Iglesia en México

Arzobispo Aguiar: Un llamado al perdón y a la reconciliación

El Arzobispo Carlos Aguiar Retes presidió la Misa dominical en la Basílica de Guadalupe donde hizo un llamado a la reconciliación y al perdón para fortalecer el tejido social del país.

“Cuántos matrimonios se mantendrían fieles y en armonía, si aprendieran a comprenderse, aceptando que no somos perfectos (…) Cuántas situaciones de conflicto, drama y dolor injustificado se resolverían si promovemos este proceso. Gracias al perdón y la reconciliación se superarían la rivalidad, el odio, el rencor, o el deseo de venganza”, dijo en su homilía.

El Arzobispo Primado de México, Carlos Aguiar Retes, presidió la Misa dominical. Foto: INBG/Cortesía.

“Cuántos homicidios se evitarían, si a los delincuentes recluidos se les ofreciera la posibilidad de un acompañamiento de desarrollo humano-espiritual, que los condujera a la recuperación de su propia dignidad; porque solo así reconocerán y respetarán la dignidad de los demás”, agregó.

En su homilía, el Arzobispo Carlos Aguiar pidió afrontar los grandes desafíos, como la violencia y la inseguridad con la fe recibida por Jesucristo, así como crecer en la esperanza y la caridad. Además, resaltó la misión de las religiones en acompañar los procesos de desarrollo humano espiritual, para lograr la reconciliación y la paz

La Misa se llevó a cabo sin la presencia de fieles debido a la pandemia de COVID-19. En las intenciones se pidieron por los enfermos, por sus familiares y por el personal de salud.

Esta es la homilía completa del Arzobispo: 

“Si cuando éramos enemigos de Dios, fuimos reconciliados con Él por la muerte de su Hijo, con mucho más razón, estando ya reconciliados, recibiremos la salvación, participando de la vida de su Hijo” (Rom. 5, 10).

Hoy la Palabra de Dios presenta tres temas interrelacionados. La reconciliación: “fuimos reconciliados por Dios Padre por la muerte de su Hijo”. La necesidad de contar con buenos Pastores: “La cosecha es mucha y los trabajadores, pocos. Rueguen, por tanto, al dueño de la mies que envíe trabajadores a sus campos”. La misión de anunciar el Reino de Dios: “Vayan y proclamen por el camino que ya se acerca el Reino de los cielos”.

Para que haya reconciliación el camino es el perdón, y para perdonar es necesario el amor. Nadie puede afirmar que ama cuando no ha experimentado el perdón. Por eso, afirma san Pablo de manera contundente: “la prueba de que Dios nos ama está en que Cristo murió por nosotros, cuando aún éramos pecadores”. Este es el punto de partida, reconocer y agradecer a Dios su amor, sabiendo que Él me perdona porque me ama.

¿Cómo promover el proceso del perdón para llegar a la reconciliación? Debemos primero distinguir la diferencia entre el resentimiento y el perdón. El resentimiento es generado por una injusticia, por una infidelidad, por un homicidio de un ser querido, por una traición; ante ese acontecimiento inesperado y traumatizante surgen los sentimientos de dolor y de impotencia, de odio y de venganza. Por tanto, el resentimiento se mueve en el campo de la emotividad que ha sido herida, y es muy justificable el rechazo a la persona que provocó el hecho doloroso.

En cambio, el perdón se mueve en el campo de la voluntad, es una decisión racional y espiritual, que asumo, superando mis heridas y mi dolor por lo acontecido, motivado por los valores de la fe, y especialmente por el ejemplo de Jesucristo. Lo cual no quita que mis heridas estén presentes, y que serán sanadas no simplemente por el pasar del tiempo, sino serán más rápidamente curadas por el efecto de perdonar, lo cual me llevará a crecer en mi capacidad de amar, como Dios nos ama.

Cuántos matrimonios se mantendrían fieles y en armonía, si aprendieran a comprenderse, aceptando que no somos perfectos, y que nos equivocamos, aceptando que somos culpables sin tratar de defender a toda costa mis errores con mentiras y falsos testimonios.

Cuántas situaciones de conflicto, drama y dolor injustificado se resolverían si promovemos este proceso. Gracias al perdón y la reconciliación se superarían la rivalidad, el odio, el rencor, o el deseo de venganza. Cuántos ambientes laborales y sociales mejorarían las relaciones humanas y las personas serían más eficaces y solidarias.

La Misa se llevó a cabo sin la presencia física de fieles debido a la pandemia de COVID-19. Foto: INBG/Cortesía.

Cuántos homicidios se evitarían, si a los delincuentes recluidos se les ofreciera la posibilidad de un acompañamiento de desarrollo humano-espiritual, que los condujera a la recuperación de su propia dignidad; porque solo así reconocerán y respetarán la dignidad de los demás.

Ante tal situación se hace indispensable promover procesos que fortalezcan el tejido social. La fe cristiana y las religiones en general, tenemos la misión de anunciar el Reino de Dios, que consiste en acompañar los procesos de desarrollo humano espiritual, en particular este proceso de educar en la capacidad de perdonar y lograr la reconciliación, para alcanzar la paz social, que tanto anhelamos.

Los Obispos de México en el año 2010, en el documento Que en Cristo Nuestra Paz, México tenga Vida Digna (No.104), sobre la necesidad de fortalecer el tejido social, afirmábamos: La fragmentación social, la frágil cohesión social, el individualismo y la apatía han introducido en distintos ambientes de la convivencia social la ausencia de normas, que tolera que cualquier persona haga lo que le venga en gana, con la certeza de que nadie dirá nada.

Para la promoción del perdón y de la reconciliación es indispensable ser ayudados, y para eso algunos hemos sido llamados al ministerio sacerdotal, es parte importante de la actividad de un buen pastor, que conozca a su comunidad y sepa conducirla.

La responsabilidad de un Buen Pastor, es ayudar a quien se encuentra abatido, desamparado, o agotado, como lo expresa “Jesús al contemplar las multitudes, se compadecía de ellas, porque estaban extenuadas y desamparadas”. Jesús es consciente de la necesidad de auxiliar a la multitud de personas agobiadas, y por eso recomienda: “Rueguen, por tanto, al dueño de la mies que envíe trabajadores a sus campos”. No dejemos de orar por las vocaciones sacerdotales, el Papa Francisco nos ha convocado del 4 al 19 de este mes, a una jornada de oración por los sacerdotes. La misión de anunciar el Reino de Dios presente entre nosotros, culmina el proceso iniciado con la experiencia del perdón y reconciliación, acompañado de un buen pastor.

La misión de proclamar el Reino de Dios es más eficaz cuando va acompañada de testimonios de familias y comunidades cristianas, que confirman con su vida, que es factible la reconciliación en todas las dimensiones de la vida social.

Ante los grandes desafíos que afrontamos de la inseguridad y violencia, confiemos en la fe recibida por Jesucristo, quien con su vida nos manifestó a un Dios Padre, que nos ama entrañablemente, crezcamos en la virtud de la esperanza, y vivamos la caridad, que no es otra cosa que corresponder con la asistencia del Espíritu Santo al amor infinito y eterno de Dios Trinidad.

Nuestra Madre, María de Guadalupe así lo vivió, y tiene toda la disposición de ayudarnos a vivirlo también nosotros, para eso vino a nuestras tierras, ella desea un pueblo reconciliado, unido y en paz, por eso, se ha quedado entre nosotros, dejándonos su hermosa y tierna imagen en la tilma de San Juan Diego, prolongando el amor y la misericordia de Dios Padre. Encomendémosle nuestras preocupaciones.

Santa Misa en la Basílica de Guadalupe. Foto: INBG/Cortesía.

Señora y Madre nuestra, María de Guadalupe, consuelo de los afligidos, abraza a todos tus hijos atribulados, ayúdanos a expresar nuestra solidaridad de forma creativa para hacer frente a las consecuencias de esta pandemia mundial, haznos valientes para acometer los cambios que se necesitan en busca del bien común.

Acrecienta en el mundo el sentido de pertenencia a una única y gran familia, tomando conciencia del vínculo que nos une a todos, para que, con un espíritu fraterno y solidario, salgamos en ayuda de las numerosas formas de pobreza y situaciones de miseria.

Anima la firmeza en la fe, la perseverancia en el servicio, y la constancia en la oración.

Nos encomendamos a Ti, que siempre has acompañado nuestro camino como signo de salvación y de esperanza. ¡Oh clemente, oh piadosa, oh dulce Virgen, María de Guadalupe! Amén.

 

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DLF Redacción

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