Uriel nació y creció en la ciudad de Campeche, al sur de México. Tiene 42 años, vive en el Barrio de Santa Ana. Su bisabuelo, quien era chamán y brujo, lo consagró al demonio, y con él a toda su generación, esto ha traído un sufrimiento en Uriel, quien aún sigue padeciendo las consecuencias de la consagración y maldición de su abuelo. Sigue poseído y sigue luchando por liberarse de las garras del demonio con ayuda de varios sacerdotes. Esta es parte de su historia.
-¿Dónde empieza tu historia de ataduras?
Siempre fui un chico muy inquieto, me involucré en cosas que no debí haber hecho desde joven.
-¿Cómo cuáles?
Tocaba en bandas de metal pesado, siempre fui muy de izquierda, un chico idealista. Comúnmente se les llaman ovejas negras, pero sólo somos ovejas. Tuve mucha libertad, la libertad que me llevó a tener compromisos dentro de mi edad.
A los 18 años ya tenía un hijo y no tenía la capacidad para hacerlo. A esa edad me salí de mi casa, casado, y no volví hasta los 32 años.
Caminé por muchas cosas, cosas del mundo que son difíciles, y más con un corazón sin Dios, sin caridad humana; sin virtudes que te da el Espíritu Santo.
Todo fue como una olla de presión, nunca tuve la percepción de lo que sucedía en mi entorno: alcohol, drogas.
-¿Eras adicto?
Sí. El entorno, la música, me llevaron a ese punto, tanto, que perdí a mi familia. En ese proceso, tomé como unos ocho meses de libertad y elevé una cúspide hacia mi desgracia.
Hice cosas que me generan vergüenza. En el parque principal de mi ciudad tocaba en un grupo con el que grité cosas blasfemas y horribles frente a la iglesia. Fui una persona mala y grotesca con Dios.
En medio de todo ese descontrol, llegó un momento en que estaba viviendo solo, no me daba cuenta que en todo estaba sumergido solo. En una ocasión fuimos a tocar a Villahermosa y alguien del grupo se me acercó y me dijo que buscara ayuda, tal vez no era la ayuda que yo buscaba, pero ahí comenzó la verdadera hilacha.
-¿Qué había pasado?, ¿por qué te dicen que busques ayuda?
Porque llevaba muchos días bebiendo y consumiendo drogas, y andaba muy alterado. Llegué al punto en que no bebía agua, bebía vodka.
Hubo una mujer en mi vida, bueno, sigue estando porque todavía cuida a mis papás, que cuando nació mi hijo “F”, el más pequeño, busqué a una persona que me ayudara porque los hermanos se llevan muy poco tiempo. Y llegó una señora, doña María, que es como una mamá para mis hijos.
Cuando mi familia se fue, y me abandonó por mis excesos, ella seguía yendo a mi casa, tenía las llaves y muchas veces pasaba caminando, veía mi auto y la luz prendida, y entraba y me encontraba tirado a mitad de la escalera. A veces entraba y decía: “no hay nada qué tomar”. Ella siempre ha estado como una vela, dando luz.
En el proceso de ocho meses, cuando me separo y pierdo a mi familia, trato de buscar ayuda y le llamé a una persona para buscar apoyo psicológico. Además, experimenté con chamanes, comía hongos; me llevaron con neurólogos, con psiquiatras.
Antes de que me dejara mi segunda pareja, me llevó con el neurólogo y le dijo todo lo que yo bebía y no lo creyó.
-¿Encontraste ayuda?
Después de la búsqueda de ayuda, la constante búsqueda, un día, estando en la casa solo, me encerré a beber y a consumir cosas. Recuerdo que era un atardecer y decidí que ya estaba cansado y dije: “Me cansé, le hago mucho daño a las personas”. Entonces tomé pastillas, una caja de somníferos, y lo peor de todo es que al siguiente día desperté, no me pasó nada; es horrible ser un suicida frustrado.
Cuando tomo conciencia de que estoy despierto y en el mismo lugar, le hablé a una persona y me dijo que me iba a contactar con un amigo que me iba a echar la mano. Fue la primera vez que le dije a Dios “¿Qué quieres de mí?”
Entonces, esta persona, el ingeniero Ramón, me recomendó ir a AA y fui por unos tres meses. La verdad no me ayudó, me perturbó mucho el ambiente y no volví.
Después, esta misma persona me invitó a tomar un curso de programación neurolingüística.
Tomé el curso uno con la mamá de mis hijos, era como un retiro de cuatro días y comencé a ver la historia de mi vida. Comencé a tener flashazos que me enojaban.
Regresé a mi casa y ahí es cuando sucede algo muy raro, ahí comenzó el tema sin explicación.
Mi casa tenía un tragaluz con un protector de metal y recuerdo, como un sueño, haberme despertado y en la herrería colgada del techo había una horca, en el sofá fotos de mi mamá, mis hijos y de la mamá de los niños y en el cuerpo tenía cortadas y estaba sudando como si me hubieran echado agua.
Tomé conciencia de que alguien me estaba queriendo levantar y entendí que alguien me estaba ayudando a subir a la orca y me di cuenta que no había nadie y entré en un estado de shock.
Nos habían dado el número de una persona a la que podíamos contactar, porque nos habían advertido de ciertas cosas.
Y tomé la decisión de buscar el teléfono, marqué a la persona y me escuchó muy alterado y me dijo: “Cuelga, ahorita te van a marcar”. Al poco tiempo me marcaron, me empecé a calmar, me dijeron que me acostara y en ese momento me puse un pañuelo en el brazo, me hice un torniquete, me relajé y me volví a dormir.
Cuando desperté al día siguiente me timbró muy temprano el teléfono y era mi amigo, el ingeniero Ramón. Cuando me levanté y vi que mi brazo estaba herido, que la sala estaba desordenada, me di cuenta que todo fué real. Mi amigo me dijo que me bañara y que me fuera a su casa porque ese día iba a ser la clausura.
En su casa se habían hospedado unas señoras, maestras de un municipio que se llama Ciudad del Carmen, y yo les llamo señoras “rezadoras”. Cuando yo llegué una de ellas me vio muy alterado y se acercó con mucha caridad, con mucho amor y me agarró mi cabeza como una madre y como que me quiso atraerme a su pecho. No sé qué me sucedió, pero me paré y le pegué un golpe a la señora. Se hizo un escándalo y me sacaron de ahí.
Más adelante supe que la señora tenía el don de la oración en las personas y, pues, intentó ayudarme. Mi amigo, el ingeniero Ramón, comenzó a notar todo y más adelante me di cuenta que siempre que daba los cursos tenía un crucifijo normal y su medalla de san Benito y yo desconocía todo sobre esa devoción.
Él tenía el conocimiento, de cierta manera, no de nada paranormal, pero sí el poder de definir quién era quién. Y cuando terminé el curso mi mamá me fue a ver después de tanto tiempo, me invitó a su casa y vi a mis papás después de muchos años.
El siguiente domingo, cuando terminó el curso, yo estaba alegre y se acercó mi amigo y me palpó el hombro y me dijo: “Yo te puedo llevar a donde te pueden ayudar, porque tu problema no es psicológico”. Y me empezó a hablar de unos monjes y pensé que se trataba de otra ideología y acepté ir.
Entonces, nunca voy a olvidar la fecha porque fue un domingo 20 de abril del 2013. Llegué a Uayamón en Campeche a tomar misa, ese día era el cumpleaños de uno de mis hijos y, por primera vez, después de muchos años, entré a una iglesia a tomar misa. Toda la capilla estaba llena y solo había una silla enfrente de la Virgen y ahí me fui a sentar con mis hijos.
Fue un domingo muy raro, muy difícil, no entendía muchas cosas y, a raíz de ese domingo, me sacaron una cita para que posteriormente me atendieran unos sacerdotes argentinos que estaban fundando un monasterio en Uayamón. (Monasterio Apóstoles del Inmaculado Corazón de María)
El lugar estaba en obra negra y yo no daba crédito al lugar. Entonces fui a la cita y a la hora que me atendieron me ofrecieron la confesión y la acepté.
Cuando terminé de confesarme sentí que era como un sueño. Abrí los ojos y estaba sentado en una silla y el sacerdote frente a mí poniéndome la mano y con la mano izquierda yo tenía agarrado su crucifijo, estábamos como forcejeando.
Yo estaba babeando y tenía los brazos mordidos. Posteriormente él me explicó todo, me dijo que yo tenía un problema y me explicó que existía la vejación, la infestación. Y comenzó todo ese proceso de conocimiento, de conocer a la iglesia en su lado más antiguo y más puro.
Para una persona como yo llegar a un callejón donde la única salida, la única medicina, la única solución es un frasco que al abrirlo está Dios, es una cosa muy dura cuando el corazón ya está atado a muchas cosas.
Me explicó todo por lo que yo estaba pasando y las probabilidades de las cosas que pudieron haber sucedido, que posteriormente se fueron confirmando.
-¿Cómo un trance?
Yo vivía en pleno trance.
Me sucede algo interesante, me tienen que recordar mucho o ser muy específicos para poder recordar ciertas cosas. Lo que yo tenía fue evolucionando y tomando una fuerza extraordinaria o sobrenatural.
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A medida que mi vida en la fe se iba forjando en el día a día, paralelamente esto se estaba manifestando, pero Dios es bueno y misericordioso, la ayuda de Dios llega de muchas maneras. Fue tan bueno que me dijo: “Hoy te voy a dejar de quitar la vida y te voy a quitar todo esto, porque lo que viene, te va a enloquecer con estas dos cosas”. Me quitó una cosa y en el proceso comenzó otra.
Yo tardé alrededor de tres semanas yendo al monasterio: viernes, sábado y domingo, que es cuando abre las puertas a los fieles. Yo empecé a vivir con mi mamá, me dormía y empezaba a convulsionar. Si tenía una pesadilla de que me estaban golpeando mi ojo, amanecía golpeado.
En la segunda semana mi mamá, de regreso de Uayamón, se frenó de la nada cuando le empecé a platicar algunas cosas. Mi mamá es una mujer muy valiente y nunca ha dejado el rosario; trae muchas “balas” en la mano. Cuando se detuvo me dijo desesperada: “Qué tienes, ya quedaste loco de tanta droga y tanto alcohol”.
Yo tenía el corazón dispuesto, pero no sabía cómo disponerlo a Dios.
Todo ese misterio engañoso terminó en el tercer viernes que fui a la liturgia, que no es más que una oración.
Yo estaba sudado y empecé a sentirme mal, como si tuviera temperatura, y me empecé a enojar y empecé a llorar y a llorar y con el rosario en la mano le pedía a Dios y empecé a sentir mucho dolor en mi cuerpo.
Ahí hay personas que empiezan a ayudar a quienes empiezan a tener ciertas reacciones a las oraciones. Yo decía “esta gente está loca”.
-¿Qué veías en las demás personas?
Algunas tosían y vomitaban, yo tosía. Mi mamá no sabía qué hacer, yo estaba inconsolable. Habían dos personas a un lado de mí, hincadas, orando y, en eso, escuché que llegaron otras personas y escuché que dijeron: “Hay que subirlo”. Yo no quería que me tocaran.
Me subieron al segundo piso en donde atendían los sacerdotes y desperté tres horas y media después. Mi cuerpo estaba muy lacerado, tenía azotes en todo el cuerpo, mi camisa estaba bañada de sangre, bañado en sudor. Fueron tres horas de lucha y tomando conciencia de temor a mí.
-¿Te explicaron qué fue lo que pasó?
Hubo forcejeos, vomité mucha baba gelatinosa.
Cuando me desperté el padre me empezó a explicar sobre la situación y yo tenía mucho miedo, todo era nuevo. Yo le decía en mi oración a Dios: “¿Así te conocen todos? ¿Así quieres que nos conozcamos tú y yo?”.
El padre me dijo que yo tenía un caso de posesión y la verdad que todo ha sido un aprendizaje mutuo, porque conocí a personas con condiciones similares a la mía y ningún patrón es igual.
Este amigo sacerdote me abrazó y me consoló con mucho amor de Dios y me dijo: “Tendrás algún problema en venirte a vivir acá, al monasterio”. Y yo pensé: “Pues no tengo nada, estoy solo”. En ese entonces solo había dos monjes y dos sacerdotes y me fui de monje diez meses y fue una experiencia doctrinal, pero también fue una guerra y bajé mucho de peso.
-¿Qué te hacían?
Exorcismos y era terrible. Me despertaban con uno y a las seis de la tarde era la adoración. Para mí la adoración era horrible por mi condición.
Los monjes son grandes hombres que muestran caridad y amor, muestran a Dios. Lewis decía una frase muy bonita en sus libros, que “el verdadero cristiano tiene una tarea monumental todos los días: llenar su rostro con el rostro de Cristo”.
Eso lo vi día a día en la caridad y en el amor. Me educaron en la fe, aprendí a vivir como un monje, a guardar silencio. De lunes a jueves no hablaba con nadie. Además, la vida era austera y simple. Viví en la biblioteca y tuve la oportunidad de tener un adoctrinamiento. Me enfoqué en leer, en aprender y en conocer.
A partir de eso se hizo todo un proceso para investigar el árbol genealógico de mi familia y tocamos la frontera de la generación. Nos dimos cuenta de que fue el padre de mi abuelo paterno, mi bisabuelo, el que hizo una consagración, era un chamán, pero ya no quise saber más sobre lo que hizo.
Hoy en día me hacen oración de liberación y exorcismo los padres, un domingo cada mes.
-¿Qué descubrieron los padres ? ¿Cuál era tu mal?
Hubo una consagración generacional. El sacerdote que me atiende me dice que es un mal de raíces muy profundas, pero mientras más coopero y me acerco y vivo una vida santificada, la base es hacia la liberación también.
A veces no entiendo por qué Dios permite ciertas cosas, pero son cosas que he platicado y cuestionado con el sacerdote.
En algún momento leí el libro del padre Gabriele Amorth tratando de buscar respuesta y leí un relato de lo que yo había vivido en el lapso que me fui de casa de mis padres.
Igual empecé a leer libros del padre José Antonio Fortea y también veía ciertas características.
Yo perdí a mi familia cuando más la necesitaba y hubo mucho que sanar y tuve que elegir una nueva vida. Las cosas no eran iguales, yo ya sabía que había algo que representaba un peligro para mí.
Hoy en día ese algo ha sido el epicentro de la lucha de la búsqueda de Dios.
Hoy no puedo decir que me he integrado a la sociedad totalmente, todavía hay cosas que repercuten en mi entorno y, sin darme cuenta, hacen una brecha entre la fe y yo. Esa es la lucha de todo cristiano, que esa brecha no se abra, que siempre esté estrecha para con Dios.
-¿Quedaste liberado?
No. Llevo luchando con esto muchos años. Apenas hace un año me integré relativamente a una vida normal.
El sacerdote que me atendía me preguntaba cómo me sentía y yo le decía que como en un campo de batalla en donde hay personas lidiando entre ellas.
En una ocasión tenía en las costillas ralladuras y no encontraban de qué forma estaba escrito y decía “No Dios”, estaba al revés. Las personas que estaban en mi entorno decían que era impresionante porque habían aparecido. Fue muy difícil pero tuve apoyo psicológico y decidí salirme del monasterio.
Cuando salí tuve un accidente, quedé cuadripléjico, me fui con mis papás y me sentí derrotado. No podía mover del cuello para abajo y tardé más de un año para volver a caminar de nuevo y, cuando empecé a caminar, me volvieron a atrepellar, partiéndome otra vez la espalda. Ahí sí me tuvieron que operar y quedé parapléjico. Así que en mi vida he tenido que aprender a caminar tres veces, cuando nací y después de mis dos accidentes.
Ahora voy a terapia, uso bastón y apenas hace año y medio volví a ver a mis hijos, porque después del accidente se mudaron a la Ciudad de México.
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-¿Qué fue lo peor que te pasó en estos trances?
Despertar con heridas en manos y pies, como ampollas. Dios ha permitido afectaciones raras y extraordinarias. Un día unas personas me preguntaron qué cuánto me pagaban los padres por hacer ese show en la oración de liberación.
Al monasterio han llegado familiares míos directos e indirectos de quinta y sexta generación, y suponemos que es por lo que hizo mi bisabuelo. Cuando comenzaron a llegar más personas se hizo la alerta generacional.
El sacerdote ha ido al epicentro en donde el bisabuelo hacía las cosas y han hecho exorcismos ahí donde él realizó la consagración generacional al demonio. Platicando sobre esto, algunos parientes, tristemente, siguen con las prácticas de brujería y son chamanes. Como dice el padre, es un mal con raíces muy profundas.
-¿Tú puedes comulgar?
Sí, pero es doloroso, es todo un tema porque me descomponía y caía en trance. Y hasta el día de hoy lo es. Es como si me metieran un cable en la boca y me dan ganas de vomitar. Cuando me casé, vomité la ostia; iba drogado a la boda.
Esto que tengo no se lo deseo a nadie, porque me siento un títere o una marioneta de una vida que no es mía. Todo ha sido un aprendizaje, porque el hombre no entiende el sentido de la fe, de abrazar el madero, hasta que lo sientes. Pero yo le ofrezco todo esto a Dios para bien de su Iglesia y cada día he aprendido a vivir en Dios.
Voy a misa lo más frecuente posible y cuando puedo intento rezar el rosario y he sido bastante obediente en las cosas de Dios; me he despojado de muchas cosas. He perdonado y me han perdonado. También he perdonado a mi bisabuelo.
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