en espacios públicos, lo que provocó una fuerte reacción entre los católicos, al grado de promover a nivel nacional una campaña para instalar nacimientos dentro y fuera de las casas.

Así también ahora, existe al parecer, una injusta restricción a los sacerdotes, de no poder usar el cuello clerical al tomarnos las fotografías para los pasaportes, medida que en definitiva limita nuestra personalidad sacerdotal, y toca -lastima- nuestra esencia e identidad personal. Esto es grave, por una parte, pero por otra y yendo más al fondo de las cosas, ¿quién nos quitó la vestidura sacerdotal? Antiguamente los curas, portaban la sotana, no solamente en la parroquia, en los seminarios, en los hospitales, en las cárceles, sino también en las casas y en las calles, auxiliando enfermos y confesando, incluso a personas a punto de morir. 

Es cierto, que las leyes contra la Iglesia en nuestro país (esa es otra larga y amarga historia), prohibieron desde 1926, bajo la presidencia de Plutarco Elías Calles, que los sacerdotes usaran la sotana fuera de los templos, pero, ¿quién la quitó de las parroquias, de los salones parroquiales, de nuestros centros de evangelización, de nuestros seminarios y oficinas curiales?

Es verdad que algunos padres, usan el alzacuello, con celo y devoción, pero muchos otros, en muy distintos lugares y a lo largo del día, ya no usan hábito, ni siquiera el cuello clerical; y ya no andamos, en nuestros propios espacios, con el alba puesta, ni mucho menos con sotana. ¿Quién la prohibió? Nosotros mismos dejamos de usarla, tristemente. Quizá como consecuencia de estas leyes, consintiendo o resignadamente, nos la fuimos quitando, como en un acto de autocensura.

Como recuerdo el final del bello poema, del Padre Pedro Velázquez H., que se intitula Mi sotana: 

Nunca de ella mi cuerpo se despoje,

jamás mi corazón quiera otras galas…

vivo, vaya conmigo hasta la muerte,

¡y ya muerto, me sirva de mortaja!



Andar complacidamente, conformándonos a las leyes que atentan contra la libertad religiosa, es una fuerte llamada de atención, porque más que prohibírnoslo, gobiernos, congresos o leyes, no deberíamos, nosotros mismos, autocensurarnos, ni quitarnos el hábito o traje sacerdotal que nos identifica y nos distingue. 

 

 

Los textos de nuestra sección de opinión son responsabilidad del autor y no necesariamente representan el punto de vista de Desde la fe.

 

 





Autor

Es Obispo Auxiliar de la Arquidiócesis de Monterrey. 

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