El V8
Solemos ser muy duros para juzgar las fallas en el prójimo
Un auto con motor de 8 cilindros es sinónimo de gasto fuerte en combustible y refacciones, sobre todo si ya tiene sus años y no se le ha dado el mantenimiento adecuado. Sucedió que estando en un taller mecánico, una señora llegó con uno de estos V8, ya de 15 años de antigüedad, a solicitar un servicio para tratar de resolver el gasto excesivo. Se quejaba del gasto de gasolina, del motor, que a veces no arrancaba; de la batería, que fallaba cuando hacía frio y de muchas cosas más. “Hasta me dan ganas de botarlo”, fue el comentario de la dueña.
-Si ya no lo quiere ¿Por qué no me lo vende? -preguntó el dueño del taller.
Pues si gusta -respondió la dueña- pero déjeme decirle que es un auto clásico, excelente, no me gustaría desprenderme de él a menos que el pago sea muy bueno. Constantemente me piden que lo venda, pero no quiero por el buen servicio que me da.
El mecánico cambió la plática y la propietaria, viendo lo ilógico del momento, subió a su auto y se marchó.
Ya a solas, comentábamos entre nosotros cómo el auto había pasado de ser un problema para convertirse en una joya sobre ruedas. Al momento de intentar venderlo, la dueña no ahorro elogios que chocaban con todas las quejas expresadas al llegar al lugar.
Así pasa con los defectos, cuando nos afectan, son muy grandes y cuando no, los minimizamos. Solemos ser muy duros para juzgar las fallas en el prójimo, pero muy complacientes para justificar las nuestras. No caigamos en ese absurdo. Busquemos el equilibrio para ayudar y superarnos.
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