“El Reino de los cielos se parece también a un hombre que iba a salir de viaje a tierras lejanas; llamó a sus servidores de confianza y les encargó sus bienes. A uno le dio cinco talentos; a otro, dos; y a un tercero, uno, según la capacidad de cada uno” (Mt. 25, 14-15).
¿A quién representa ese hombre, que sale de viaje a tierras lejanas, y que sirve de ejemplo para explicar en qué consiste el Reino de los Cielos? Sin duda es Jesucristo, que se ha encarnado para manifestar el Reino de los Cielos, y ha regresado a esas tierras lejanas; es decir, la casa de su Padre, dejando a sus discípulos, servidores de confianza, la tarea de anunciar, explicar y compartir los dones, que expresan el Reino de los Cielos.
Pero este Señor volverá cuando menos lo esperemos, como afirma la parábola: Después de mucho tiempo regresó aquel hombre y llamó a cuentas a sus servidores. Representa el transcurso de nuestra vida terrestre, del cual al final de nuestra vida daremos cuenta al Señor sobre la encomienda que ha dejado, a todos y cada uno de los discípulos suyos, de hacerlo presente en el mundo, y dar a conocer el inmenso amor que nos tiene.
Quienes hayamos cumplido nuestra misión, conforme a nuestras capacidades y recursos, escucharemos con asombro: “Te felicito, siervo bueno y fiel. Puesto que has sido fiel en cosas de poco valor te confiaré cosas de mucho valor. Entra a tomar parte en la alegría de tu señor”. En cambio, serán reprobados, quienes hayan tenido miedo y no hayan aprovechado sus pocas o muchas cualidades y dones, como el tercer servidor de la Parábola: “Señor, yo sabía que eres un hombre duro, que quieres cosechar lo que no has plantado y recoger lo que no has sembrado. Por eso tuve miedo y fui a esconder tu talento bajo tierra. Aquí tienes lo tuyo”.
Casi siempre al escuchar esta Parábola consideramos el aspecto personal de poner a trabajar los recursos y habilidades, que hemos recibido o adquirido sin embargo la aplicación de esta enseñanza se extiende mas allá de las responsabilidades individuales, como lo ha desarrollado la enseñanza y doctrina social de la Iglesia. Tenemos una responsabilidad social fundamentada en la enseñanza de Jesús, al clarificar que el mandamiento más importante y fundamento de todos los demás, es amar a Dios sobre todas las cosas, y al prójimo como a tí mismo.
Bajo esta enseñanza entran realidades importantes que debemos atender, como el cuidado y la eficaz responsabilidad de todas las Instituciones para que presten servicios de calidad, de acuerdo a la finalidad para la que fueron establecidas. Aquí corresponden la honesta administración financiera, la profesionalidad del personal, la buena gestión de los servicios, y el respetuoso trato, a quienes acuden para ser atendidos. Buenas Instituciones y bien calificadas en su servicio expresan, como sociedad, que manifestamos el Reino de Dios en medio de nosotros.
Por eso toda administración, incluidas las mismas Iglesias, no debe tener como primer objetivo enriquecerse, ya que la bonanza económica viene por añadidura, de acuerdo al dicho de Jesús: “Busquen primero el Reino de Dios y hacer su voluntad, todo lo demás les vendrá por añadidura” (Mt. 6, 33). Toda administración debe tener siempre la finalidad de producir de manera eficiente y honesta los recursos y productos que requiere la Institución; y destinarlos para servicio de la sociedad.
Por tanto, la responsabilidad personal se extiende a todos los campos, y la primera instancia para formar, con esta mentalidad y actitud, es la familia. En este sentido es elocuente escuchar el elogio de la Mujer hacendosa, que complementa con su trabajo el esfuerzo de su marido para bien de su hogar, de sus hijos, y de los pobres: Adquiere lana y lino y los trabaja con sus hábiles manos. Sabe manejar la rueca y con sus dedos mueve el huso; abre sus manos al pobre y las tiende al desvalido.
De ahí la claridad del texto afirmando, que es mayor el valor del capital humano, que el valor del capital monetario: Dichoso el hombre que encuentra una mujer hacendosa: muy superior a las perlas es su valor. Su marido confía en ella y, con su ayuda, él se enriquecerá; todos los días de su vida le procurará bienes y no males.
No dudemos en desarrollar nuestras capacidades, habilidades y recursos para ser bien administrados, y den el mayor fruto posible; ya que es ésta la manera para caminar en esta vida terrestre como Hijos de la Luz, como testigos del Reino de Dios, como mensajeros de la Paz y el Amor. Hagamos así nuestra la recomendación de San Pablo: “ustedes no viven en tinieblas, sino que son hijos de la luz y del día, no de la noche y las tinieblas. Por tanto, no vivamos dormidos, como los malos; antes bien, mantengámonos despiertos y vivamos sobriamente”.
Este Domingo, previo a la Solemnidad de Cristo Rey del Universo, el Papa Francisco lo ha declarado día de la Jornada Mundial de los Pobres. En ella estamos concluyendo la Megamisión 2020, realizada en el contexto de la pandemia. Demos gracias a Dios por lo que se ha hecho, y pidamos que recompense a todos los que de una u otra forma han participado. ¡Pero la Misión de la Iglesia no termina, ésta debe estar siempre presente en todas las actividades de los bautizados!
Unámonos a este gran esfuerzo, que requiere anunciar y testimoniar con nuestra vida que el Reino de Dios ya está presente entre nosotros. Cada quien en su campo, en sus contextos, mirando y apreciando siempre a los demás como hermanos, y auxiliando las necesidades más apremiantes de los pobres que encontremos en nuestro camino.
Esta ha sido la razón, de la presencia en nuestra Patria, de nuestra Madre, María de Guadalupe, siempre atenta y dispuesta a mostrarnos el camino para encontrar a su Hijo Jesucristo, a través del servicio a los demás, especialmente a los necesitados. Pidámosle a ella nos anime y fortalezca en la misión de la Iglesia: anunciar y testimoniar que ¡Cristo vive y está en medio de nosotros!
Señora y Madre nuestra, María de Guadalupe, consuelo de los afligidos, abraza a todos tus hijos atribulados, ayúdanos a expresar nuestra solidaridad de forma creativa para hacer frente a las consecuencias de esta pandemia mundial, haznos valientes para acometer los cambios que se necesitan en busca del bien común.
Acrecienta en el mundo el sentido de pertenencia a una única y gran familia, tomando conciencia del vínculo que nos une a todos, para que, con un espíritu fraterno y solidario, salgamos en ayuda de las numerosas formas de pobreza y situaciones de miseria.
Anima la firmeza en la fe, la perseverancia en el servicio, y la constancia en la oración. Nos encomendamos a Ti, que siempre has acompañado nuestro camino como signo de salvación y de esperanza. ¡Oh clemente, oh piadosa, oh dulce Virgen, María de Guadalupe! Amén.
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