Este lunes 28 de agosto, fray Jerónimo Genovard Guinard, fue llamado a la Casa del Padre. Tenía 96 años de edad, y aseguraba que su longevidad se debía en gran parte al silencio que solía practicar: porque “el silencio es para Dios una alabanza”.
Desde la fe lo entrevistó hace un año, en el marco de la visita pastoral que el cardenal Carlos Aguiar Retes y sus obispos auxiliares realizaron por las más de 430 parroquias de la Arquidiócesis Primada de México. Fue ahí donde nos compartió el secreto de su felicidad y de su larga vida.
“Cada día, líbrame Señor del peligro de no tener fe -esto es lo que frecuentemente le pedía a Dios fray Jerónimo Genovar-, pues el justo vive de la fe; ¡Cuando hay fe, todo sube!”, explicaba el religioso originario de la Isla de Mallorca, España.
Fray Jerónimo, como le conocían todos en la Tercera Orden Regular de los Franciscanos, había cumplido 73 años de ordenado y aseguraba desconocer cómo había ocurrido eso, pues nunca quiso estar en el seminario. De hecho, para poder ordenarse se le tuvo que conceder un permiso especial, pues aún no cumplía con la edad establecida para ello, que es entre los 25 y 26 años.
“No sé qué es lo que me llevó a ordenarme, sólo sé que no quería estar en el seminario y lloré mucho; todos los padres de aquel tiempo me recuerdan como el niño que ha llorado más para volver a casa. No sé cómo llegué a los más de 70 años de sacerdote, yo quería irme, no me gustaba el seminario”, recordó.
La ordenación de Genovar Guimar se llevó a cabo en 1950 en la Archibasílica de San Juan de Letrán, la catedral de la diócesis de Roma, donde se encuentra la sede episcopal del obispo de Roma, el Papa.
Recordaba:
“Era el año Santo de 1950 y éramos 300 los que nos ordenaríamos como sacerdotes en San Juan de Letrán, y estábamos en todo el atrio y todo estaba blanco, muy bonito. Fue el 25 de marzo del año Santo. El Papa Pío XII quiso darle mucha importancia a estas ordenaciones con una de las actividades más importantes del año”
Después de ser ordenado, el joven sacerdote fue enviado a la Diócesis de Mallorca. Pasado un tiempo, se le encomendó trasladarse a Brasil, específicamente a la zona del Amazonas, en donde estuvo durante 10 años trabajando con la provincia francesa.
Cumplida esa encomienda, fue enviado como fundador de una misión que le dieron a una provincia española en Perú, a la prelatura de Huamachuco, y fue de los primeros sacerdotes que llegaron a la sierra de ese país. Ahí permaneció cinco años.
Después de eso fue a estudiar liturgia a Colombia, y una vez concluidos sus estudios, lo destinaron a México, específicamente a la Parroquia de los Santos Reyes TOR, ubicada en la colonia Peñón de los Baños, en la Ciudad de México.
Al llegar a la parroquia, de inmediato el franciscano español se dedicó a hacer una reconstrucción y renovación total del templo, desde la estructura misma, incluida la cúpula, hasta los diferentes ornamentos en su interior, los cuales fueron elaborados por él mismo.
Una vez instalado en México, el fraile se inscribió en la Escuela de Diseño y Artesanía (EDA) en la que estudió dos años; a raíz de esa pasión construyó en la parroquia un taller que incluyó un horno. Así, durante 40 años se dedicó a hacer sus piezas de cerámica, muchas de las cuales se vendían en la parroquia.
Después de 11 años de su llegada a México, fray Jerónimo siguió un nuevo destino: el estado de Puebla, en específico la zona del Parque Nacional Iztaccíhuatl-Popocatépetl, a 22 kilómetros de la ciudad de Puebla.
El sacerdote franciscano se dedicó a construir y darle forma a un proyecto, del cual siempre se sintió muy orgulloso y que representa el legado que nos deja, la Ermita del Silencio, que después de un arduo trabajo, dedicación y pasión, concluyó en 1986.
La Ermita del Silencio es un espacio de silencio, meditación y contemplación construido con piedra volcánica, que cuenta con una cueva de meditación y un jardín con vista al volcán Popocatépetl.
Donde estaba más a gusto era en la Ermita del Silencio, ahí vivió 34 años, empezó de la nada y la dejó construida. Se sentía feliz en el silencio y en los retiros; los retiros del silencio; los retiros de la Ermita. Silencio y oración.
Para él, la Ermita del Silencio representaba “Un encuentro con el Señor. Un encuentro vivo, no de rezos, un encuentro”.
Lo que más añoraba de la Ermita del silencio era una cascada en donde la gente hace oración mental.
También la Capilla del Santísimo, muy agradable, de cerámica, y la Capilla de la Contemplación a la que se entra descalzo y se ve todo el paisaje del arte, el Popo nevado, que es hermoso.
Descanse en paz Fray Jerónimo Genovard Guinard.
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