El Papa Francisco y su particular modo de ser Iglesia
En estos tiempos de espera y preparación, cabe recordar una de las grandes lecciones del magisterio del Papa Francisco.
Mientras escribo estas líneas, el Papa Francisco permanece en el hospital Gemelli. Su salud, bien atendida por un conjunto de médicos competentes, está en manos de Dios. No puedo dejar de pensar en la conjunción de dos tiempos de preparación y espera: la cuaresma que empieza y la enfermedad de un hombre sabio que, a través de su dolor, nos ayuda a comprender mejor la pasión, muerte y resurrección de Cristo.
En estos momentos de doble espera para la Iglesia, quiero decir para los católicos y toda persona de buena voluntad, viene a mi memoria un documento de su pontificado, poco referido hoy en día, que explica mucho de su legado. Me refiero a su carta apostólica, “Misericordia et Misera” publicada a finales de 2016. El documento es una invitación personal del sucesor de san Pedro a mirar de una manera distinta a las personas, donde nos mostró la esencia de lo que sería su magisterio y la intimidad de su corazón.
El Papa, en aquel entonces, proponía un modo de ser Iglesia que, con no ser novedoso, resulta muy original en nuestros tiempos. En realidad, convocaba a lo más profundo del ethos cristiano a lo largo de la historia: la misericordia. Una práctica reservada a los imperfectos y defectuosos, a quienes ceden a sus debilidades humanas, a la gente más común y ordinaria que ha conocido la historia como somos los pecadores, es decir, cualquier ser humano. La misericordia como la respuesta vital que surge del encuentro con Jesús de Nazaret.
Para entender aquellas palabras de Francisco no hace falta mucha ciencia, tan sólo un corazón abierto. Sin embargo, para profundizar en su riqueza, es importante acudir a la primera Exhortación Apostólica de Benedicto XVI sobre la eucaristía, el “Sacramento de la caridad”. Ratzinger proponía un “método” de ser Iglesia en tres momentos: celebrar, pensar y actuar. En su carta, Francisco retoma este método y lo explica con sencillez profética.
En el proemio nos recuerda la relación de Jesús con los pecadores, a través de su encuentro con la mujer adúltera. Con san Agustín reflexiona cómo esa relación se puede entender como el encuentro de la misericordia con la miseria, no para aplastarla por faltar a la ley, sino para transformarla en la caridad. Jesús no tiene un programa de acción, sino una mirada capaz de cambiar nuestra relación con nosotros mismos, con el mundo y con Dios. No es el condescendiente paternalismo que todo lo justifica, sino la exigencia que nace del encuentro en la misericordia. No se empieza a ser cristiano por una convicción ética, o por un astuto plan de acción, sino por el encuentro con una persona que transforma nuestra vida de manera decisiva, como bien lo explicara el Papa Ratzinger en su célebre encíclica Deus Caritas Est.
La práctica de la misericordia, para convertirse en método de vida, necesita del encuentro con Jesús en la celebración de la liturgia, esto es, de su presencia en medio de la comunidad que se reúne en oración, de su perdón, de la proclamación de su palabra y de su presencia real en la Eucaristía. También es necesario celebrarlo en los sacramentos, de manera particular en la reconciliación. A lo largo de sus doce años de pontificado, el Papa nos ha recordado constantemente la belleza profunda del amor de Cristo quien nos regaló un sacramento que me gusta llamar de la rehumanización. Quién vive la experiencia de su humanidad reconstituida por el encuentro con Cristo, nunca vuelve a ser la misma persona.
Quien celebra a Cristo en la liturgia y los sacramentos, puede pensar con claridad en su palabra. No es un pensar abstracto, sino una experiencia que nos permite aprender a mirar al prójimo como Jesús lo hizo. Cristo nos mira con misericordia, nos levanta, nos perdona, nos transforma. Tan sencillo, tan cotidiano, tan sorprendente.
Cuando celebramos a Cristo y reflexionamos su palabra, cuando experimentamos de forma tan sencilla su amor incondicional, brota la acción como fuente de agua viva ahí donde Dios nos llame, nos siembre o nos ponga.
En estos tiempos de espera y preparación, cabe recordar una de las grandes lecciones del magisterio de Francisco: no son los grandes programas de acción los que hacen significativa la vida de los cristianos, sino la experiencia de Jesús que mueve a la caridad en la esperanza, como expresión de la fe. Los cristianos no son molestos por sus opciones políticas, sino por una constante rebelión que empieza con celebrar, pensar y actuar en la misericordia.