Un lápiz y una libreta, además de su fe, fueron de los mejores amigos de Fray Gabriel Chávez de la Mora por más de nueve décadas. Lo acompañaron como sus únicos juguetes de la infancia y en la creación de sus trabajos más reconocidos. El arquitecto y monje benedictino falleció el 17 de diciembre de 2021.
Con solo lápiz y papel construyó el estilo que definió sus facetas como artista: modernista, con simplicidad de materiales y aprovechamiento de los recursos naturales, combinación que dejó huella en cientos de obras en el país y fuera de él.
En entrevista, el arquitecto benedictino recordó que sus creaciones, incluso las más apreciadas, no siempre fueron bien recibidas.
“Nunca quise ser un referente de la arquitectura, ni tampoco pensé trabajar en lugares tan importantes como el Vaticano. De niño me entretenía con un lápiz y papel, y más grandecito hacía mis maquetitas”, dice en entrevista con Desde la fe.
Fray Gabriel Chávez de la Mora nació en Guadalajara en 1929, en una familia católica formada por cinco hijos, tres de los cuales siguieron el camino de la vida religiosa. La arquitectura fue su primer llamado, por lo que en 1955 fue el primer egresado de la escuela de Arquitectura de la Universidad de Guadalajara (UDG). Apenas salió, ingresó al Monasterio Benedictino de Santa María de la Resurrección, en Cuernavaca.
Recuerda que, en ese entonces, el rumor de que la Iglesia renovaría su arquitectura fue el detonante para unirse a la vida monástica. Su primera obra fue la restauración de la Capilla del Monasterio de Santa María de la Resurrección en Ahuacatitlán, Morelos, que hasta la fecha recuerda como su encargo más querido. Y entre sus trabajos más destacados están la Abadía del Tepeyac, el acondicionamiento litúrgico de la Basílica de Guadalupe y la Capilla de Nuestra Señora de Guadalupe en el Vaticano.
“La crítica a mi trabajo siempre ha existido, sobre todo desde la capilla de Cuernavaca cuando puse el presbiterio como parte central del recinto, para que todos pudieran formar parte de la liturgia. Este diseño se hizo antes de que se diera a conocer el Concilio Vaticano II, que pedía una renovación de la Iglesia a los tiempos modernos que se vivían. La crítica más aguerrida fue cuando renové litúrgicamente la Catedral de Guadalajara; hubo pancartas, insultos y hasta periodicazos, pero ahora ya soy el consentido, la catedral funciona y muy bien”, rió al recordar aquellos días.
Ofreció más de 50 de servicio en la Basílica de Guadalupe como asesor litúrgico y más de 65 años como arquitecto. Hasta el último de sus días, su talento artístico y su memoria estuvieron llenas de proyectos.
La figura clave para que el trabajo de Fray Gabriel llegara al Tepeyac fue el arquitecto Pedro Ramírez Vázquez, encargado de construir la Nueva Basílica de Guadalupe.
Ambos se conocieron en 1955, cuando Ramírez Vázquez fue sinodal en el examen profesional de Chávez de la Mora. “Mi papá quedó impresionado por su talento como diseñador”, recuerda Javier Ramírez Campuzano, hijo del reconocido arquitecto.
Años después lo contactó para que elaborara algunas de las medallas y souvenirs de las Olimpiadas de 1968. A partir de ahí. la relación laboral continuó. “Mi padre no delegaba con facilidad, pero a Fray Gabriel le permitía hacer aportaciones y a ojos cerrados lo dejaba al frente”, asegura.
En 1974 iniciaron los trabajos del santuario mariano, donde el monje fue coautor de la construcción y responsable del acondicionamiento litúrgico del santuario.
“Al principio la gente no entendía sus obras, pero después reconocieron que cumplían los cánones religiosos y de funcionalidad, lo que le dio renombre a nivel mundial. Hicieron un gran trabajo de equipo”, dice Ramírez Campuzano.
A lo largo de 50 años, Fray Gabriel dejó impresa su huella en la Basílica de Guadalupe, fue el canónigo encargado de conservar la funcionalidad del recinto y de renovar algunos templos que se ubican en la Villa de Guadalupe.
Por 15 años, el arquitecto Timoteo Pineda, jefe de obras del santuario mariano, trabajó con él, a quien considera como un gran maestro. “Fue un gran ser humano y sacerdote. Nunca perdió su sencillez y su calidad humana. Fue un hombre modesto, sencillo y disciplinado”.
A su modo de ver, Fray Gabriel fue más artesano que arquitecto, pues siempre hizo a mano los trazos, pensó el proyecto, lo estudió y ejecutó. Aunque fue visible el paso del tiempo por su cuerpo, su fe, memoria y capacidad creativa parecieron las de un intrépido joven.
A sus 93, siguió activo profesionalmente, sus últimos proyectos se concentraron en gran parte del Bajío, y es en Guadalajara donde encontró a otro de sus colaboradores, el arquitecto Luis Miguel Argüello Alcalá, quien le apoyó para la ejecución de varias obras, como el Santuario de Santo Toribio Romo, en Jalisco.
“Fray Gabriel Chávez de la Mora tenía cuatro carismas muy importantes: sacerdote, liturgo, arquitecto y artista”, comenta Timoteo Pineda.
“Estos son elementos fundamentales para realizar arte sacro y obras de excelencia. Además, no escatimaba, siempre estaba dispuesto a enseñar, era muy exigente, detallista y sencillo. Tenía una gran facilidad para trazar grandes proyectos con tan solo la ayuda de lápiz y papel”.
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