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Dilexi te: Resumen y claves de la Exhortación Apostólica del Papa León XIV, su primer gran documento

El Papa León XIV publicó su primera exhortación apostólica, Dilexi te, cuyo tema central es el servicio y la atención a los pobres.

POR  Jorge Reyes
9 octubre, 2025
Dilexi te: Resumen y claves de la Exhortación Apostólica del Papa León XIV, su primer gran documento
Al escuchar el grito del pobre, estamos llamados a identificarnos con el corazón de Dios, que es premuroso con las necesidades de sus hijos. Foto: Vatican Media.

El Papa León XIV publicó su primera exhortación apostólica titulada Dilexi te (Te he amado), que es un trabajo iniciado por su antecesor el Papa Francisco y en el que el tema central es el servicio a los pobres, en cuyo rostro encontramos “el sufrimiento de los inocentes”. Este es el resumen.

En el documento de 121 puntos, dividido en cinco capítulos, el Papa León XIV nos habla sobre el servicio que debemos prestar a los pobres, en quienes el amor de Cristo se hace carne, a partir del cuidado de los enfermos; lucha contra la esclavitud; la defensa de las mujeres que sufren exclusión y violencia; el derecho a la educación; y el acompañamiento a los migrantes.

Resumen de Dilexi te

En la introducción del documento, el Papa León XIV asegura que contemplar el amor de Cristo “nos ayuda a prestar más atención al sufrimiento y a las carencias de los demás, nos hace fuertes para participar en su obra de liberación, como instrumentos para la difusión de su amor.

El Santo Padre indica que dando continuidad a la encíclica Dilexit nos, su antecesor, el Papa Francisco, estaba preparando en los últimos meses de su vida una exhortación apostólica sobre el cuidado de la Iglesia por los pobres y con los pobres, titulada Dilexi te, en la que imaginaba que Cristo se dirigía a cada uno de ellos diciéndoles: no tienes poder ni fuerza, pero “yo te he amado” (Ap 3,9).

En este documento firmado el 4 de octubre, festividad de San Francisco de Asís, el Obispo de Roma reconoce que al recibir como herencia ese proyecto, lo hizo suyo, le añadió algunas reflexiones y lo propone al comienzo de su pontificado, “compartiendo el deseo de mi amado predecesor de que todos los cristianos puedan percibir la fuerte conexión que existe entre el amor de Cristo y su llamada a acercarnos a los pobres”.

Resumen de los cinco capítulos de Dilexi te (Te he amado)

  1. Algunas palabras indispensables
  2. Dios opta por los pobres
  3. Una iglesia para los pobres
  4. Una historia que continúa
  5. Un desafío permanente

Para descarga la exhortación apostólica Dilexi te da click aquí o en la siguiente imagen:

Da click en la imagen para descargar la exhortación apostólica Dilexi te del Papa León XIV.

Capítulo I: Algunas palabras indispensables

En este capítulo el Papa asegura estar convencido de que la opción preferencial por los pobres genera una renovación extraordinaria tanto en la Iglesia como en la sociedad, sobre todo cuando somos capaces de liberarnos de la autorreferencialidad y conseguimos escuchar el grito de los pobres.

Añade que al escuchar el grito del pobre, estamos llamados a identificarnos con el corazón de Dios, que es premuroso con las necesidades de sus hijos y especialmente de los más necesitados y advierte que al ser indiferentes a este grito, el pobre apelaría al Señor contra nosotros y seríamos culpables de un pecado, pues nos estamos alejando del corazón mismo de Dios.

Indica que la condición de los pobres representa un grito que interpela constantemente nuestra vida, nuestras sociedades, los sistemas políticos y económicos, y especialmente a la Iglesia, porque en el rostro herido de los pobres encontramos impreso el sufrimiento de los inocentes y, por tanto, el mismo sufrimiento de Cristo.

En este tenor, asevera que deberíamos hablar quizás más correctamente de los numerosos rostros de los pobres y de la pobreza, porque se trata de un fenómeno variado, ya que existen muchas formas de pobreza: aquella de los que no tienen medios de sustento material, la pobreza del que está marginado socialmente y no tiene instrumentos para dar voz a su dignidad y a sus capacidades, la pobreza moral y espiritual, la pobreza cultural, la del que se encuentra en una condición de debilidad o fragilidad personal o social, la pobreza del que no tiene derechos, ni espacio, ni libertad.

A partir de lo anterior, indica que el compromiso en favor de los pobres y con el fin de remover las causas sociales y estructurales de la pobreza, aun siendo importante en los últimos decenios, sigue siendo insuficiente, porque vivimos en una sociedad que a menudo privilegia algunos criterios de orientación de la existencia y de la política marcados por numerosas desigualdades y, por tanto, a las viejas pobrezas se agregan otras nuevas, en ocasiones más sutiles y peligrosas.

Apunta que al compromiso concreto por los pobres también es necesario asociar un cambio de mentalidad que pueda incidir en la transformación cultural ya que, en efecto, la ilusión de una felicidad que deriva de una vida acomodada mueve a muchas personas a tener una visión de la existencia basada en la acumulación de la riqueza y del éxito social a toda costa, que se ha de conseguir también en detrimento de los demás y beneficiándose de ideales sociales y sistemas políticos y económicos injustos, que favorecen a los más fuertes.

Eso significa, puntualiza, que todavía persiste —a veces bien enmascarada— una cultura que descarta a los demás sin advertirlo siquiera y tolera con indiferencia que millones de personas mueran de hambre o sobrevivan en condiciones indignas del ser humano., por lo que no debemos bajar la guardia respecto a la pobreza.

Asimismo, no llama a recordar que doblemente pobres son las mujeres que sufren situaciones de exclusión, maltrato y violencia, porque frecuentemente se encuentran con menores posibilidades de defender sus derechos. Sin embargo, también entre ellas encontramos constantemente los más admirables gestos de heroísmo cotidiano en la defensa y el cuidado de la fragilidad de sus familias

Si bien, puntualiza, en algunos países se observan cambios importantes, la organización de las sociedades en todo el mundo todavía está lejos de reflejar con claridad que las mujeres tienen exactamente la misma dignidad e idénticos derechos que los varones. Se afirma algo con las palabras, pero las decisiones y la realidad gritan otro mensaje sobre todo si pensamos en las mujeres más pobres.

Capítulo II: Dios opta por los pobres

En este apartado, el Santo Padre nos señala que Dios es amor misericordioso y su proyecto de amor, que se extiende y se realiza en la historia, es ante todo su descenso y su venida entre nosotros para liberarnos de la esclavitud, de los miedos, del pecado y del poder de la muerte.

Por ello, indica, se comprende bien que Dios tiene una preferencia por los pobres, y con ella subraya la acción de que se compadece ante la pobreza y la debilidad de toda la humanidad y, queriendo inaugurar un Reino de justicia, fraternidad y solidaridad, se preocupa particularmente de aquellos que son discriminados y oprimidos, por lo que nos pide también a nosotros, su Iglesia, una opción firme y radical en favor de los más débiles.

Nos recuerda que Jesús proclamó: “¡Felices ustedes, los pobres, porque el Reino de Dios les pertenece!” (Lc 6,20). Y con ello Dios muestra predilección hacia los pobres, a ellos se dirige la palabra de esperanza y de liberación del Señor y, por eso, aun en la condición de pobreza o debilidad, ya ninguno debe sentirse abandonado.

Así, indica que si la Iglesia quiere ser de Cristo, debe ser la Iglesia de las Bienaventuranzas, una Iglesia que hace espacio a los pequeños y camina pobre con los pobres, un lugar en el que los pobres tienen un sitio privilegiado.

Subraya que es claro que de nuestra fe en Cristo hecho pobre, y siempre cercano a los pobres y excluidos, debe brotar la preocupación por el desarrollo integral de los más abandonados de la sociedad y reflexiona: “Muchas veces me pregunto por qué, aun cuando las Sagradas Escrituras son tan precisas a propósito de los pobres, muchos continúan pensando que pueden excluir a los pobres de sus atenciones”.

Por esta razón recomiendan reaizar las obras de misericordia, como signo de la autenticidad del culto que, mientras se alaba a Dios, se tiene la tarea de disponernos a la transformación que el Espíritu puede realizar en nosotros, para que seamos todos imagen de Cristo y de su misericordia hacia los más débiles.

En este sentido, la relación con el Señor, que se expresa en el culto, pretende también liberarnos del riesgo de vivir nuestras relaciones en la lógica del cálculo y del interés, para abrirnos a la gratuidad que circula entre aquellos que se aman y que, por eso, ponen todo en común.

Añade que a aquellos entre nosotros que somos poco propensos a gestos gratuitos, sin ningún interés, la Palabra de Dios nos indica que la generosidad para con los pobres es un verdadero bien para quien la practica; de hecho, comportándonos así, somos amados por Dios de modo especial.

Capítulo III: Una iglesia para los pobres

En este capítulo, León XIV recuerda que tres días después de su elección, el Papa Francisco expresó a los representantes de los medios de comunicación su deseo de que la Iglesia mostrara más claramente su cuidado y atención hacia los pobres: “¡Ah, cómo quisiera una Iglesia pobre y para los pobres!”. Y señala que con este deseo se refleja la conciencia de que la Iglesia “reconoce en los pobres y en los que sufren la imagen de su Fundador pobre y paciente”.

El Papa hace un repaso por la historia de la Iglesia y señala que a pesar de su propia pobreza, los primeros cristianos tienen clara conciencia de la necesidad de acudir a aquellos que sufren mayores privaciones.

Y recuerda que los ministros de la Iglesia nunca deben descuidar el cuidado de los pobres y, menos aún, acumular bienes en beneficio propio, afirma: “Es necesario que cada uno de nosotros cumpla con esta obligación con fe sincera y providencia perspicaz. Sin duda, si alguien desvía algo para su propio beneficio, eso es un delito; pero si lo da a los pobres, si rescata al cautivo, eso es misericordia”

Indica que la caridad hacia los necesitados no se entendía como una simple virtud moral, sino como expresión concreta de la fe en el Verbo encarnado, por lo que la comunidad de fieles, sostenida por la fuerza del Espíritu Santo, se encuentra arraigada en la cercanía a los pobres, que en ella no son un apéndice, sino parte esencial de su cuerpo vivo.

San Ignacio de Antioquía, por ejemplo, camino del martirio, exhortaba a los fieles de la comunidad de Esmirna a no descuidar el deber de la caridad para con los más necesitados y recomendaba precisamente a los ministros de la Iglesia que cuidaran de los pobres: “Los presbíteros también sean compasivos, misericordiosos con todos. Traigan de vuelta a los descarriados, visiten a todos los enfermos, no descuiden a la viuda, al huérfano y al pobre, sino que sean siempre solícitos en el bien ante Dios y los hombres”

A partir de estos dos testimonios, subraya el Santo Padre, constatamos que la Iglesia aparece como madre de los pobres, lugar de acogida y de justicia. Así pues, la caridad no es una vía opcional, sino el criterio del verdadero culto.

Asevera que esta mirada cristocéntrica y profundamente eclesial lleva a sostener que las ofrendas, cuando nacen del amor, no sólo alivian la necesidad del hermano, sino que también purifican el corazón de quien da y está dispuesto a la conversión, “pues las limosnas pueden servirte para redimir los pecados de la vida pasada, si cambias de vida”. Son, por así decirlo, el camino ordinario de conversión de quien desea seguir a Cristo con corazón indiviso.

En una Iglesia que reconoce en los pobres el rostro de Cristo y en los bienes el instrumento de la caridad, afirma, el pensamiento agustiniano sigue siendo una luz segura. Hoy, la fidelidad a las enseñanzas de Agustín exige no sólo el estudio de sus obras, sino la disposición a vivir con radicalidad su llamada a la conversión, que incluye necesariamente el servicio de la caridad.

El cuidado de los enfermos

De la misma manera, habla sobre la necesidad de cuidar a los enfermos, ya que en la compasión cristiana se ha manifestado de manera peculiar en el cuidado de ellos y los que sufren.

A partir de los signos presentes en el ministerio público de Jesús, la Iglesia entiende como parte importante de su misión el cuidado de los enfermos, en los que con facilidad reconoce al Señor crucificado y reconoce a aquellas congregaciones que cuidando a los enfermos con cariño maternal, como una madre cuida de su hijo, muchas mujeres consagradas desempeñaron un papel aún más difundido en la atención sanitaria de los pobres.

Hoy, ese legado continúa en los hospitales católicos, los puestos de salud en las regiones periféricas, las misiones sanitarias en las selvas, los centros de acogida para toxicómanos y los hospitales de campaña en las zonas de guerra. La presencia cristiana junto a los enfermos revela que la salvación no es una idea abstracta, sino una acción concreta, porque en el gesto de limpiar una herida, la Iglesia proclama que el Reino de Dios comienza entre los más vulnerables.

La vida monástica y el pobre

También destaca la labor realizada por los miembros de la vida monástica a favor de los pobres, ya que se revela como un estilo de santidad y una forma concreta de transformación de la sociedad. La tradición monástica enseña, por tanto, que la oración y la caridad, el silencio y el servicio, las celdas y los hospitales, forman un único tejido espiritual. El monasterio es lugar de escucha y de acción, de adoración y de compartir.

León XIV apunta que la vida monástica, por lo tanto, cuando es fiel a su vocación original, muestra que la Iglesia sólo será plenamente esposa del Señor cuando sea también hermana de los pobres. El claustro no es un mero refugio del mundo, sino una escuela en la que se aprende a servirlo mejor. Allí donde los monjes abrieron sus puertas a los pobres, la Iglesia reveló con humildad y firmeza que la contemplación no excluye la misericordia, sino que la exige como su fruto más puro.

La liberación de los cautivos

Otro aspecto que señala el Santo Padre es el relacionado con la liberación de los cautivos y destaca que desde los tiempos apostólicos, la Iglesia ha visto en la liberación de los oprimidos un signo del Reino de Dios, ya que Jesús mismo, al iniciar su misión pública, proclamó: “El Espíritu del Señor está sobre mí, porque me ha consagrado por la unción. Él me envió a llevar la Buena Noticia a los pobres, a anunciar la liberación a los cautivos” (Lc 4,18).

Indica que la liberación de los cautivos era expresión del amor trinitario: un Dios que libera no sólo de la esclavitud espiritual, sino también de la opresión concreta. El gesto de rescatar de la esclavitud y de la prisión se considera una prolongación del sacrificio redentor de Cristo, cuya sangre es el precio de nuestro rescate (cf. 1 Co 6,20).

Sostiene que los religiosos no veían en el rescate una acción política o económica, sino un acto casi litúrgico, una ofrenda sacramental de sí mismos. Muchos entregaron sus propios cuerpos para sustituir a los prisioneros, cumpliendo literalmente el mandamiento: “No hay amor más grande que dar la vida por los amigos” (Jn 15,13).

Reconoce que la tradición de estas Órdenes Redentora no cesó, sino que al contrario, inspiró nuevas formas de acción frente a las esclavitudes modernas: la trata de personas, el trabajo forzoso, la explotación sexual y las distintas adicciones. La caridad cristiana, cuando se encarna, se convierte en liberadora y la misión de la Iglesia, cuando es fiel a su Señor, es siempre proclamar la liberación.

El Papa comenta que aún en nuestros días, en los que existen “millones de personas —niños, hombres y mujeres de todas las edades— privados de su libertad y obligados a vivir en condiciones similares a la esclavitud”, dicha herencia es continuada por estas Órdenes y por otras Instituciones y Congregaciones que actúan en las periferias urbanas, las zonas de conflicto y los corredores migratorios. Cuando la Iglesia se arrodilla para romper las nuevas cadenas que aprisionan a los pobres, se convierte en signo de la Pascua.

La Iglesia y la educación

Un rubro más que se aborda es el relacionado con la Iglesia y la educación de los pobres, en donde retoma lo señalado por el Papa Francisco a algunos educadores, a quienes les recordó que la educación ha sido siempre una de las expresiones más altas de la caridad cristiana.

En este sentido, apuntó que desde los primeros tiempos, los cristianos se dieron cuenta de que el saber libera, dignifica y acerca a la verdad. Para la Iglesia, enseñar a los pobres era un acto de justicia y de fe. Inspirada en el ejemplo del Maestro, que enseñaba a la gente las verdades divinas y humanas, la Iglesia asumió la misión de formar a los niños y a los jóvenes, especialmente a los más pobres, en la verdad y el amor.

Para la fe cristiana, sostiene el Papa, la educación de los pobres no es un favor, sino un deber. Los pequeños tienen derecho a la sabiduría, como exigencia básica para el reconocimiento de la dignidad humana. Enseñarles es afirmar su valor, darles las herramientas para transformar su realidad.

La tradición cristiana entiende que el conocimiento es un don de Dios y una responsabilidad comunitaria. La educación cristiana forma no sólo profesionales, sino personas abiertas al bien, a la belleza y a la verdad. Por eso, la escuela católica, cuando es fiel a su nombre, se convierte en un espacio de inclusión, formación integral y promoción humana. Así, conjugando fe y cultura, se siembra futuro, se honra la imagen de Dios y se construye una sociedad mejor.

Acompañar a los migrantes

Un aspecto fundamental que aborda el Obispo de Roma es la importancia de acompañar a los migrantes, porque la Iglesia siempre ha reconocido en los migrantes una presencia viva del Señor, que en el día del juicio dirá a los que estén a su derecha: «Estaba de paso, y me alojaron» (Mt 25,35).

Indica que la tradición de la actividad de la Iglesia con y para los migrantes continúa y hoy ese servicio se expresa en iniciativas como los centros de acogida para refugiados, las misiones en las fronteras y los esfuerzos de Cáritas Internacional y otras instituciones.

Recuerda que el Papa Francisco indicó que la misión de la Iglesia junto a los migrantes y refugiados es aún más amplia, insistiendo en que “la respuesta al desafío planteado por las migraciones contemporáneas se puede resumir en cuatro verbos: acoger, proteger, promover e integrar. Pero estos verbos no se aplican sólo a los migrantes y a los refugiados. Expresan la misión de la Iglesia en relación a todos los habitantes de las periferias existenciales, que deben ser acogidos, protegidos, promovidos e integrados”.

En este tenor, León XIV comenta que la Iglesia, como madre, camina con los que caminan. Donde el mundo ve una amenaza, ella ve hijos; donde se levantan muros, ella construye puentes. Sabe que el anuncio del Evangelio sólo es creíble cuando se traduce en gestos de cercanía y de acogida; y que en cada migrante rechazado, es Cristo mismo quien llama a las puertas de la comunidad.

Capítulo IV: Una historia que continúa

En este apartado el Papa señala que la aceleración de las transformaciones tecnológicas y sociales de los últimos dos siglos, llena de trágicas contradicciones, no sólo ha sido sufrida, sino también afrontada y pensada por los pobres, por lo que los movimientos de trabajadores, de mujeres y de jóvenes, así como la lucha contra la discriminación racial, han dado lugar a una nueva conciencia de la dignidad de los marginados.

Añade que el aporte de la Doctrina Social de la Iglesia tiene en sí esta raíz popular que no se debe olvidar, ya que sería inimaginable su relectura de la revelación cristiana en las modernas circunstancias sociales, laborales, económicas y culturales sin los laicos cristianos lidiando con los desafíos de su tiempo, ya que a su lado trabajaron religiosas y religiosos, testigos de una Iglesia en salida de los caminos ya recorridos.

Apunta que el cambio de época que estamos afrontando hace hoy aún más necesaria la continua interacción entre los bautizados y el Magisterio, entre los ciudadanos y los expertos, entre el pueblo y las instituciones, ya que en particular, se reconoce nuevamente que la realidad se ve mejor desde los márgenes y que los pobres son sujetos de una inteligencia específica, indispensable para la Iglesia y la humanidad.

El Papa sostiene que la caridad es una fuerza que cambia la realidad, una auténtica potencia histórica de cambio y es la fuente a la que debe hacer referencia todo compromiso para resolver las causas estructurales de la pobreza y llevarlo a cabo urgentemente.

Por ello, hace votos, por lo tanto, para que crezca el número de políticos capaces de entrar en un auténtico diálogo que se oriente eficazmente a sanar las raíces profundas y no la apariencia de los males de nuestro mundo porque se trata de escuchar el clamor de pueblos enteros, de los pueblos más pobres de la tierra.

Añade que es preciso seguir denunciando la dictadura de una economía que mata y reconocer que mientras las ganancias de unos pocos crecen exponencialmente, las de la mayoría se quedan cada vez más lejos del bienestar de esa minoría feliz. Este desequilibrio proviene de ideologías que defienden la autonomía absoluta de los mercados y la especulación financiera.

Advierte que se instaura ya una nueva tiranía invisible, a veces virtual, que impone, de forma unilateral e implacable, sus leyes y sus reglas, y aunque no faltan diferentes teorías que intentan justificar el estado actual de las cosas, la dignidad de cada persona humana debe ser respetada ahora, no mañana, y la situación de miseria de muchas personas a quienes esta dignidad se niega debe ser una llamada constante para nuestra conciencia.

Por ello, sostiene que debemos comprometernos cada vez más para resolver las causas estructurales de la pobreza. Es una urgencia que no puede esperar, no sólo por una exigencia pragmática de obtener resultados y de ordenar la sociedad, sino para sanarla de una enfermedad que la vuelve frágil e indigna y que sólo podrá llevarla a nuevas crisis.

Y apunta: “La pregunta recurrente es siempre la misma: ¿los menos dotados no son personas humanas? ¿Los débiles no tienen nuestra misma dignidad? ¿Los que nacieron con menos posibilidades valen menos como seres humanos, y sólo deben limitarse a sobrevivir?

“De nuestra respuesta a estos interrogantes depende el valor de nuestras sociedades y también nuestro futuro. O reconquistamos nuestra dignidad moral y espiritual, o caemos como en un pozo de suciedad. Si no nos detenemos a tomar las cosas en serio continuaremos así, de manera explícita o disimulada, legitimando “el modelo distributivo actual, donde una minoría se cree con el derecho de consumir en una proporción que sería imposible generalizar, porque el planeta no podría ni siquiera contener los residuos de semejante consumo”

Capítulo V: Un desafío permanente

En este capítulo final, el Papa León XIV señala que decidió recordar esta bimilenaria historia de atención eclesial a los pobres y con los pobres para mostrar que ésta forma parte esencial del camino ininterrumpido de la Iglesia, ya que el cuidado de los pobres forma parte de la gran Tradición de la Iglesia, como un faro de luz que, desde el Evangelio, ha iluminado los corazones y los pasos de los cristianos de todos los tiempos.

Por tanto, debemos sentir la urgencia de invitar a todos a sumergirse en este río de luz y de vida que proviene del reconocimiento de Cristo en el rostro de los necesitados y de los que sufren. El amor a los pobres es un elemento esencial de la historia de Dios con nosotros y, desde el corazón de la Iglesia, prorrumpe como una llamada continua en los corazones de los creyentes, tanto en las comunidades como en cada uno de los fieles.

Indica que el cristiano no puede considerar a los pobres sólo como un problema social, ya que ellos son una “cuestión familiar”, son “de los nuestros”, por lo que nuestra relación con ellos no se puede reducir a una actividad o a una oficina de la Iglesia.

Comenta que nos podemos da cuenta de que hay una grave falta en nuestras sociedades y en nuestras comunidades cristianas y es el hecho de que muchas formas de indiferencia que hoy encontramos son signos de un estilo de vida generalizado, que se manifiesta de diversas maneras, quizás más sutiles.

Además, como todos estamos muy concentrados en nuestras propias necesidades, ver a alguien sufriendo nos molesta, nos perturba, porque no queremos perder nuestro tiempo por culpa de los problemas ajenos. Estos son síntomas de una sociedad enferma, porque busca construirse de espaldas al dolor.

Afirma que no pocas veces, la riqueza nos vuelve ciegos, hasta el punto de pensar que nuestra felicidad sólo puede realizarse si logramos prescindir de los demás y en esto los pobres pueden ser para nosotros como maestros silenciosos, devolviendo nuestro orgullo y arrogancia a una justa humildad.

Sostiene que justamente los pobres son quienes nos evangelizan porque nos colocan frente a la realidad de nuestra debilidad y nos hacen reflexionar sobre la precariedad de aquel orgullo agresivo con el que frecuentemente afrontamos las dificultades de la vida.  En esencia, ellos revelan nuestra fragilidad y el vacío de una vida aparentemente protegida y segura.

Asevera que el corazón de la Iglesia, por su misma naturaleza, es solidario con aquellos que son pobres, excluidos y marginados, con aquellos que son considerados un “descarte” de la sociedad. Los pobres están en el centro de la Iglesia, porque es desde la fe en Cristo hecho pobre, y siempre cercano a los pobres y excluidos, [que] brota la preocupación por el desarrollo integral de los más abandonados de la sociedad.



Autor

Lic. en Periodismo y Comunicación Colectiva por la UNAM, con una trayectoria de más de 30 años como periodista en medios como Reforma, El Centro y Notimex, así como funcionario de comunicación social en dependencias de gobierno y legislativas. Actualmente trabaja como periodista especializado en temas de religión.