Abandonado
Siendo sinceros, muchas veces estamos muy alejados de aquellos a quienes decimos amar,
Iba yo caminando por la ciudad cuando observé estacionado sobre la calle un vehículo muy maltratado, con golpes y pintura dañada, las llantas desinfladas. También le hacían falta los limpiaparabrisas y una gruesa capa de polvo dejaba ver que tenía mucho que alguien no se preocupa por él. ¿Por qué me llamó la atención? Por un letrero escrito apresuradamente en el que se podía leer:
“Este vehículo no está abandonado, cualquier asunto con él llame al teléfono tal”
El auto, según el mensaje, no está abandonado, pero todo su aspecto en conjunto indicaba que sí lo estaba.
Muchas veces he recordado la imagen de ese cartel y aprovecho para preguntarme en cuántas ocasiones he pegado letreros como ese en lo que digo que me importa. Siendo sinceros, muchas veces estamos muy alejados de aquellos a quienes decimos amar, pero parece que les hemos puesto un letrero: “Mi hijo no está abandonado”, “Mi esposa no está abandonada”, “Mi Dios no está abandonado”.
Será que en nuestro interior pensamos: “Ellos saben que aquí estoy, me pueden llamar cuando quieran y yo acudiré, si yo no los llamó, ayudo o busco es porque estoy muy ocupado, pero no los tengo abandonados. Basta que me lo pidan”.
Así se nos quita un peso de encima, tratando de acallar la conciencia cuando nos dice que tal vez le damos más importancia a lo que no debiéramos, mientras lo verdaderamente importante se va quedando prácticamente en el abandono y, como el auto, la relación se cubre de polvo, pierde sus piezas, se queda sin aire…
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