Cuando la Divina Providencia actuó a favor de unas niñas ciegas
Cuando la Divina Providencia interviene, lo hace de manera tan clara y oportunamente que no cabe duda de dónde viene la ayuda recibida.
Mi mamá, qepd, tenía una fe inquebrantable en la Divina Providencia. Y nunca quedó defraudada.
Hay una anécdota muy especial que muestra cómo la Divina Providencia intervino tan clara y oportunamente, que no se podía dudar de dónde vino la ayuda recibida.
Todo empezó cuando en la escuela donde estudiamos mis hermanas y yo, invitaron a las mamás a conocer a un grupo de niños invidentes que explicaron cómo leían con el sistema Braille y qué dificultades enfrentaban en su vida cotidiana. Mi mamá quedó impactada, se lo comentó a mi abuela, y ambas se preguntaron si esos niños recibían instrucción religiosa.
Ni tardas ni perezosas, al día siguiente se presentaron ambas en la ‘Escuela para la Rehabilitación de Niños Ciegos’, en Coyoacán, donde los niños estudiaban. Hablaron con la directora, le plantearon su inquietud, y ésta de buena gana aceptó que mi mamá y mi abuela les enseñaran el catecismo a los niños.
Mi mamá invitó a algunas amigas suyas a unírsele, y así empezaron a ir a enseñarles la fe a los niños. Cuando sus primeros alumnos hicieron la Primera Comunión, ellas siguieron frecuentándolos pues eran sus madrinas.
Entonces un día una señora le dijo a mi mamá que estaba preocupada, pues el domingo anterior había invitado a su ahijada a comer, y cuando ya en la nochecita la fue a llevar a donde ésta vivía, vio que era un ambiente muy feo, lleno de pandillas y drogadictos, y que por donde la niña iba a pasar ¡había un borracho tirado en la banqueta!
Mi mamá entonces se planteó fundar una casa hogar en la que pudieran vivir las niñas invidentes durante la semana. En las mañanas seguirían asistiendo a la escuela y al terminar las clases las llevarían a la casa hogar, donde recibirían clases de música y de manualidades, y estarían en un ambiente protegido. Los fines de semana podrían ir sus familiares por ellas.
Fundaron un patronato (Amigos del Estudiante Invidente, cuyas siglas son ADEI, que significa: a Dios, porque todo lo ponía mi mamá en manos de Dios). Consiguieron que unas religiosas se hicieran cargo de la atención de las niñas, rentaron una casa cercana a la escuela y empezaron a recibir a las primeras nenas invidentes que vivirían allí.
Mi mamá iba todas las tardes a rezar el Rosario con ellas y a darles de merendar. La querían mucho.
Todo iba muy bien, pero surgieron dos problemas: el primero fue que se llenó el cupo de la casa y todavía había solicitudes para ingresar, y el segundo, es que la casa en sí estaba un poco deteriorada, urgía cambiarse a otra parte. Pero ¿a dónde y con qué recursos? La obra se sostenía de donativos que apenas alcanzaban para cubrir los gastos diarios.
Mi mamá se encomendó a la Divina Providencia y se quedó tranquila.
Al poco tiempo le avisaron que una ancianita, a la que había conocido hacía mucho, le había dejado, para la casa hogar, en herencia, $475, 000 pesos. No era mucho, pero alcanzaba para comprar alguna propiedad no muy cara.
Unos días después, una amiga de mi mamá le fue a avisar que se había enterado de que unas religiosas iban a dejar, y a poner a la venta, una casa que tenían en Tlalpan, que había servido de asilo y que podía servir para la casa hogar. El diálogo terminó así:
-¿Quieres ir a verla, Cristi?
-¡Sí, claro!
-¿Cuándo?
¡Pues ahorita!
Y ahí fueron en ese mismo momento las dos a ver la casa. Les gustó mucho, les pareció perfecta para lo que necesitaban.
Hablaron con la superiora y le dijeron que les interesaba. Entonces mi mamá preguntó cuánto pedían por la casa. Cuando la superiora le dijo la cantidad, la amiga de mi mamá casi se cae de espaldas, pero mi mamá no, porque ya sabía que la Divina Providencia no la defraudaría: Pedían por la casa $475,000 pesos, exactamente la misma cantidad que poco antes le había heredado la viejita.