En pocas ocasiones tenemos la oportunidad de hablar del papel del hombre como papá; quizá porque nuestra cultura tiene una arraigada tradición de exaltar a las madres, pero también y, sobre todo, porque ciertas ideologías y movimientos feministas se han encargado no sólo de pretender una supuesta “igualdad de sexos”, sino también de denostar, agredir y menospreciar la figura del hombre, su masculinidad y su trascendente papel dentro de la familia, como esposo y padre.
Si bien la comunicación y la intimidad con el hijo inicia nueve meses antes para la mamá que lo lleva y lo nutre en su vientre, la aventura y la responsabilidad de ser padres inicia para ambos desde el momento de la concepción. La paternidad es un acto de fe, y la espera y el acompañamiento a la madre durante el embarazo, es la primera lección de amor de papá que recibe el pequeño bebé que ya reconoce su voz.
Un papá amoroso crea un vínculo cálido y estrecho con su pequeño, como hombre reafirma la masculinidad o feminidad de su hijo o hija, con su presencia y participación en la tarea educativa modela su temperamento y su afectividad; al hacerle sentir incondicionalmente amado y aceptado, y al ejercer su autoridad le permite crecer con los límites adecuados a su edad en su largo camino hacia la libertad.
Poco sabemos de san José, que en su gran humildad y sencillez ha pasado de una manera casi silenciosa en la vida pública de Jesús; sin embargo, hablar de él es hablar del más grande de los santos, el que amó profundamente a María y a su Hijo. San José debió ser un hombre recio y protector, responsable y educador que enseñó a su Hijo un oficio para vivir.
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Proporcionar al Niño los primeros cuidados, enseñarle las primeras palabras, los primeros pasos, las primeras letras, fueron naturalmente una tarea compartida entre María y José, como fue también enseñar al pequeño Jesús las primeras oraciones que con profunda devoción repetían su Madre y su padre terrenal.
La vocación del papá en la época actual no ha cambiado en su esencia: amar, proteger, educar, formar hombres y mujeres de bien, y ser ejemplo de Fe.
¿Qué tan grande será Dios -decía un niño- que mi padre se arrodilla ante Él?
En una época de crisis mundial, en que se ha cuestionado el valor de la vida, el valor de la familia y el valor de la maternidad y la paternidad, el coronavirus nos ha obligado a volver los ojos a nuestras propias familias y a reencontrar en el hogar el refugio en que todos nos cuidamos y protegemos, porque finalmente es el lugar de encuentro de quienes se aman.
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El ya próximo “Día del padre” en cuarentena será seguramente un día diferente. La prudencia nos dicta festejarle en la intimidad, y el corazón nos grita que es la gran oportunidad de revalorar la vocación de la paternidad y su urgente labor en la formación de hombres y mujeres de bien para la construcción de una mejor sociedad.
¡GRACIAS PAPÁS!
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