San José es el hombre de los sueños, no un soñador. Así lo ha dicho el Papa Francisco en repetidas ocasiones, y con la publicación de su Carta Apostólica Patris Corde, con motivo del 150 aniversario de la Declaración de san José como Patrono de la Iglesia Universal, lo reitera.
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En su carta apostólica, cuyo objetivo es “que crezca el amor a san José, para ser impulsados a implorar su intercesión e imitar sus virtudes, como también su resolución”, el Santo Padre explica que así como Dios hizo con María cuando le manifestó su plan de salvación, también a José le reveló sus designios y lo hizo a través de sueños que, en la Biblia, como en todos los pueblos antiguos, eran considerados uno de los medios por los que Dios manifestaba su voluntad.
Los sueños de San José fueron cuatro. A continuación aparece la descripción de cada uno de ellos:
San José estaba muy angustiado por el embarazo incomprensible de María; no quería “denunciarla públicamente”, pero decidió “romper su compromiso en secreto” (Mt 1,19).
En el primer sueño el ángel lo ayudó a resolver su grave dilema: “No temas aceptar a María, tu mujer, porque lo engendrado en ella proviene del Espíritu Santo. Dará a luz un hijo, y tú le pondrás por nombre Jesús, porque él salvará a su pueblo de sus pecados” (Mt 1,20-21).
La respuesta de San José fue inmediata: “Cuando José despertó del sueño, hizo lo que el ángel del Señor le había mandado” (Mt 1,24). Con la obediencia superó su drama y salvó a María.
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En el segundo sueño, el Ángel ordenó a José: “Levántate, toma contigo al niño y a su madre, y huye a Egipto; quédate allí hasta que te diga, porque Herodes va a buscar al niño para matarlo” (Mt 2,13).
José no dudó en obedecer, sin cuestionarse acerca de las dificultades que podía encontrar: “Se levantó, tomó de noche al niño y a su madre, y se fue a Egipto, donde estuvo hasta la muerte de Herodes” (Mt 2,14-15).
En Egipto, san José esperó con confianza y paciencia el aviso prometido por el Ángel para regresar a su país.
En un tercer sueño, el mensajero divino, después de haberle informado que los que intentaban matar al niño habían muerto, le ordenó que se levantara, que tomase consigo al niño y a su madre, y que volviera a la tierra de Israel (cf. Mt 2,19-20).
San José, una vez más, obedeció sin vacilar: “Se levantó, tomó al niño y a su madre y entró en la tierra de Israel” (Mt 2,21).
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Sin embargo, durante el viaje de regreso, “al enterarse de que Arquelao reinaba en Judea en lugar de su padre Herodes, tuvo miedo de ir allí y, avisado en sueños —y es la cuarta vez que sucedió—, se retiró a la región de Galilea y se fue a vivir a un pueblo llamado Nazaret” (Mt 2,22-23).
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