Sanación del árbol genealógico

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Yo… la que sobrevivió al evento.

Psic. Sandra Delgado López   Cuando me di cuenta todo lo que cambiaría mi vida, rápidamente pensé: “¡Yo!, la profesora que fue elegida para viajar a España, la que de todas las hermanas logró hacer una familia, con buena estabilidad económica, casada con ‘el ingeniero’, siempre al día en las noticias, orgullosa de mi inteligencia […]

Psic. Sandra Delgado López

 

Cuando me di cuenta todo lo que cambiaría mi vida, rápidamente pensé: “¡Yo!, la profesora que fue elegida para viajar a España, la que de todas las hermanas logró hacer una familia, con buena estabilidad económica, casada con ‘el ingeniero’, siempre al día en las noticias, orgullosa de mi inteligencia y, aunque a la fecha nadie pueda creerlo, responsable con mi salud, al pendiente siempre de mis chequeos ginecológicos. Esto último fue lo que más me enojó. ¿Por qué yo?

Me pregunté mil veces y durante meses qué fue lo que ocurrió, si una semana antes la doctora había explorado mis senos y dijo lo de siempre: “Todo está bien”. Pero no, las cosas no andaban nada bien; esa mañana del miércoles, cuando me incliné en la regadera para lavarme los pies, noté que uno de mis senos tenía una caída diferente y me llené de pánico.

En ese instante, mi mente no alcanzó a dimensionar lo difícil que sería sobrellevar el impacto emocional de escuchar la palabra “cáncer” como parte de mi diagnóstico. Tras escucharla, los vocablos “muerte”, “mutilación” y “despedida” se agolparon en mi cabeza, al tiempo que mi cuerpo temblaba, mis dientes rechinaban, mi corazón parecía querer escapar y, obviamente, en ese estado no entendía bien todo lo que los médicos trataban de decirme.

Lo que sí entendí fue que no debía volver sola a mi consulta; Yo, la mujer que desde muy joven había logrado ser autónoma e independiente, ahora necesitaba a alguien cerca de mí, con la capacidad de escucha que yo estaba perdiendo ante el impacto de mi “nueva” enfermedad.

Y Yo, la que todos reconocían como obsesiva, detallista y perfeccionista, necesitaba comprender muy bien los pasos a seguir: citas con el médico oncólogo, la psicóloga oncóloga, el médico internista, cada uno con alternativas de tratamiento, aunado a “recomendaciones urgentes”, como que debía bajar de peso de manera urgente, practicarme tales estudios de forma urgente, o mejorar mi estado emocional en calidad de urgente.

Para mí lo único urgente era salir de ese trance a la brevedad, porque así decidí vivirlo, como un momento que pasaría, del cual yo saldría con nuevos aprendizajes y más fortalecida. Por ahora, era indispensable no permitir que el miedo y la tristeza me vencieran impidiéndome continuar con mis consultas y tratamientos, a pesar de sentirme cada día más cansada, más irritada, con apenas una pizca de tolerancia a la frustración, pues soportar que tantos médicos tocaran mis senos –Yo, la que siempre había sido tan “pudorosa”– y al mismo tiempo vivir en la incertidumbre constante, era simplemente demasiado.

“Autocontrol”, me tuve que decir a mí misma cada día como una letanía para no morir en el intento. Me vi flaquear, tuve dudas muchas veces, Yo, la que siempre quiso tener todo y a todos bajo control; tantas situaciones fuera de mis manos me hicieron suponer que podría volverme loca. Pero no, heme aquí; sin un seno, sí, pero sin cáncer; agotada, sí, pero vencedora. ¿A qué le gané esta vez?:

Al miedo a que mi pareja me abandonara por la “mutilación” de mi cuerpo; al temor de que mis amigas terminaran cansadas de mí de tanto que me la pasaba hablando de mis sentimientos en torno a mi enfermedad; al dolor de la sola idea de que no podría continuar acompañando a mis hijos en sus angustias o celebrar con ellos sus nuevos triunfos. También vencí a los pensamientos pesimistas y a mi incredulidad sobre la medicina, porque llegué a dudar que el cáncer fuera curable.

Perdón, no quise ser descortés, me presento: “hola, soy Yo la… mi nombre es Yolanda, soy una sobreviviente de cáncer; pero sobre todo, soy una mujer que decidió no derrotarse al entender que perdería un seno a cambio de seguir viviendo, soy una persona de 50 años, que siempre tuvo en mente que a la vida no se le acaba la luminosidad con las enfermedades. Ahora, a un año de todo este andar, puedo decirte que he decidido vivir con convicción, y, sobre todo, con amor a la que soy y seguiré siendo: Yola, esta vez, con todos los “pedazos” unidos.

Me despido, con la esperanza de que  este texto haga sentir acompañadas a muchas mujeres que han transitado por este camino de la duda y la reflexión ante la enfermedad del cáncer. A quienes deseo que dicha experiencia les amplíe la confianza en sí mismas al saber que han tenido la valentía de continuar viviendo, y sentirse mujeres plenas sea cual sea su rol en este mundo. ¡Felicidades campeonas!