Ya sea en la cocina, lavando, planchando, cuidando o enseñando a niños de preescolar, la religiosa Clemencia Camarena Ortega, de 100 años de edad, siempre ha hecho sus labores con alegría y de la mejor forma posible, pues considera que su labor es ser un instrumento de Dios para hacer el bien a los demás.
De la congregación Hermanas Mercedarias del Santísimo Sacramento, la hermana Clemencia vivía en el Rancho Las Presas, en Jalisco, y a los 15 años acudió a su parroquia Jesús María para rezar frente a la Purísima Concepción de María y le pidió que la guiara y le dijera qué hacer.
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“Ella me iluminó. Ella me dio mi vocación”, dice Clemencia, pues después de platicar frente a la imagen de la Purísima regresó a su casa —donde vivía con sus padres y 10 hermanos—, y preparó sus cosas para irse a la Ciudad de México a entregarse a la vida religiosa.
“Compré tela blanca, zurcí toda mi ropa que me iba a llevar, hice mi ropa interior, hice mis vestidos negros y estuve ahí lista; pero la persona que me iba a recoger no llegó. Mi papá y mi tío se pusieron muy tristes, mi tío se fue de paseo en caballo para no verme salir. Al final, me fui ocho días después”, recuerda.
Clemencia asegura que su madre fue su inspiración para acercarse a la religión, pues sabía muy bien el catecismo. “Nos dio muy buenos ejemplos, yo era la mayor hacía lo que ella mandaba, le seguía los pasos. Mi papá también fue un señor muy bueno y respetuoso”, cuenta sobre su familia.
Cuando llegó a la casa de las religiosas lo primero que hizo fue agradecerle a la Purísima Concepción de María que la hubiera llevado y le pidió: “Ayúdame, aquí estoy para hacer tu voluntad”.
Clemencia nació el 9 de octubre de 1920 en Jalisco, profesó sus votos a los 30 años de edad, e hizo sus votos perpetuos en Cuba en 1958. Cuando regresó a México, en 1975, estuvo en 11 lugares diferentes sirviendo a su congregación.
Algunos de ellos fueron: Jojutla, Morelos y posteriormente en Coatlán del Río, Morelos, donde dio catequesis a preprimaria.
Cuernavaca, Morelos, donde prestó servicios en una guardería y daba clases de cocina; en Yautepec, Morelos, dio clases de catecismo; en Guadalajara laboró en la cocina, y en Acapulco, Guerrero dio catequesis.
Desde 1983 hasta la fecha (2020) ha vivido en la casa general de la congregación en Coyoacán, Ciudad de México, al principio estuvo trabajando en el área de lavado, después cuidando a personas enfermas; sin embargo, en 2000 se enfermó y ahora las hermanas de la congregación la cuidan a ella.
La religiosa aconseja a quienes están por iniciar sus votos que trabajen lo mejor que puedan porque están en la casa de Dios.
“Cuando era joven, me encargaban a las que acababan de entrar, yo les enseñaba cómo tenían que hacer bien las cosas”.
Recuerda que era muy feliz trabajando con los niños, “me salía muy bien, les encantaba mi trabajo, estuve en un lugar y en una ocasión una mamá de un niño me dijo: “’Me dicen que me lo llevé, pero a mí me gusta cómo trabaja usted’. De ahí todos los niños salían sacando puro 10.”
“Ahí estaba Dios que me ayudaba. Era Dios el que les estaba enseñando, Dios se valía de mí para que los niños salieran bien, yo no estudié para ser maestra, pero les enseñaba la religión: el Padrenuestro y el Ave María”, detalla la religiosa.
María de los Ángeles Mendoza Grande, la madre superiora de la congregación, asegura que Clemencia siempre ha sido una persona alegre, platicadora y laboriosa. “Pasaba muchas horas ante el Santísimo y luego se iba a la sala de comunidad a tejer, A hacer rosarios, nunca la vi desocupada. Es una persona muy feliz, muy agradecida con Dios”, asegura.
Clemencia asegura que a donde la pusieran, ella estaba feliz, porque siempre estaba en la casa de Dios. “Yo siempre he estado contenta porque ahí es donde Dios me pide estar”, afirma.
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