¿Es válido pedirle a Dios que gane la Selección Mexicana? Ésta es una pregunta muy interesante, que parte del hecho de que solemos pedirle a Dios de todo y por todo, pues confiamos y sabemos que Él escucha nuestras súplicas y atiende nuestras necesidades; que nunca nos abandona y quiere siempre lo mejor para nosotros.
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A mí me gusta el fútbol y quiero que gane la Selección Mexicana, pero prefiero no pedirle eso a Dios, pues soy consciente de que el resultado de un partido depende de los futbolistas, de su esfuerzo y entrega; depende también del trabajo en equipo, de las capacidades del cuerpo técnico, del estado anímico del club; en fin, de muchos factores.
Pero además, en este tema hay otro gran conflicto humano, muy humano y realista: los que pedimos por la Selección Mexicana somos católicos y confiamos en Dios, al igual que los aficionados de los otros equipos. Si gana mi equipo, me alegro; si pierde, me enojo y me pongo triste. ¿Acaso fue que Dios no escuchó mis súplicas o las de quienes no ganaron la competencia?
Todo equipo formado por personas busca competir y ganar, pero todos preferimos al nuestro. Sin embargo, en una competencia sólo pocos llegan a obtener el trofeo, un solo equipo.
Hoy seré dicharachero: “Dios no cumple antojos ni endereza jorobados“. Y es que Dios quiere el bien para todos, pero hay cosas y circunstancias que dependen de la respuesta libre del hombre y de sus esfuerzos; al aficionado le toca apoyar y no agredir al rival ni a los aficionados del otro equipo.
Siempre, en una competencia justa y deportiva, uno gana y otro pierde, no todos pueden ganar, sólo el que se esfuerza más y compite lealmente. El deporte es para convivir, no para dividir. Y aquí aplica otro dicho: “A Dios rogando y con el mazo dando“.
El deporte es para crecer, para distraer y para unir; en la competencia se crece, aunque sea con la derrota.
Ahora, debemos entender la diferencia entre el deporte de convivio y relajación y el deporte profesional; sólo así podremos competir sabiendo que lo importante es divertirnos y seguir el fútbol profesional como un medio para ser mejores y superarnos, nunca para angustiarnos y generar choques y conflictos.
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San Pablo, en una de sus cartas, nos invita a ver el camino del hombre en la fe como una carrera, una competencia, todos compiten y se esfuerzan y sólo uno gana la corona, pero todos compiten y se reconoce no sólo al ganador, sino a todos que compiten: todos debemos llegar a la meta.
Incluso en el ámbito deportivo se insiste mucho en la importancia de competir y llegar a la meta, no en ser el primero llegar.
El Apóstol Santiago en su carta nos habla de descubrir la voluntad de Dios en cada día, sobre todo en el presente: “Por el contrario deben decir: Si Dios quiere, viviremos y haremos esto o lo otro. Pero no se enorgullezcan de sus insolencias, sin darse cuenta de que tal actitud es reprochable”. (Sant 4, 15-16).
Nuestros mayores decían y dicen: “Si Dios quiere”… “Si Dios lo permite”… “Que se haga la voluntad de Dios”… Lo mismo que Jesús dijo en el Huerto de los Olivos al dirigirse al Padre: “que no se haga mi voluntad, sino la tuya”.
No nos enojemos ni peleemos: que gane el mejor o el que tuvo más suerte. Y menos nos enojemos con Dios si nuestro equipo hace mucho tiempo que no es campeón. Cuidado con el fanatismo inútil y violento. Unos y otros somos personas, todos somos hermanos.
La fe y la súplica a Dios es algo más sublime; Dios va a lo necesario y no se pierde ni nos pierde en lo superfluo.
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