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Homilía del Arzobispo Carlos Aguiar en el Jueves Santo

Homilía del Arzobispo Primado de México en la Misa de la Cena del Señor.

9 abril, 2020
Homilía del Arzobispo Carlos Aguiar en el Jueves Santo
Jueves Santo. Misa de la Cena del Señor en la Basílica de Guadalupe.

“Sabiendo Jesús que había llegado su hora,… los amó hasta el extremo” (Jn 13,1).

Dos elementos son fundamentales para profundizar el evangelio de este día. El primero: sabiendo Jesús que había llegado su hora; es decir, la conciencia de su regreso al Padre era inminente. El segundo, la fuerte experiencia de amor por sus discípulos: los amó hasta el extremo. Ante la cercanía de la Pascua y la importancia de esta fiesta, Jesús anticipa la fecha para garantizar su celebración en la intimidad de los doce, en la última cena.

La Pascua, como lo expresa la primera lectura (Ex 12,1-14), recuerda la extraordinaria intervención divina, con la que Dios liberó al Pueblo de Israel de la esclavitud en Egipto. Jesús tiene intención explícita y consciente de relacionar y unir su misión y la entrega de su vida con la Celebración Pascual, para expresar la nueva liberación que ofrece Dios Su Padre, a sus discípulos y a todos los que acepten la gracia de la vida nueva en el Espíritu Santo para ser hijos de Dios y coherederos del Reino.

Así lo entendieron y asumieron sus discípulos y las primeras comunidades cristianas. Por ello, el Triduo Pascual de la Pasión, Muerte y Resurrección de Jesús son para nosotros los cristianos, la intervención salvífica definitiva de Dios en beneficio de la humanidad, fundamento de nuestra fe, y la principal fiesta litúrgica del año.

Esta intervención es el paso, es la Pascua del Señor, para mostrar el gran amor que tiene por nosotros; y por ello, Jesús se entregó a la muerte y muerte de cruz, dejando un testimonio contundente de un amor llevado hasta el extremo de dar la vida. San Pablo en la segunda lectura afirma: Hermanos: yo recibí del Señor lo mismo que les he trasmitido: que el Señor Jesús, la noche en que iba a ser entregado, tomó pan en sus manos, y pronunciando la acción de gracias, lo partió y dijo: “Esto es mi cuerpo, que se entrega por ustedes. Hagan esto en memoria mía” (1Cor. 11, 23-24).

Para actualizar este paso salvífico del Señor Jesús en favor de su pueblo, la primitiva comunidad cumplió con lo ordenado por el mismo Jesús, “Hagan esto en memoria mía”. Este “hagan esto” tiene dos dimensiones, la primera es realizar el gesto mismo de Jesús, como trasmitía San Pablo: Tomar pan y vino para ofrecerlos a Dios, y sean así transformados en presencia real y misteriosa del mismo Señor Jesús; en esto consiste la Celebración de la Misa. La segunda dimensión corresponde a cada discípulo de Jesús: Dar la vida como Jesús, amando al prójimo hasta el extremo.

Ambas dimensiones son necesarias y complementarias. Recibimos en la Celebración Eucarística a Jesús mismo para fortalecer nuestro espíritu, y tener la capacidad de dar la vida en el servicio a los demás. Y sirviendo a los demás, experimentamos la intervención de Dios en nosotros, que confirma la real presencia de Jesús en la hostia consagrada por el Sacerdote.

La última cena tiene una enseñanza fundamental para los discípulos de Jesucristo, muy difícil de comprender desde los conceptos habituales de autoridad, pensada ésta, como quien manda, y los demás a obedecer.

Por ello, Pedro no entiende lo que hace Jesús, y se resiste a que su Maestro le lave los pies. No entiende, que con este gesto, Jesús está exigiendo que en su comunidad de discípulos toda autoridad es para servir a los demás, y mostrar así el dinamismo del auténtico amor, del amor incondicional, generoso, que espera correspondencia desde y en la libertad.

Éste es el principio fundamental del estilo de vida que Jesús pide a la comunidad de sus discípulos: el servicio a los demás sin restricción y el reconocimiento incondicional a la dignidad humana, por encima de cualquier distinción por ser maestro o autoridad superior: Les aseguro que el servidor no es más grande que su amo ni el mensajero más grande que quien lo envió (Jn 13,16).

La gratitud por la compañía habitual de Jesús Sacramentado en nuestra vida diaria, convierte la celebración del Jueves Santo en una celebración festiva. La Iglesia por estas razones, agradecida con Dios, Trinidad Santa, celebra hoy: La Institución de la Eucaristía, la Institución del Sacerdocio Ministerial al servicio de los fieles, y la Institución del mandamiento fundamental, amar a Dios sobre todas las cosas, y al prójimo como a ti mismo, especialmente en la persona de los más necesitados, indigentes, enfermos, reclusos, abandonados, migrantes, excluidos, adictos, y en general, a los pobres, definidos por la carencia de sentido en su vida.

Esta vez, celebramos la Semana Mayor, y el Triduo Pascual, en presencia virtual por causa de la pandemia, que está creciendo en nuestra Patria. Los invito por ello, a poner toda nuestra confianza en Dios, Padre de Misericordia, que ciertamente no nos dejará en la orfandad, ni sumidos en la tristeza vacía, sino que compensará abundantemente los esfuerzos en favor de quienes en el cuidado de la salud, o en la ayuda económica, en la situación familiar o profesional, están cumpliendo su deber de auxiliar para disminuir los efectos de la epidemia.

Primero en silencio, y luego juntos, expresemos nuestra súplica, a nuestra querida Madre, María de Guadalupe:

Bajo tu amparo nos acogemos, Santa Madre de Dios,
escucha nuestras oraciones, atiende nuestras súplicas,
acompáñanos, protégenos, cuídanos.
Bajo tu amparo nos quedamos, Señora y Madre Nuestra,
te lo pedimos, por tu Hijo Jesucristo, Nuestro Señor. Amén.