¿Para ti que significa ser católico? Hoy nos da vergüenza no ser bebedores, no saber pelear, no tener un/a amante, no hacer trampa en el trabajo, tener todavía el mismo esposo/a, pasar las tardes en familia.
También nos da vergüenza respetar los mandamientos, ir a Misa, orar en público, bendecir la mesa, guardar la abstinencia de carne. ¡Nos da vergüenza ser católicos!, y, lo peor, a nuestros amigos y seres queridos les da vergüenza que nos mostremos como católicos.
Tantas burlas contra lo sagrado, tantos ataques contra los sacerdotes, tanto desprestigio de la doctrina de la Iglesia, que nos quieren obligar a ser católicos anónimos.
Y son estos católicos anónimos los que obedecen las férreas consignas de sus partidos y votan en contra de su conciencia católica, imponiendo leyes que atentan contra los más sagrados mandamientos. Los católicos no deberíamos ser incoherentes entre lo que creemos y lo que hacemos.
Los católicos debemos valorar nuestra fe y mostrarnos orgullosos de lo que somos y creemos. Tenemos derecho a vivir y a actuar como católicos exigiendo el respeto de los que no lo son. Me siento orgulloso de ser católico.
Por el Bautismo y por mi práctica religiosa pertenezco a la Iglesia Católica Apostólica Romana.
Creo y puedo demostrar que es la misma Iglesia y la única Iglesia fundada históricamente por el mismo Jesucristo.
Creo y acepto que el Papa es el legítimo sucesor del apóstol Pedro a quien Jesús constituyó como cabeza de la Iglesia y a él doy obediencia y fidelidad.
Me siento orgulloso de mi historia, de mi tradición y de la riqueza cultural que el catolicismo ha aportado a mi mundo aunque éste trate de negarlo.
No me avergüenzo del pasado histórico de mi Iglesia, y estoy seguro de que, de acuerdo con la época, su presencia ha sido siempre benéfica para la humanidad.
Constato en cada momento que el Espíritu Santo sigue presente en mi Iglesia, enviándonos las personas necesarias en el momento necesario de nuestro caminar.
Soy testigo de que la Iglesia sigue siendo santa y santificadora, y que promueve en sus fieles la respuesta generosa al llamado de Dios a la santidad.
Estoy convencido de que mi Iglesia tiene para el mundo de hoy la buena noticia de Cristo para su verdadera liberación.
Entre nosotros, los católicos, existe una gran ignorancia acerca de nuestra Iglesia que nos impide amarla, defenderla y extenderla. Por no saber nos aliamos con nuestros enemigos y, desde dentro, contribuimos en dañarla y hacer menos eficaz su acción evangelizadora. Los católicos que no tienen interés en conocer su religión son el enorme peso muerto que tiene que arrastrar la Iglesia en su caminar histórico.
¿Cómo despertar el interés de los católicos que pertenecen a la Iglesia por inercia, tan sólo porque sus padres los bautizaron?
Una visión positiva de su Iglesia tiene que entrarles por los sentidos y por los sentimientos, aprovechando esas raras ocasiones en que se acercan a ella como institución.
Cuando vemos las imágenes de la Basílica de San Pedro en Roma y del actual Papa rodeado de sus cardenales, se nos hace difícil reconocer en él al humilde pescador al que Jesús eligió como piedra sobre la que edificaría su Iglesia. Casi dos mil años después esta Iglesia, la organización religiosa más grande del mundo, sigue siendo aquella misma comunidad que Jesús quiso formar con sus discípulos y sus apóstoles. Somos su comunidad.
Los apóstoles cumplieron y siguen cumpliendo el mandato de Jesús de ir a evangelizar a todas las naciones, bautizándolas y enseñándoles a vivir como Él nos enseñó. Los discípulos de Jesús siguen siendo testigos de su resurrección en todo el mundo. Dios sigue añadiendo a la comunidad a los que han de salvarse.
Hoy somos muchos, millones y millones por todo el mundo, pero seguimos siendo una sola Iglesia y al frente de ella sigue estando Jesús, presente en el Papa y en cada obispo.
Los obispos, sucesores de los apóstoles, son los pastores al frente de las Iglesia particulares que llamamos diócesis. Ellos las gobiernan con la colaboración muy cercana de los presbíteros y de los diáconos,
Cada diócesis está compuesta por parroquias, al frente de las que el obispo ha puesto a un presbítero con el nombramiento de párroco.
La parroquia es la expresión de la Iglesia más cercana a los fieles y en ella tratamos de vivir nuestra realidad de comunidad de salvación fundada por Cristo, perseverando en la enseñanza de los apóstoles, partiendo el pan con alegría, es decir, celebrando la santa misa, y viendo unos por otros en un espíritu de caridad cristiana.
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