En razón de las precauciones y cuidados que debemos tener por la pandemia de COVID-19, las autoridades civiles han tomado la decisión de que en la “Conmemoración de los fieles difuntos” –Día de Muertos– los panteones estén cerrados, y así poder evitar aglomeraciones.
En la cultura mexicana y latinoamericana tenemos, ya desde la época precolombina, un especial respeto por nuestros difuntos, por nuestros antepasados; costumbre que mantenemos enriquecida con la evangelización.
La Iglesia, al evangelizar estas tierras de América, tomó en cuenta la riqueza y los valores de los pueblos; entre estos valores se encuentra el respeto a los muertos y al lugar donde han sido enterrados sus restos mortales, los cuales tratamos con gran dignidad y respeto.
Esta tradición de “venerar” a los muertos se empata con la celebración cristiana de los fieles difuntos, se enriquecen mutuamente, no sólo para dar colorido a una tradición, sino para resaltar el valor de la vida y la búsqueda de la eternidad.
La tradición del Día de Muertos va unida a la “Solemnidad de todos los Santos”, la confianza en la resurrección de los que han muerto en Cristo y han resucitado; pero para resucitar con Cristo es necesario el paso por la muerte, algo inevitable y necesario. Incluso, hasta nos reímos de la muerte, “con todo respeto”, porque vemos y vivimos la vida como algo pasajero hacia algo mejor, el Reino de los Cielos.
¿Cómo podemos celebrar este año?
Puedo acudir con todas las precauciones a Misa, unirme a la oración universal con las pequeñas comunidades reunidas, pedir a los sacerdotes que en las Misas del 2 de noviembre tengan presentes a los difuntos amigos y familiares.
Recordemos que debemos evitar aglomeraciones también en las iglesias.
Recordemos siempre hacer oración confiada a Dios, dador de la vida eterna, con la certeza que nos da la esperanza “el que crea en mí no quedará defraudado”… “Yo le la daré la vida eterna”.
Podemos poner un altar de muertos en nuestro hogar, con sencillez y todo el corazón, bello y bien hecho, es decir, sin supersticiones ni “pócimas mágicas”.
Que el centro sea un Crucifijo y, si queremos, una imagen de la Virgen María en cualquiera de sus advocaciones; y junto a las imágenes del Salvador, las fotos de nuestros seres queridos.
Podemos reunirnos de forma virtual -a través de videollamada- en familia para orar juntos, con las debidas medidas de seguridad sanitaria, tomar las lecturas de la Misa del día, leerlas y meditarlas en familia, rezar el Santo Rosario y la Coronilla de la Misericordia.
También podemos incluir oraciones que tengamos y sepamos, no importa tanto la forma, sino la oración sincera que surge del corazón, de poner nuestra confianza en Dios que da la resurrección a quienes se nos han adelantado.
Pueden recitar el Salmo 23: “El Señor es mi Pastor, nada me falta”, acompañado de un Padrenuestro y otras oraciones que conozcan.
Podemos hacer unos “responsos”, oraciones por el eterno descanso de los seres queridos, para encontrar consuelo y fortalecer la esperanza en la resurrección.
Te propongo este responso:
Vengan en su ayuda, santos de Dios, salgan a su encuentro ángeles del Señor.
Reciban su alma y preséntenla ante el Altísimo
Cristo que los llamó, los reciba, y los ángeles los conduzcan al descanso eterno.
Reciban su alma y preséntenla ante el Altísimo
Dales, Señor, el descanso eternos, y brille para ellos la luz perpetua.
Reciban su alma y preséntenla ante el Altísimo.
Para el cristiano, la vida no se acaba, se transforma. Cristo Jesús entregó su vida para rescatarnos de la muerte eterna, redimiéndonos del pecado con su sangre derramada en la cruz y, así como Jesús fue depositado en el sepulcro por los discípulos y las mujeres discípulas, conforme a la costumbre, buscaron embalsamarlo y cuidar con reverencia del cuerpo del Maestro, del ser amado. Jesús murió y resucitó, al triunfar sobre la muerte nos atrae a todos hacia Él, nos tiene preparada una morada en la casa del Padre.
En el Credo –símbolo de los Apóstoles- decimos “creo en la Comunión de los Santos, el perdón de los pecados, la resurrección de la carne y la vida eterna”. Aquí se manifiesta una sola Iglesia: peregrina, purgante y celeste. Al profesar la resurrección de la carne, se expresa el cuidado y respeto al cuerpo corrupto en la espera gozosa de la Resurrección.
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