Aleksander Iwaszczonek es el sacerdote polaco que recibió como regalo un solideo del papa Benedicto XVI. Fue el 13 de diciembre del 2022 cuando el religioso de la Orden de Clérigos Regulares Teatinos obtuvo este obsequio de parte del Papa emérito, a través de su secretario particular Mons. Georg Gaenswein. Desde la fe pudo conversar con él durante los funerales del pontífice, y nos compartió su historia, la cual reproducimos íntegra:
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La noticia de la muerte del Papa Benedicto XVI el 31 de diciembre pasado, sacudió a todo el mundo católico y de modo especial afectó a toda mi persona, también emocionalmente, porque gracias a él, principalmente, me hice sacerdote. La conciencia de que el Hombre más ilustre de nuestro siglo nos ha dejado, me ha postrado íntima y sensiblemente, y sólo el ver, en un inmenso océano de dolor, muchísimas personas expresar su admiración y gratitud por el don de la vida de Joseph Ratzinger – Benedicto XVI – teólogo, profesor, arzobispo, cardenal, prefecto de la Congregación para la Doctrina de la Fe y finalmente Papa – me ha sido de inmenso consuelo espiritual.
El 19 de abril de 2005, día en que fue elegido cardenal Ratzinger, yo tenía casi 17 años y estaba preparando los exámenes para ser admitido en la Universidad Jaguelónica de Cracovia en Polonia. En ese momento me atraía la historia, y ya me veía, en un futuro inmediato, como profesor de historia o como archivista. Ese cónclave, sin embargo, inesperadamente cambió mi vida para siempre.
En mi familia se vivió con gran intensidad la muerte de san Juan Pablo II. Recuerdo que hasta el funeral observamos el luto, verdadero y propio, como si hubiéramos perdido a un querido familiar. Tan pronto como el Papa polaco fue enterrado, mi abuela expuso en toda la casa las imágenes de Wojtyła colocándolas entre las de los santos, y nos dijo que desde ese momento debíamos rezar no por el eterno descanso, sino a San Juan Pablo II. Fue una experiencia religiosa muy fuerte.
Y con la misma atención con la que seguí los funerales del Papa polaco, así seguí el cónclave que eligió al Pontífice alemán, convirtiéndose en el Papa de mi juventud. Y precisamente bajo la guía de Benedicto XVI comenzó mi recorrido espiritual e intelectual.
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Por primera vez vi a Benedicto XVI en ocasión de su visita a Polonia – era viernes del 26 de mayo del 2006, antes de la Misa de las 9:30, celebrada en la plaza de J. Piłsudski en Varsovia. El Papa, con la puntualidad clásica alemana, con 10 minutos de antelación, pasó entre los fieles para saludarlos.
Siendo yo entonces un joven estudiante, providencialmente me encontré cerca de la valla, y, por tanto, mientras pasaba el papamóvil nuestras miradas se cruzaron: la mía con la del Papa. Nunca olvidaré aquella emoción de poder finalmente ver al Papa de cerca y no solo en la televisión; la alegría y la admiración me llenaban el corazón, y aún más el asombro, indecible, al mirar su rostro soleado y lleno de luz en ese día nublado y lluvioso. Para un joven de casi 18 años fue una experiencia memorable.
Desde ese momento me enamoré del Papa Benedicto XVI – ¡”mi Papa”! ¡No hubo homilía, Ángelus, viaje apostólico o libro del papa Ratzinger que yo no haya leído! Cada día me consolidaba en la idea de querer ser un soldado del ejército de Benedicto XVI, que yo considero ya Doctor de la Iglesia, porque hizo descubrir y reveló la inmensa profundidad y belleza de nuestra fe cristiana. Sin el Papa Ratzinger yo no sería lo que soy hoy como hombre y cristiano.
Así que después de terminar mis estudios en historia y archivística, me uní a la Orden de Clérigos Regulares Teatinos, fundada por San Cayetano en 1524 con el fin de reformar el clero. En varias ocasiones, viviendo aquí en Italia, en Nápoles, participé en el Ángelus y en las celebraciones presididas por el Papa, de las cuales dos me quedaron impresas de modo particular.
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La primera fue la beatificación de Juan Pablo II, que tuvo lugar el 1 de mayo de 2011 – como joven seminarista polaco no podía faltar a esta celebración. La homilía y la misma proclamación del papa Wojtyła a beato por parte de Benedicto XVI me han conmovido intensamente. Recuerdo cómo la gente en la plaza decía: “¡También este Papa es santo y es humilde!”.
La segunda fue el último encuentro con el clero de Roma, que tuvo lugar el 14 de febrero de 2013 en el aula de Pablo VI. Recuerdo el largo aplauso de los presentes y el afecto paterno mostrado por el Papa hacia nosotros, sus palabras que me sonaban como una especie de advertencia quedan grabadas en mi corazón. Todos, seminaristas y sacerdotes, nos sentíamos sus hijos amados, queridos, recuerdo que muchos lloramos en esa sala, como hijos que fueron separados del Padre. Fue una experiencia que todavía me da escalofríos.
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El regalo más grande de la Providencia que he podido tener ha sido mi ordenación sacerdotal, conferida el 16 de julio de 2017 por Mons. Georg Gaenswein, Secretario particular del Papa y Prefecto de la Casa Pontificia, ordenado obispo el 6 de enero de 2013 por el mismo Benedicto XVI. No tengo palabras suficientes para expresar mi felicidad y mi gratitud a Mons. Georg por el privilegio de ser ordenado sacerdote gracias a la imposición de sus manos. Toda la celebración de mi ordenación ha sido vivida también como sincero tributo de gratitud al pontificado de Benedicto XVI.
En aquella ocasión recibí como don, a través del arzobispo Gaenswein, el libro “Teología de la Liturgia” con la dedicación del papa Benedicto XVI, que simbólicamente fue la coronación de mi itinerario formativo, como sacerdote, en la escuela ratzingeriana. Uno solo puede imaginar lo que un neo-presbítero polaco puede sentir al recibir tal regalo.
Recibí otro don de la Providencia el 13 de diciembre de 2022 con ocasión de la fiesta de Santa Lucía, pocos días antes de que Benedicto XVI dejara este mundo, siempre intercediendo por la amabilidad de Mons. Georg, el solideo blanco del Papa Ratzinger. Este don fue una verdadera iluminación, me abrió los ojos al ver el 31 de diciembre de 2023 de manera espiritual, es decir, como dies natalis de un Gran Santo, Doctor Ecclesiae.
De hecho, muchísimas personas reunidas en la Basílica de San Pablo Mayor en Nápoles han querido honrar esta “reliquia” del “Papa de la humildad“: así lo han llamado los fieles. Y también yo, siguiendo la enseñanza y el ejemplo de mi abuela, expuse en mi cuarto las imágenes del Pontífice difunto entre los santos, confiando mis intenciones y las de los fieles a la intercesión de “san” Benedicto XVI.
Además, tuve la gracia de poder rezar ante el cuerpo del Pontífice expuesto en la Basílica de San Pedro y lo que más me llamó la atención fue la presencia devota y constante, además de las Memores, de Mons. Georg que, con extrema humildad y excepcional cordialidad, aunque absorto en la oración, lograba notar las lágrimas de los fieles que lloraban a Benedicto XVI. Muchísimos cardenales, políticos, religiosos y laicos dadan sus condolencias a Mons. Georg, el Secretario semper fidelis. Conservo en mis ojos, con gran inquietud, estas imágenes de amistad sacerdotal y fidelidad amistosa, que no se evaporan ni siquiera ante la muerte.
El 5 de enero de 2023 pude también concelebrar la Misa exequial. Me conmovió mucho ver la mitad de la plaza ocupada por sacerdotes y no olvidaré el grito de uno de los sacerdotes, mientras el cuerpo de Ratzinger era llevado dentro de la basílica: “¡Gracias Benedicto!” y ese largo aplauso de los sacerdotes que siguió inmediatamente después, a la manera del 14 de febrero de 2013.
Toda la plaza decía “¡Santo subito!” – Nunca en mi vida he estado tan en sintonía con la multitud como en aquella ocasión. Después de la ceremonia, al salir de la plaza, me encontré con muchísimos jóvenes italianos, polacos, alemanes y otros, que llevaban en la mano pancartas con inscripciones como: “Santo subito”, “Doctor de la Iglesia”, “Benedicto XVI Magno”. Todo esto me llenó de una alegría tal que transfiguró esa mañana oscura, envuelta en la niebla.
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Ahora me queda el gran honor y la carga de testimoniar el magisterio de Benedicto XVI, el Papa de mi juventud, sin el cual, como ya he observado, nunca habría sido sacerdote.
Mi sacerdocio, por tanto, está inseparablemente unido a Benedicto XVI, también de modo sacramental, obviamente a través de Mons. Georg, a quien yo personalmente admiro mucho por su dedicación, su fidelidad y todos sus sacrificios, hechos para honrar a la Iglesia durante estos 20 años al lado de Ratzinger. Y, personalmente, creo que, gracias al arzobispo Gaenswein, Benedicto XVI sigue presente en medio de nosotros.
Durante los funerales en la plaza de San Pedro he escuchado repetidas veces esta frase: “Benedicto XVI fue el Papa de los sacerdotes”, y es verdad y como testimonio y confirmación concluyo que Benedicto XVI ha sido y sigue siendo el Papa de mi sacerdocio.
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