Sabemos bien la importancia de las próximas elecciones en México. Nos estamos jugando el futuro de nuestro país maltrecho ya por la violencia, la pobreza y el narcotráfico, entre otros problemas.
A pesar de la pandemia, los candidatos y los partidos políticos han comenzado sus campañas, y sus voces se empiezan a oír fuerte. Ellos saben que para un buen número de votantes lo importante no es el partido político sino más bien su postura en favor o en contra de la vida, de la familia y de la libertad religiosa; así que para muchos, éstas son su primera y muy válida bandera; después ya, según su criterio, enumeran otras propuestas en temas como la violencia a la mujer, la economía, la creación de empleos, etc. etc.
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Y si bien hay quien menciona en su discurso su compromiso para trabajar por los derechos de los padres para la educación de sus hijos, tengo la percepción de que no dan la debida importancia al trascendente tema de la educación formal.
Con el nuevo gobierno llegó la hecatombe al de por sí deficiente sistema educativo: primero con la desaparición del Instituto Nacional para la Evaluación de la Educación, un organismo autónomo creado en el 2002, integrado por consejeros de reconocida experiencia académica, y gracias al cual además de su función de evaluar e incentivar a los maestros, la sociedad podía conocer la realidad de la educación tanto pública como particular.
Luego echaron abajo los poquísimos avances que se habían logrado con las dos anteriores reformas educativas para imponer una supuesta “reforma” basada en la consulta popular cuyos contenidos y resultados son desconocidos porque ya no podían ser evaluados.
Después llega la pandemia que, ante la ineptitud del gobierno para brindar opciones efectivas y medibles a los niños y adolescentes para seguir estudiando, prácticamente han perdido dos ciclos escolares y se ha provocado la deserción de más de cinco millones de estudiantes según datos del INEGI.
Por último, los ya de por sí ideologizados libros de texto únicos y obligatorios y por tanto impuestos para la educación básica, sin mayor empacho serán “renovados” a capricho del gobierno en turno y de los novatos que hoy ocupan los espacios que deciden la educación y el futuro de la niñez mexicana. Y a pesar de que en México tenemos excelentes académicos para una tarea de esa envergadura, las autoridades optaron por hacer una convocatoria “abierta” para realizar el contenido de 18 libros de texto en dos semanas.
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“Con los nuevos contenidos educativos intentan imponer, por la vía del adoctrinamiento ideológico de los niños, una visión propia y sesgada de la historia que reivindique y legitima la trascendencia de la autonombrada cuarta transformación” (El Universal, 12/04/21, Opinión, Salvador García Soto).
Quizá es momento que recordemos aquel famoso discurso de Plutarco Elías Calles de 1934 y conocido como el Grito de Guadalajara:
“Pero la Revolución no ha terminado. Los eternos enemigos la acechan y tratan de hacer nugatorios sus triunfos. Es necesario que entremos al nuevo periodo de la Revolución, que yo le llamaría el periodo revolucionario psicológico; debemos entrar y apoderarnos de las conciencias de la niñez, de las conciencias de la juventud, porque son y deben pertenecer a la Revolución. No podemos entregar el porvenir de la Patria y el porvenir de la Revolución a las manos enemigas. Con toda maña los reaccionarios dicen, y los clericales dicen que el niño pertenece al hogar y el joven a la familia; esta es una doctrina egoísta porque el niño y el joven pertenecen a la comunidad, pertenecen a la colectividad y es la Revolución la que tiene el deber imprescindible de apoderarse de las conciencias, de desterrar los prejuicios y de formar la nueva alma nacional”.
La educación no es un tema menor y debe estar en las prioridades de quienes pretenden nuestro voto para ocupar cargos públicos. Porque si lo permitimos, en corto tiempo poco se logrará en los temas tan trascendentes a favor de la vida, la familia y la libertad religiosa si se apoderan de la conciencia de las nuevas generaciones, si permitimos que materias como historia, ética, civismo, biología, estén inspiradas en las ideologías perversas y no en la verdad y la ciencia.
El Estado no puede actuar por encima del derecho inalienable de los padres de familia para elegir la educación de sus hijos, principio por el que surgió en 1917 la Unión Nacional de Padres de Familia que tuve el honor de presidir y cuya historia está entrelazada con la historia de la educación en México.
Quien se compromete con la vida, la familia y libertad religiosa, debe trabajar forzosamente por la educación.
“Si la educación no se hace cultura, no es educación” (Monseñor Alfonso Cortés).
Consuelo Mendoza García es ex presidenta de la Unión Nacional de Padres de Familia y presidenta de Alianza Iberoamericana de la Familia.
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