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COLUMNA

Columna invitada

¿Por qué somos cristianos?

No tenemos idea de cuánto tiempo ha pasado desde la creación hasta nuestros días, lo que sabemos es que la plenitud de la divina revelación es Nuestro Señor Jesucristo, el Hijo de Dios.

13 marzo, 2024

En el mundo hay, actualmente, un enorme número de cristianos, alrededor de 2,400 millones.

Eso es 2,400,000,000 de personas de religión cristiana de diversos tipos. El mayor número de los cristianos, 1,300 millones, forman la Iglesia Católica, sin contar con los que forman las Iglesias Orientales que también son católicos: unas de ellas reconocen al Papa como Sumo Pontífice, otras no, pero creen en todas las verdades de fe que hay en la religión católica.

Las tres religiones en el mundo que creen en la existencia de un solo Dios son: El Judaísmo, el Cristianismo y el Islam. Sin embargo, en todas las religiones cristianas, además de creer en la existencia de un solo Dios, se cree también que en el único Dios hay tres Personas distintas: el Padre, el Hijo y el Espíritu Santo. Este misterio es el centro de toda la fe cristiana, en sus diferentes denominaciones. No se trata ahora de explicar lo inexplicable, el misterio de la Santísima Trinidad que, precisamente por serlo, es una cuestión de fe.

¿Podríamos ser cristianos sin creer en la Santísima Trinidad de Dios? Ciertamente que no. ¿Cómo es que somos cristianos entonces? En el Antiguo Testamento nunca se habló de este misterio. En él se habla solamente de un Dios, creador de todo lo que existe, que ama de manera especial a los seres humanos con los que coronó su obra, que ha elegido a un pueblo al que bendice y apoya a lo largo del tiempo, el pueblo de Israel, nacido de la promesa hecha a Abraham y a su descendencia. Pero el amor por el pueblo de Israel representaba el que Dios tiene por todos los pueblos de la tierra ya que todos descienden del hombre y la mujer creados por Dios “en el principio”

El pueblo elegido sólo creía en un Dios como Señor de todo lo que existe y aunque en el Génesis se hace referencia al Espíritu de Dios, “el espíritu de Dios se cernía sobre la superficie de las aguas. G 1, 1 nadie intuyó que en esas palabras se daba a conocer la existencia de la Persona del Espíritu Santo. De igual manera, mientras se relata la obra de la creación por Dios, de cada una de los seres que Él fue creando, el relato comienza por las palabras “Dijo Dios”, hasta que finaliza con la creación del hombre y lo describe así: “Dijo Dios: Hagamos al hombre a nuestra imagen, según nuestra semejanza” G 1, 26 y luego, “Y creó Dios al hombre a su imagen, a imagen de Dios lo creó; varón y mujer los creó” G 1, 27, pero en este relato no era fácil intuir que al decir “dijo Dios” se estaba revelando la existencia del Verbo divino por el que fueron creadas todas las cosas, ya que fueron creadas por Dios Padre con su Verbo, su palabra, como causa eficiente de la voluntad creadora de Dios. Tampoco nos percatamos de que al decir “a nuestra imagen, según nuestra semejanza” Dios se estaba refiriendo a las tres Personas del único Dios.

Es natural que cuando se escribió el Génesis, después del regreso del pueblo de Israel de la deportación a Babilonia, a nadie se le ocurriera ver en estas palabras inspiradas por Dios al autor sagrado, que en ellas se daba ya una pista de la existencia de tres Personas en un solo Dios. Por ejemplo, la primera referencia a Dios como Padre, la encontramos en Eclesiástico / Sirácida 3, 1 “Señor, Padre y dueño de mi vida, no me abandones en mis caprichos, no me dejes caer en ellos” Antes de esta referencia a Dios se le reconoce en el Antiguo Testamento como Señor de todo lo que existe.

Los cristianos, sí hemos descubierto en el relato de la creación esta verdad, así como el anuncio de cómo se daría la redención del género humano, luego del pecado de Adán y Eva, en la sentencia con la que Dios castiga al Demonio, en la figura de la serpiente, diciéndole: “Por haber hecho eso, maldita seas entre todos los animales y todas las bestias del campo. Te arrastrarás sobre el vientre, y polvo comerás todos los días de tu vida. Pondré enemistad entre ti y la mujer, entre tu linaje y el suyo; él te herirá en la cabeza, mientras tú le herirás en el talón” G 3, 14-15

Dios, siendo eterno, tiene el dominio sobre lo temporal y paulatinamente ha ido revelándose a lo largo del tiempo desde el principio, al llegar la plenitud de los tiempos se reveló a nosotros mediante su Palabra, el Verbo divino y, es entonces, cuando se conoce con la claridad de la fe la verdad de Dios, uno y trino.

No tenemos idea de cuánto tiempo ha pasado desde la creación hasta nuestros días, lo que sabemos es que la plenitud de la divina revelación es Nuestro Señor Jesucristo, el Hijo de Dios.

El pueblo de Israel esperaba al Mesías; los profetas habían hablado sobre quien habría de liberar definitivamente a su pueblo de toda esclavitud y sujeción, pero los israelitas pensaban en una liberación del dominio de otros pueblos. A lo largo del Antiguo Testamento, vemos como el pueblo se enfrenta a diferentes pueblos con los que tiene que luchar y, con la ayuda de Dios vencer, en su camino a la tierra prometida por Dios a Abraham y su descendencia.

Su historia es muy semejante a la de cualquiera de nosotros; los vemos mantenerse fieles a Dios y vencer a los enemigos, pero también los vemos alejarse de Dios, para adorar otros dioses, y cómo les abandonaba el poder de Dios y eran derrotados por los pueblos enemigos. Sin embargo, Dios rico en misericordia, sólo esperaba el primer signo de arrepentimiento, para volver a estar con ellos, apoyando a sus ejércitos para ganar las batallas. Eso mismo hace Dios con cada uno de nosotros, que de diferentes maneras nos alejamos de Dios con nuestra conducta, anteponiendo otros intereses al amor que debemos a Dios y le abandonamos, prefiriendo a otros “dioses” como: el dinero, la fama, el éxito, el poder, el placer, etc. Y Dios, que es infinitamente paciente y misericordioso, está esperando que volvamos a Él, acogiéndonos con su infinito amor para reintegrarnos como uno de los suyos.

Todas las luces y oscuridades en la progresiva revelación de Dios en el Antiguo Testamento, fueron poco a poco preparando al pueblo de Dios para la revelación plena.

¿Cuándo tuvimos una revelación plena del misterio de la Santísima Trinidad? La primera revelación explícita de este misterio la tenemos en el mensaje del Ángel que anuncia, a María virgen, cómo habrá de ser la Encarnación del Verbo de Dios en ella. “El Espíritu Santo descenderá sobre ti y el poder del Altísimo te cubrirá con su sombra; por eso, el que nacerá, será llamado santo, Hijo de Dios” L 1, 31-33

Llegados a este punto, podemos decir que, antes de conocer en Dios a las tres personas divinas por el relato del Evangelio de San Lucas, el pueblo de Israel, sólo creía en un Dios muy poderoso que los protegía de todos los riesgos, sobre todo cuando le eran fieles. Ciertamente los profetas habían hablado de la llegada del Mesías, pero poco se sabía de Quién sería ese Mesías, y cómo habría de llegar para salvarlos definitivamente.

Sn embargo, el Arcángel habla en futuro, sin decir cuándo sucederá ese prodigio, y se retira de la presencia de María, sólo habiendo informado que este no será por la intervención de varón, sino por el poder de Dos. El Arcángel se limita a dar el mensaje de parte de Dios a la joven Virgen, omitiendo información innecesaria en ese momento y dejándolo a la fe de María, quien ya había dado la respuesta que Dios esperaba.

Sería inútil buscar otro momento para ubicar la realización de lo anunciado por el Arcángel, que no sea aquél en el que la Virgen María dijo: “He aquí la esclava del Señor, HÁGASE en mí según tu palabra”, como causa eficiente desde lo humano, de la realización del querer eterno de Dios, anunciado por Gabriel.

Luego de este relato, San Lucas comienza diciendo: “Por aquellos días”, y pasa a contarnos el traslado de María a visitar a su prima Isabel, que había sido considerada estéril en su juventud y ahora, ya con muchos años, espera un hijo, según reveló el Arcángel. La introducción de este relato, inmediatamente después de la Anunciación, nos hace pensar que fue muy pronta la decisión de María de ir a ayudar a su prima que en poco tiempo daría a luz a su hijo Juan. Cuando la Virgen llega a casa de Isabel, ella la saluda diciendo “Bendita tú entre las mujeres y bendito el fruto de tu vientre. ¿De dónde a mí este bien, que venga la Madre de mi Señor a visitarme! Pues tan pronto como llegó tu saludo a mis oídos, el niño saltó de gozo en mi seno”

Esto nos hace pensar que “por aquellos días”, no habla de meses sino de días, María no aparentaba aún estar encinta, sin embargo, cuando Isabel escuchó su saludo, el Espíritu Santo reveló a Isabel la presencia del Hijo de Dios, a quien ella llama “mi Señor”.

El poco tiempo que media entre la Anunciación y la visita a santa Isabel, fortalece nuestra opinión de que el “Hágase” de María marca el momento en que ocurrió el hecho más importante de la historia de la humanidad, la Encarnación del Verbo de Dios, misterio de fe, y esta es la respuesta a la pregunta con que titulo este escrito. ¿Por qué somos cristianos?

Somos cristianos quienes creemos firmemente en un solo Dios, en el que hay tres personas distintas: el Padre, el Hijo, que es su Palabra, y el Espíritu Santo, como reveló el Arcángel a Maria, y porque creemos que el Hijo de Dios se encarnó, por obra del Espíritu Santo, de una joven virgen llamada María, haciéndose hombre, sin dejar de ser Dios, y que todo eso fue hecho para salvar a todos los seres humanos, hombres y mujeres, que hayan existido desde el sexto día de la creación y hasta el último día, cuando el Verbo encarnado vendrá de nuevo. Me atrevo a afirmar que la Encarnación es el primer acto redentor de Cristo, quien al tomar para sí nuestra naturaleza la santificó.

En efecto, todos los cristianos de las diferentes denominaciones, entre ellas la más numerosa, la religión Católica, que conserva la integridad de la fe transmitida por los apóstoles, nos llamamos cristianos poque creemos en la unidad de Dios y la Trinidad de personas divinas, el Padre, el Hijo y el Espíritu Santo. ¿De dónde nos viene esa certeza en un misterio que, como tal, no podemos comprender?, porque además, todos los cristianos creemos que la persona del Hijo de Dios se encarnó en el vientre purísimo de María virgen, y lo hizo con el fin de salvarnos, perdonando nuestros pecados y devolviéndonos la vida de la gracia para que podamos tener vida eterna, con su Encarnación, vida, enseñanza y ejemplo, hasta dar su vida con extremo sufrimiento, para pagar por nuestros pecados y devolvernos la dignidad de hijos de Dios. Su pasión y muerte en la cruz fue justicia para Dios en desagravio por todas nuestras ofensas y misericordia para el género humano por el perdón de nuestros pecados.

De hecho, la Trinidad de personas en el único Dios, nos fue revelada precisamente en el relato de la Anunciación, en el que el Arcángel Gabriel predijo a la virgen María que habría de concebir en su seno y dar a luz al mismísimo Verbo de Dios, una de las tres personas divinas, por la voluntad – poder- del Padre y por obra del Espíritu Santo. Lc I, 35.

En este relato queda oculto, en la intimidad del corazón y el vientre de aquella joven Virgen lo que habrá de ocurrir, sin revelar cuándo será. La vocación de María, desde su creación inmaculada se había concretado en la decisión de permanecer virgen para entregarse totalmente al servicio de Dios en el Templo, por eso, pregunta “¿cómo será esto, puesto que no conozco varón?” María quiere lo que Dios quiera de ella; había pensado en agradar a Dios con su entrega virginal pero el Arcángel le habla de un querer distinto de Dios, le dice que será madre, y no le pregunta, se lo informa como un hecho que habrá de consumarse necesariamente “concebirás y darás a luz un hijo, y le pondrás por nombre Jesús…”

 Acaso, ¿no agradaba a Dios su virginidad? Cuando Gabriel le revela cómo podrá ocurrir su maternidad, ella se alegra porque entiende que Dios no rechaza su virginidad, sino que, puesto que se ha entregado totalmente a Él, quiere también que sea madre de su único Hijo, el Verbo redentor del mundo.

De inmediato surge su respuesta, que debería ser la nuestra cuando advertimos que Dios quiere algo de nosotros “He aquí la esclava del Señor, hágase en mí según tu palabra”. Ese era el querer inmutable de Dios, pero quiso contar con la voluntad libre de aquella joven virgen y esperó su respuesta. ¿Cuándo, entonces, ocurrió lo que el Arcángel Gabriel vino a anunciar?, él había hablado en futuro “concebirás y darás a luz…” Su anuncio era necesario y la revelación del misterio Trinitario es fundamental para nuestra fe, pero ¡lo más importante no es el anuncio, sino que ocurriera lo anunciado! El que el Verbo de Dios se encarnara en el vientre virginal de María, haciéndose hombre sin dejar de ser Dios, se hizo real con la palabra “hágase” de María, y la voluntad de Dios realizó en ella la encarnación del Verbo para la Redención de la humanidad.

Aquel hecho es, sin duda, el que parte en dos la historia de la humanidad. Antes de ello, no había para todos nosotros, pecadores, esperanza de salvación. Aquel hecho fue el primer acto redentor del Hijo de Dios, que redimió la naturaleza humana al tomarla para sí junto con su naturaleza divina, vivió entre nosotros, nos mostró, con su palabra, su vida y su ejemplo, cuál es la voluntad de su Padre para cada uno de todos los hombres y mujeres, de todos los tiempos, y culminó su obra redentora con su pasión y muerte en la cruz, hace casi 2,000 años. Desde su Encarnación sólo no se salva quien no quiera salvarse, porque la gracia de Dios está al alcance de cualquiera en la Iglesia, su doctrina y los sacramentos.

Por eso, recordar el 25 de marzo ese hecho que parte en dos la historia de la humanidad es muy importante y habría que celebrarlo por todo lo alto, por más que este año coincida con el Lunes de Semana Santa, y siempre se encuentra dentro del periodo cuaresmal.

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