“Hoy mismo se ha cumplido este pasaje de la Escritura que acaban de oír”
Qué difícil es asumir estas palabras de Jesús, y afirmar, como lo hace Jesús, que a través de nuestra persona se está cumpliendo la Profecía de Isaías:
“El Espíritu del Señor está sobre mí, porque me ha ungido para llevar a los pobres la Buena Nueva, para anunciar la liberación a los cautivos, y la curación a los ciegos, para dar libertad a los oprimidos y proclamar el año de gracia del Señor”.
Vale la pena examinar nuestro ministerio ante las características que anuncia el Profeta y que Jesús las hizo suyas. Ciertamente el Espíritu del Señor nos ha sido transmitido para ejercer el ministerio sacerdotal, en favor del Pueblo de Dios, pero revisémonos con honestidad y humildad:
–Si hemos anunciado la Buena Nueva a los pobres, es decir, si hemos hechos presente el amor y la misericordia de Dios Padre, como lo hizo Jesús a los más necesitados
– Si hemos levantado el ánimo a los de corazón quebrantado, a quienes se encuentran desesperanzados ante las afrentas recibidas en su dignidad o en la dignidad de sus seres queridos
–Si hemos proclamado el perdón a los cautivos en nombre del Señor, visitando a los recluidos tanto a los que justamente sufren una pena, como aquellos, que han sido encarcelados injustamente o que siendo inocentes no han recibido sentencia
– Si hemos consolado a los afligidos o a los abandonados, a los desamparados o a los indigentes, a los deprimidos o los marginados – Si hemos auxiliado a los enfermos para que su tristeza y su preocupación se convierta en esperanza, que los llene de alegría.
– Si hemos pregonado la gracia de Dios Padre, que a través de Jesucristo ha derramado a todos los que creemos en él, y ciertamente, la derramará a todos los que acudan a Él.
Seguramente encontraremos algunas acciones, que habrán ayudado a los miembros del Pueblo de Dios en el crecimiento de su fe, en la generación de la esperanza, y en una caridad testimonial admirable; y de ello debemos, con el corazón agradecido, alabar a Dios y dar testimonio, ante la comunidad cristiana que presidimos, de las maravillas que hace el Señor en medio de nosotros y a través de nosotros.
También aparecerán en nuestra memoria situaciones en las que no pudimos concretar una respuesta eficiente, debido a múltiples causas, que justificadamente o no, impidieron que ejerciéramos nuestro ministerio sacerdotal satisfactoriamente.
La lectura del Apocalipsis manifiesta que la plenitud del Reino de Dios será un Reino de Sacerdotes, es decir, donde todos podremos ver y hablar directamente con Dios, y recuerda que la finalidad de la misión de Jesucristo, al encarnarse es para redimir y transformar las realidades terrestres en las realidades celestiales, a las que hemos sido destinados por el amor misericordioso de Dios Padre.
El ministerio sacerdotal nos ha sido transmitido para conducir a la humanidad a su destino, no obstante, nuestras infidelidades y equivocaciones, a veces involuntarias pero reales, que van retrasando la llegada del Reino de Dios en plenitud. Sin embargo, también debemos descubrir otras muchas actividades, que hemos realizado y han servido para avanzar y pregustar las primicias del Reino.
Pidamos perdón al Señor de nuestras fallas y con gran esperanza renovemos, como lo haremos en unos momentos más, nuestras promesas sacerdotales, con plena confianza en el amor de Dios, que nos eligió para este ministerio, que conoce y que sostiene nuestra frágil condición humana.
Así juntos conmigo, Presbiterio y Obispos, realizaremos la consagración del Santo Crisma que nos permitirá transmitir la fuerza del Espíritu Santo a los bautizados en las diferentes situaciones de la vida humana, y de los Santos Oleos para preparar a los catecúmenos, y para asistir a los enfermos, especialmente en esta grave crisis ocasionada por la Pandemia.
De esta manera, con esperanza fundada podremos afirmar la acción actual y permanente del Espíritu Santo en su Iglesia, como Jesús y con Jesús, proclamando: “Hoy mismo se ha cumplido este pasaje de la Escritura que acaban de oír”. Amén
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