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¿Por qué no cede la pandemia en México?

Ya no hay excusas, ya no hay ignorancia, si la pandemia no cede en México es porque, como sociedad, no queremos que ceda.

6 agosto, 2020
¿Por qué no cede la pandemia en México?
María Elizabeth de los Ríos Uriarte

Hace un par de días se anunciaba con pesar que México ocupaba ya el tercer lugar mundial en muertes por coronavirus, sólo antecedido por Brasil y por Estados Unidos.

Podríamos atribuir este resultado al mal manejo de la pandemia en México desde sus comienzos o bien al poco apego que tenemos, como sociedad, a las normas internacionales que se han ido comprobando paulatinamente como eficaces; o, quizá, a los dos factores.

Cierto es que México no se tomó la amenaza mundial muy en serio desde sus comienzos, que nos tardamos en declarar la emergencia sanitaria, que las recomendaciones del presidente eran contrarias a las que en otros países se decían, que las cifras se maquillaban cada conferencia vespertina hasta llegar, incluso, a optar por ya no anunciarlas,  que el mal ejemplo de continuar las giras presidenciales convocando multitudes, saludando de beso y abrazo a sus seguidores y que su renuencia a usar el cubrebocas como medida de prevención y mitigación de contagios dejan mucho que desear.

Pero no es menos cierto que, como sociedad tampoco nos hemos tomado la crisis con la seriedad que amerita. Entre mitos y fantasías nos hemos movido de la incredulidad al desinterés, de la despreocupación al conformismo, de la muerte al ocultamiento de cifras y, de la ilusión de haber aplanado la curva al desacato deliberado de las recomendaciones generales.

Finalmente, después de cuatro meses de discusión, la OMS declaró que el uso del cubrebocas previene y mitiga los contagios por COVID y que, de usarlo, bastarían dos semanas para hacer descender la curva de la pandemia en cada país y, aún con el sustento científico y comprobado, en México seguimos pensando que no sirven de nada o lo desdeñamos igual que lo hacemos con la recomendación de no salir de casa a menos de tener que hacerlo por trabajo o por bienes necesarios para la salud.

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Algunos ciudadanos han decido usar el cubrebocas pero lo usan mal, lo colocan debajo de la nariz para solo cubrir la boca como si le estuvieran haciendo honor al nombre de “cubrebocas”, otros lo deciden usar cual bufanda para proteger la garganta en vez de la boca, otros hasta como termómetro para medir la temperatura en la frente y, finalmente, quienes sí cubren nariz y boca con él, lo acomodan y reacomodan un promedio de 10 veces en menos de una hora sin hacer la correcta higiene de manos antes y después de moverlo y ajustarlo.

Hay estudios que ya comprueban su eficacia en el control de la pandemia, países como Croacia y Alemania han logrado disminuir, sus casos activos obligando a su uso, pero en México sucede que el gobierno ni admite su eficacia ni recomienda su uso, menos aún, lo convierte en una medida obligatoria en esta fase de reactivación económica.

Pero, ¿vale la pena seguir culpando al gobierno? A estas alturas me parece que la culpa de los más de 9,000 contagios y más de 700 muertes diarias debe recaer más en la responsabilidad individual y social que en las manos de dos funcionarios.

Usar el cubrebocas, realizar continuamente una correcta y adecuada higiene de manos, mantener la sana distancia (a pesar de ya haber concluido la jornada nacional de sana distancia), no salir de casa a menos que sea por razones imprescindibles o por trabajo y aguantarnos las ganas de ir a visitar amigos o familia que supuestamente “también se cuidan” son medidas que todos, sin excepción, debiéramos de tomar si queremos controlar la pandemia y aplanar la curva de contagios.

La responsabilidad individual fincada en la solidaridad debe ser la estrategia más urgente de implementar. Cuidar de nuestra salud implica, también, cuidar de la de los demás. El cubrebocas no sólo previene el contagio hacia los otros si no el contagio de los otros hacia mí, es decir, usarlo es un acto de responsabilidad personal y comunitaria.

Si partimos de la base de que somos seres sociales, podemos entender que el papel que jugamos en nuestra familia, comunidad, colonia, municipio, estado o país es trascendental en momentos como éste. Nuestra salud y el futuro de nuestra gente no está más en manos del gobierno si no en las nuestras, en las de cada uno que sea capaz de responsabilizarse y mantener acciones de prevención. Debemos tomar una parte más activa en estos momentos y asumir nuestra vida como la vida de las generaciones futuras y reconocer la intrínseca responsabilidad que viene de ello.

Hace unos meses no sabíamos nada de cómo controlar esta pandemia, no se habían estudiado las vías de transmisión ni el modo de atacar el cuerpo humano del virus, por eso creció y se expandió tan rápido. Hoy sabemos su mecanismo de transmisión y contagio, conocemos cómo prevenir que llegue a nosotros, estamos conscientes a quiénes ataca más y por qué y, sobre todo, tenemos a la mano, mecanismos de fácil adquisición y lo suficientemente económicos como para ser usados por toda la población.

Ya no hay excusas, ya no hay ignorancia, si la pandemia no cede en México es porque, como sociedad, no queremos que ceda. La responsabilidad es nuestra, los muertos son nuestros muertos y el lugar que ocupamos en el ranking mundial de fallecimientos por coronavirus es de cada uno.

Basta ya de echar culpas, asumamos nuestra responsabilidad como ciudadanos y como seres responsables de nuestra salud y de la de los nuestros. ¿Desobediencia civil? Sólo cuando el bien común es superior a lo ordenado por las autoridades, la desobediencia civil se convierte en la única arma éticamente aceptable para salvaguardar los bienes de la vida y de la dignidad de todos y todas.

*La Dra. Ma. Elizabeth de los Ríos Uriarte es  Profesora Investigadora de la Facultad de Bioética de la Universidad Anáhuac México.

Los textos de nuestra sección de opinión son responsabilidad del autor y no necesariamente representan el punto de vista de Desde la fe.

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