El recorrido que realizó Nuestro Señor Jesucristo durante el suplicio de la cruz tiene su más genuina representación en la así denominada Vía Dolorosa en las calles de Jerusalén, ruta que va del pretorio de Poncio Pilato a la actual basílica del Santo Sepulcro.
Desde hace aproximadamente unos dieciséis siglos, la tradición cristiana ha venerado ese sendero y lo ha recorrido con piedad de diferentes maneras, sobre todo rememorando los momentos de agonía de Jesús en el Viernes Santo.
Actualmente se han colocado signos o estaciones que permiten al peregrino detenerse a reflexionar sobre las palabras y hechos de los últimos momentos de la vida y acción redentora de Cristo, con el propósito de elevar el espíritu de fe para entender la entrega salvadora del Hijo de Dios.
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No cabe duda de que la práctica piadosa es un recordatorio eficaz de la pasión de Cristo, pero la representación más elocuente del camino de la cruz es aquella descrita en palabras del mismo Maestro: “Si alguno quiere venir en pos de mí, niéguese a sí mismo, tome su cruz y sígame” (Mt 16,24). Y para explicar con claridad la Revelación, la sabiduría de la Iglesia siempre ha propuesto recursos creativos para comunicar el Evangelio de manera más accesible e inculcar el conocimiento de la santa doctrina católica, por ejemplo, a través de la recitación del Santo Rosario, de las novenas y de las peregrinaciones a los diferentes santuarios de la fe.
Volviendo al origen de la implementación de las estaciones del Viacrucis se sabe que fue el beato Álvaro de Córdoba, quien al fundar en esta región española el monasterio de Scala Coeli en 1427, construyó también una secuencia de humildes estaciones que iban del mismo convento hasta un montecillo que fue llamado Monte Calvario. La creación de este santo fraile dominico se asemeja con la de su padre Domingo de Guzmán, aplicando al Viacrucis la estructura de los misterios dolorosos del Rosario.
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El rezo y representación más célebre del Viacrucis es la que se realiza en el Coliseo de la ciudad de Roma desde 1741, tomando un alto interés devocional durante la celebración del triduo pascual. Esta práctica fue instaurada por el papa Benedicto XIV agregando al recorrido de las estaciones de la Vía Dolorosa la conmemoración de la memoria de los mártires cristianos fallecidos en Roma. Ésta fue suspendida por diferentes circunstancias y retomada por el papa Paulo VI en 1964.
Durante la época del Renacimiento, con el esplendor del arte sacro, en muchas catedrales europeas, pintores y escultores se acercaron al tema de las estaciones del camino de la cruz de Jesús, dos ejemplos representativos son el Viacrucis de la catedral de Amberes en Bélgica y del santuario de Nuestra Señora de Lourdes en Francia. Fue en el siglo XVII cuando se popularizó el uso de las estaciones, aunque podían tener variantes, con respecto a las que conocemos actualmente, pero esto es tema secundario porque la prioridad siempre ha sido recuperar el sentido de la peregrinación para reactualizar espiritualmente la visita a los lugares santos, así como lo hizo santa Elena, madre del emperador Constantino durante el siglo IV, quien después de su visita a Jerusalén, trajo consigo algunas reliquias de la pasión de Cristo a la ciudad de Roma.
El papa Inocencio XI, en 1686, concedió a los franciscanos el derecho de erigir estaciones en sus templos con el plus de conceder indulgencias a todos aquellos que realizaran el ejercicio piadoso. Pontífices posteriores continuaron brindando estos privilegios espirituales a otras ordenes religiosas, al clero en general y a los fieles, cuando se construyesen estaciones en iglesia y caminos. Estas estaciones gráficas han inspirado a ministros de la Iglesia, teólogos y poetas religiosos a componer reflexiones espirituales para la meditación del camino de la cruz, baste citar a san Alfonso María de Ligorio, al papa san Juan Pablo II, etc.
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La liturgia ha integrado las estaciones del Viacrucis en los espacios arquitectónicos católicos de modo casi natural y ya son parte de la atmósfera artística del culto. La catequesis bíblica ha logrado implantar, a través de las imágenes de la pasión de Cristo, un modelo didáctico para la ilustración religiosa de los fieles.
Es cierto que la creatividad artística, espiritual y teológica han logrado muestras maravillosas que engalanan la importancia del camino que Jesús realizó llevando la cruz a cuestas para mostrarnos su entrega salvadora, sobre todo para que esto quede patente en la memoria de la Iglesia, sin embargo, esta práctica se ha alcanzado su máxima preferencia en de la piedad popular con las representaciones de los Viacrucis vivientes exaltando el fervor, la emotividad, el sentimiento religioso de los fieles, sobre todo en países latinoamericanos.
El rezo del Viacrucis no es para uso exclusivo del Viernes Santo, es por todo católico bien sabido que también es una práctica de los viernes de Cuaresma y que se puede recitar en cualquier época del año. Lo importante es tener en la memoria las estaciones, las imágenes de la pasión de Cristo para realizar este ejercicio religioso que nos invita a la solidaridad con Aquel que se entregó por nosotros, para conmovernos hacia el arrepentimiento y la conversión, para llegar juntos con Él a la Pascua prometida.
Autor: P. Alberto Hernández Ibáñez, Dir. de la Licenciatura en Teología de la Universidad Intercontinental (UIC) y sacerdote de la Arquidiócesis de México.
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