Algunas de las basílicas, oratorios y hospitales más antiguos y populares, no tan solo en Roma sino en ciudades de Oriente y Occidente, están dedicadas a San Cosme y San Damián. Ellos fueron dos hermanos que murieron mártires por su fe en la ciudad de Tiro, en Siria, a finales del siglo IV, durante la persecución de Diocleciano, quien ordenó que fueran quemados vivos, pero como sobrevivieron a este suplicio, fueron decapitados con espada.
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La tradición oral señala que ellos ejercieron la medicina de manera gratuita y su fama llegó a tal punto que incluso se habla de que realizaron con éxito un trasplante de pierna. Pero además de atender las enfermedades del cuerpo se preocupaban por las del alma de sus pacientes, devolviendo la fe, la esperanza y la alegría a los enfermos.
Naturales de arabia, ellos vivieron en Égea, y al momento de su martirio, fueron torturados en Cilicia. Una vez muertos los sepultaron en Cirrhus, Siria, donde sus reliquias fueron veneradas y en donde se levantó una primera basílica; de allí su culto pasó a Roma donde el Papa Félix mandó levantar un templo en el Foro Romano, posiblemente un 27 de septiembre, y en el siglo V se construyeron dos basílicas más dedicadas a ellos en Constantinopla.
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Entre las reliquias que se conservan en torno a estos santos está la espada con la que fueron decapitados, y que fue un regalo al rey Otón III, hacia el año 914, y que hoy se custodia en la catedral de Essen, en Alemania. El dibujo de esta espada, además, figura en el escudo de esta ciudad desde 1473, y es tan su valor espiritual que este símbolo no fue modificado durante la Reforma de Lutero.
La fiesta litúrgica de San Cosme y San Damián, fue el 27 de septiembre hasta 1969, pero se pasó al 26 de septiembre, y en Oriente se celebra el 1 de noviembre.
Ellos son considerados como los santos patronos de los cirujanos y médicos, y en el arte sacro son representados con la palma del martirio e instrumental médico.
En México, uno de los templos con más historia es el de San Cosme y San Damián, y que entre otras cosas, el Arzobispo de México entregó a los franciscanos que iban en tránsito a las Filipinas.
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