Muchas veces al hablar de la castidad las personas se enfocan en el aspecto sexual, en especial en la forma en la que se puede reprimir o controlar e incluso consideran que solo está dirigida a los integrantes del clero o de la vida religiosa, pero nada más alejado de la realidad, ya que esta es una virtud que implica muchos aspectos que todos, incluidos los laicos, podemos vivir.
Así, la virtud de la castidad, según el Catecismo de la Iglesia Católica, implica el dominio de uno mismo y la regulación de la sexualidad y la afectividad, no solo en el ámbito sexual, sino también en pensamientos, palabras y obras, buscando la armonía con la razón y la voluntad de Dios, que se manifiesta en la capacidad de amar y darse a los demás de manera auténtica.
Es preciso destacar el hecho de que, si bien, la castidad puede implicar abstinencia sexual, especialmente antes del matrimonio, su alcance es más amplio, ya que se trata de una virtud que abarca el control de los impulsos, la regulación de los deseos y la búsqueda de la pureza en todos los aspectos de la vida de las personas.
Así, la castidad implica integrar la sexualidad en el ser humano, reconociendo su valor y propósito, pero poniéndola al servicio del amor y la donación, lo que implica llevar a cabo un aprendizaje constante para dominar los impulsos y deseos, a fin de evitar que tomen el control sobre las acciones y las decisiones del individuo.
De este modo, se puede aseverar que esta virtud no reprime los deseos, sino que los ordena hacia el amor, tanto hacia Dios como hacia los demás y a uno mismo, partiendo del hecho de que está dirigida para todos, sin importar si se es soltero o casado o religioso, ya que todos están llamados a amar de forma auténtica y a integrar la sexualidad en su vida.
Por ello, practicar la castidad además de ayudar en el crecimiento personal, beneficia a la purificación del corazón, la libertad del espíritu, el fervor de la caridad y el desarrollo de la personalidad.
El canon 2337 del Catecismo de la Iglesia Católica establece que “la castidad significa la integración lograda de la sexualidad en la persona, y por ello en la unidad interior del hombre en su ser corporal y espiritual. La sexualidad, en la que se expresa la pertenencia del hombre al mundo corporal y biológico, se hace personal y verdaderamente humana cuando está integrada en la relación de persona a persona, en el don mutuo total y temporalmente ilimitado del hombre y de la mujer”.
De la misma manera, añade el numeral 2339, la castidad implica un aprendizaje del dominio de sí, que es una pedagogía de la libertad humana, por lo que advierte que “la alternativa es clara: o el hombre controla sus pasiones y obtiene la paz, o se deja dominar por ellas y se hace desgraciado”.
Lo anterior debido a que “la dignidad del hombre requiere, en efecto, que actúe según una elección consciente y libre, es decir, movido e inducido personalmente desde dentro y no bajo la presión de un ciego impulso interior o de la mera coacción externa”.
El Catecismo de la Iglesia Católica subraya que la virtud de la castidad forma parte de la virtud cardinal de la templanza, que tiende a impregnar de racionalidad las pasiones y los apetitos de la sensibilidad humana, evitando los excesos y buscando el equilibrio, lo que implica en la persona moderación, autocontrol y la búsqueda del justo medio.
Así, señala el canon 2344, la castidad representa una tarea eminentemente personal que implica un esfuerzo cultural, pues “el desarrollo de la persona humana y el crecimiento de la sociedad misma están mutuamente condicionados”, además de que supone el respeto de los derechos de la persona, en particular, el de recibir una información y una educación que respeten las dimensiones morales y espirituales de la vida humana.
“La castidad es una virtud moral. Es también un don de Dios, una gracia, un fruto del trabajo espiritual. El Espíritu Santo concede, al que ha sido regenerado por el agua del bautismo, imitar la pureza de Cristo”, puntualiza el numeral 2345 del Catecismo.
Al dar su catequesis en la Audiencia General del 17 de enero de 2024, el Papa Francisco aseguró que la castidad es una virtud que no hay que confundir con la abstinencia sexual, porque “la castidad es más que abstinencia sexual”, es la voluntad de no poseer nunca al otro”, sino de amarlo.
“Amar es respetar al otro, buscar su felicidad, cultivar la empatía por sus sentimientos, disponerse en el conocimiento de un cuerpo, una psicología y un alma que no son los nuestros y que hay que contemplar por la belleza que encierran. Amar es esto, el amor es hermoso”, aseguró el Pontífice al ofrecer su catequesis en el Aula Pablo VI.
En este tenor, subrayó el Papa Francisco, la sexualidad implica todos los sentidos, pues habita tanto en el cuerpo como en la psique, “y esto es bellísimo, pero si no se disciplina con paciencia, si no se inscribe en una relación y una historia en la que dos personas la transforman en una danza amorosa, se convierte en una cadena que priva al hombre de libertad… Debemos defender el amor, el amor del corazón, de la mente, del cuerpo, el amor puro de donarse recíprocamente”.
La castidad es la virtud que permite a la persona vivir su sexualidad de manera plena y auténtica, en armonía con su propia naturaleza y con la voluntad de Dios, buscando el amor, la donación y el respeto a los demás.
De la misma manera, la castidad se puede aplicar a la forma de vida que llevan las personas tanto en el aspecto moral, como en el espiritual y en físico, destacando en este último aspecto lo referente al respeto al cuerpo y a la formación mental del individuo.
A partir de ello, los laicos la podemos vivir la castidad de la siguiente manera:
Vivir la castidad antes del matrimonio es un tiempo lleno de gracia, donde el corazón se prepara para un amor auténtico y puro. No solo significa abstenerse de relaciones sexuales, sino custodiar la virginidad como un don valioso de Dios reservado para la alianza definitiva y sagrada del matrimonio.
De este modo, la virginidad es una forma particular de vivir la castidad que refleja una entrega total a Dios y un acto de dedicación en el que el corazón se prepara para una relación definitiva con Él y una preparación para la entrega total que se dará en el matrimonio.
Por lo tanto, vivir castamente no es represión, sino un acto de madurez que nos libera del egoísmo y nos abre al verdadero amor. Este dominio de nosotros mismos se traduce en prácticas concretas como:
En el matrimonio, la castidad no desaparece, por el contrario, se transforma en castidad conyugal, que es la vivencia del amor sexual dentro del matrimonio como un don recíproco, fiel, respetuoso y abierto a la vida, por lo que la sexualidad no es un uso egoísta del cuerpo del otro, sino un lenguaje de amor total que se expresa con ternura, respeto y responsabilidad.
De esta manera, la castidad en el matrimonio también significa guardar el corazón y los pensamientos, evitando todo aquello que pueda dañar la unidad, como la pornografía, infidelidad emocional y actitudes deshonestas, entre ellas:
Las cosas por limpiar sigue siendo una miniserie vigente que muestra la resiliencia y el…
Puedes pedir a Dios, con tus propias palabras, que reine la paz en cada corazón,…
Carlo Acutis, también llamado "santo millennial", será canonizado el mismo día que el beato Pier…
Ser monaguillo es servir en el altar, crecer en la fe y descubrir a Cristo.…
El título que Jesús se atribuye no es solo una definición teológica, sino una invitación…
El Papa León XIV nombró a Mons. Carlos Enrique Samaniego López como nuevo Obispo de…
Esta web usa cookies.