El asesinato del jesuita Julio Pascual
A lo largo de la historia de nuestro país, varios jesuitas han sido martirizados, el primero en la Nueva España fue el padre Gonzalo de Tapia (1561-1594) en la hoy Sinaloa.
El primero de los jesuitas asesinados en la Nueva España fue el padre Gonzalo de Tapia (1561-1594) en la hoy Sinaloa. En 1632, 38 años después, ahí mismo son masacrados los padres Julio Pascual y Manuel Martínez.
Pascual nació en Bresa, Señorío de Venecia, en 1590. Sus padres estaban ligados a la Compañía de Jesús y lo envían a estudiar a con ellos. Primero estuvo en colegio de Parma y después en el de Mantua.
En 1611 ingresa al noviciado y una vez terminado, el provincial, lo envío a “leer gramática” en Faenza donde permaneció tres años. En ese tiempo solicitó al general de la Compañía de Jesús que lo enviara a misionar a las Islas Orientales y al Japón.
El padre Nicolás de Araya, procurador de la Provincia Mexicana, se presentó en Roma, para solicitar misioneros, para la Nueva España. El general designa a Pascual, para que vaya a estas tierras americanas.
De Italia, con otros dos compañeros, viaja a España, para desde ahí partir a su nuevo destino. En 1618 llega a la capital del virreinato. Después de estudiar tres años teología es ordenado sacerdote.
El provincial lo envía a las misiones de Sinaloa. Su primer trabajo es evangelizar, a la manera de los jesuitas, entre los zuaques, tehueces, sinaloas y yaquis.
Luego pasó con los chínipas, para continuar la labor que había iniciado el padre Juan Castini. También misionaba entre los guazaparis, ihios, varphios y temoris.
Como parte de su trabajo visitaba en presidio de Montecarlos. Aquí introdujo la costumbre de que el soldado que estaba de centinela “diese con una campana el toque de ánimas”.
De acuerdo al historiador Atanasio G. Saravia, en su obra, Los misioneros muertos en el norte de la Nueva España (1943), las autoridades supieron que el cacique indígena Comabeay, que encabezaba un grupo de indígenas descontentos, organizaba una rebelión.
Y que de manera particular tramaba algo en contra del padre Pascual. Ante esta información del presido le envían al padre seis soldados para su protección. Una vez que se consideró había pasado el peligro, el padre pidió que se retirara la escolta.
Una vez más, como siempre había sido, se quedó solo. Confiaba en que los indígenas no atentarían contra su vida. Comambey, con todo, seguía con sus planes. Había hecho alianza con los varohios.
El padre, sin estar informado de esta situación, se presentó en el pueblo de Varohio, en compañía del padre Manuel Martínez, que acababa de llegar a las misiones.
Cuando estaban ahí supieron que corrían peligro, es cuando el padre Pascual pide apoyo a los indígenas de Chínipas que se presentan al lugar, pero los rebeldes, en mayor número, los obligan a retirarse.
Al amanecer los indígenas alzados prenden fuego a la casa donde estaban los padres y también a la iglesia. El padre Pascual habla con ellos y logra que detengan el ataque por ese día y la noche.
Pasado ese tiempo, los rebeldes saltan la tapia, rompen las puertas y asaltan la casa. Ya ahí arrojan una “lluvia de flechas”. Una atraviesa el estómago del padre Pascual.
Sarabia dice que el padre, ya herido, dijo: “No muramos como tristes y cobardes; demos la vida por Jesucristo y su santa ley”.
A salir de la casa él y al padre Martínez fueron cubiertos de flechas. Mueren de las heridas. Era el 1 de febrero de 1632. El padre Pascual tenía 42 años y 22 años de haber ingresado a la Compañía de Jesús.
En 1695, el padre Eusebio Francisco Kino, 63 años después del asesinato, escribe: “El Padre Julio Pascual, natural de Brescia, del señorío de Venecia, nunca perdía de celebrar el sacrosanto sacrificio en la misa todos los días. Nunca usó chocolate. Suplió muy apostólicamente, dos años, en las misiones de Zuaque, Sinaloa, Tehueco y Yaquis.
Entró en las nuevas conversiones de Chínipas, donde, a los cuatro años de fervorosísimos trabajos, aunque avisado de la muerte, no quiso huir de ella, sino que él y su compañero, el Padre Manuel Martínez, vivos y muertos pasan por tormentos de fuego en la casa encendida, de humo de hachones, de heridas de flechas, cuchillos y macanas, a la gloria del martirio, del cual, 15 días antes, en la misa, con los corporales ensangrentados, les avisó el Señor. Murió a manos de los bárbaros Varohios y Guazapares”.
Twitter: @RubenAguilar
Rubén Aguilar Valenzuela es profesor universitario y analista político.
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