Los anticredos de la vida cristiana
José Alberto Hernández Ibáñez. Director de la Licenciatura en Teología UIC
Es director de la Lic. en Teología de la Universidad Intercontinental (UIC), sacerdote de la Arquidiócesis de México.
Con la palabra ‘credo’ se alude a la afirmación cierta sobre cualquier doctrina o sujeto, y cuando se afirma creer se realiza una acción vinculante hacia aquello que se afirma. Al decir: “te creo” o “creo en” se establece una relación de confianza en el plano interpersonal que puede tener consecuencias trascendentes, como en el caso de la fe revelada que promete la vida eterna.
Por ejemplo, hay quien da fe sobre el buen efecto de un medicamento, con ello garantiza, confía y hasta recomienda el objeto porque se cree en él. Creer es dar fe con la certeza plena en el contenido que se ha aceptado, demostrado por los buenos resultados para la vida. La fe es una capacidad connatural del ser racional que le permite adherirse voluntariamente al objeto o sujeto que le otorga un bien.
No obstante, en el uso coloquial, la expresión “creo”, y así entre comillas, puede dar lugar connotaciones inciertas: “pues creo que sí…”. Como se puede ver, a pesar de que los credos asumen dimensiones sagradas también son desafíos al entendimiento humano que repercuten en las decisiones y acciones personales. Los credos o creencias religiosas han representado el paradigma primordial de las actitudes vinculantes entre los individuos con el ser supremo que los rige con sus designios expresados a través de sistemas religiosos, modelos espirituales, devociones, advocaciones divinas, todas ellas fundamentadas por contenidos doctrinales o alimentadas con el sentimiento religioso de los creyentes.
Sin embargo, la fe puede entrar en conflicto con el pensamiento cuando es cuestionada de manera sesgada, dando como resultado una serie de afirmaciones y actitudes conscientes e inconscientes que modifican el estado de las convicciones. A partir de la época de la ilustración es práctica común de un cierto sector pensante negar, desacreditar, minusvalorar y sustituir el credo religioso con formas de ‘libre pensamiento’ que aseguran la emancipación de la persona con respecto a la sujeción de los así considerados dogmas opresores.
Desde el punto de vista cristiano podemos enlistar una mínima serie de anticredos que se manifiestan de manera cotidiana o extraordinaria en la vida de la sociedad creyente, sin excluir a quienes profesan la fe católica.
Primer anticredo. Creencias sin contenido. El hombre de buena voluntad puede aceptar la existencia de Dios y sus favores estando o no asociado a una religión oficial, incluso puede participar en actos de culto, pero con el mínimo de información; una creencia vacía de contenidos es una fe hueca. Esto representa la posición de una religiosidad activa, basada en el sentimiento mágico o religioso, como una postura sencilla, sensata, cómoda, pero sin compromiso con la divinidad o con otros creyentes. Esta también es la postura de confusión y asombro delante de otras religiones con las que se suele coquetear o asimilar a todas como una solo forma válida de creer.
Segundo anticredo. Causar baja del bautismo sacramental. Es tendencia que personas bautizadas en la fe católica se sientan incómodas por saberse adheridas a la Iglesia argumentando que no fue decisión propia elegir la fe; éstas repelen el bautismo con una intensa crítica hacia la Iglesia, sobre todo en franca oposición con el Magisterio o los preceptos morales de la Iglesia, máxime cuando se vivió una mala experiencia con representantes eclesiásticos o ante el conocimiento de eventuales escándalos.
Tercer anticredo. Idiosincrasia contra Evangelio. Esta postura suele ser la más practicada, incluso de modo inconsciente, refiriéndose a la errónea asunción de los principios de fe, sobre todo cuando la mentalidad propia se sobrepone a ellos. Muy frecuentemente se contradice el mandamiento divino por hacer prevalecer la idiosincrasia personal o colectiva, cuando se otorga más valor a las costumbres, aunque estas sean equivocadas con respecto al mensaje de la salvación. Las causas de esta actitud suelen estar relacionadas con la conveniencia de los bienes materiales, el orgullo personal, la vanidad, la ignorancia o la inmadurez de la persona. En algunas ocasiones esta postura se manifiesta con expresiones irónicas, sarcásticas, blasfemas, inclusive profanadoras en el tratamiento de temas, símbolos y objetos sagrados. En países de tradición cristiana son algunos bautizados alejados de la fe quienes suelen cometer estos atropellos religiosos.
Cuarto anticredo. Piedad violenta. Paradójicamente hay quienes profesan principios religiosos profundos, con celo ardiente, pero los contradicen cuando cometen actos de injusticia, desde los más elementales, hasta los más criminales, provocando dolor, rencor y más violencia en el ánimo de sus entornos, sobre todo en el ámbito familiar cristiano. Hay delincuentes que rezan, se encomiendan a Dios, a la Virgen de Guadalupe, a los santos para salir bien librados de sus fechorías, aun atentando contra la vida de sus hermanos.
Quinto anticredo. Herejía, cisma y apostasía. Éstas son formas representativas de la ruptura: la herejía rompe con la doctrina correcta, el cisma rompe con el grupo religioso o familiar, la apostasía rompe con Dios y con toda forma sagrada; anticredos en toda la extensión de la palabra porque se reniega de aquello que se había aceptado con consciencia y libertad, admitiendo incluso la consecuencia condenatoria a la que el sujeto se puede hacer acreedor.
El ateísmo, el agnosticismo y el politeísmo también son formas de anticredos, pero son posturas excepcionales, conscientes y admitidas por los sujetos que las asumen de modo definitivo. Aquí nos referimos a prácticas que pueden tener los creyentes bajo las condiciones de una fe relativista, desinformada o mal practicada, generalmente determinada por la flojera y la desidia. Para no incurrir en los ya mencionados defectos religiosos es necesario realizar un adecuado y constante discernimiento de fe tomando en cuenta estas posturas para estar en alerta ante cualquier recaída religiosa.
El cristiano se debe preocupar por vivir una fe informada, sensibilizada en el encuentro cotidiano con su Señor, perfeccionando su comprensión de los deberes y principios religiosos en una búsqueda más responsable del Misterio de Dios en el que se afirma creer.
Más del autor: el Pbro. José Alberto Hernández Ibáñez es director de la Licenciatura en Teología UIC