El Papa Francisco advirtió que, para los cristianos, la Cruz no debe convertirse en un simple objeto de devoción y mucho menos en una bandera para enarbolar o un símbolo político.
En uno de los momentos más importantes de su visita apostólica a Eslovaquia, el Santo Padre celebró la Divina Liturgia Bizantina, en la fiesta de la Exaltación de la Cruz, con la comunidad greco-melquita, que está en plena comunión con la Iglesia Católica.
“No reduzcamos la cruz a un objeto de devoción -pidió en su mensaje-,mucho menos a un símbolo político, a un signo de importancia religiosa y social. La cruz no quiere ser una bandera que enarbolar, sino la fuente pura de un nuevo modo de vivir. ¿Cuál? El del Evangelio, el de las Bienaventuranzas“.
Ante miles de fieles reunidos en la plaza de la Mestská športová hala de Prešov, el Papa explicó que, a los ojos del mundo, la Cruz es un fracaso, y los cristianos corremos el riesgo de verla de la misma forma y no aceptar a un Dios débil y crucificado, y soñar con un Dios fuerte y triunfante.
“Es una gran tentación. Cuántas veces aspiramos a un cristianismo de vencedores, a un cristianismo triunfador que tenga relevancia e importancia, que reciba gloria y honor. Pero un cristianismo sin cruz es mundano y se vuelve estéril“.
“La Cruz -agregó- está pintada o esculpida en cada rincón de nuestras iglesias. Son incontables los crucifijos: en el cuello, en casa, en el auto, en el bolsillo. Pero no sirve de nada si no nos detenemos a mirar al Crucificado y no le abrimos el corazón, si no nos dejamos sorprender por sus llagas abiertas por nosotros, si el corazón no se llena de conmoción y no lloramos delante del Dios herido de amor por nosotros”.
Si no hacemos esto, insistió el Papa, la cruz se queda como un libro no leído, del que se conoce bien el título y el autor, pero que no repercute en la vida. Un verdadero testigo de la Cruz, continuó Francisco, lleva a Jesús en el corazón y no solamente en el cuello, no recuerda los agravios ni de lamenta del presente y no busca imponerse sino dar su vida por los demás.
“El testigo de la cruz persigue una sola estrategia, la del Maestro, que es el amor humilde. No espera triunfos aquí abajo, porque sabe que el amor de Cristo es fecundo en lo cotidiano y hace nuevas todas las cosas desde dentro, como semilla caída en tierra, que muere y da fruto”.
Con información de Vatican Media.
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