Cynthia Fabila L.
Una de las figuras más representativas en la vida de San Agustín, sin duda fue su madre, Santa Mónica, quien percibía la inquietud y el talento que poseía su hijo para las artes del pensamiento y su constante búsqueda del conocimiento.
“Santa Mónica permaneció muy cercana a San Agustín, pero siempre con un gran respeto, pues ella percibía la inquietud en él y las grandes capacidades intelectuales que él poseía. Una de las constantes que aplicaba con su hijo, era obligarlo a cuestionarse sobre todos sus actos y las decisiones que tomaba”, refiere en entrevista Jorge Traslosheros, del Instituto de Investigaciones Históricas de la UNAM.
Debido a ese constante ejercicio de introspección, San Agustín se convirtió en el primer teólogo latino y una de las máximas figuras de la historia del pensamiento cristiano; y su madre, en la santa patrona de las mamás debido a su guía, acompañamiento y fe que demostró con su hijo.
Dentro del libro Confesiones –escrito en el año 400 por San Agustín– detalla que su madre siempre fue respetuosa y católica devota. Sin embargo, ser madre de San Agustín no fue tarea fácil, relata Teresa García, especialista en filosofía y espiritualidad agustiniana.
“Le causó muchas angustias y llanto. Veía a su primogénito muy perdido con otras ideologías. Estaba asustada y fue a pedir el consejo del Obispo Ambrosio de Milán -posteriormente maestro de San Agustín-, para que le ayudara en la conversión de su hijo”, explica.
Madre e hijo fueron aprendiendo y madurando, agrega la especialista, quien destaca el constante diálogo interno con Dios y el acompañamiento a los hijos como las principales cualidades que hicieron que Santa Mónica sea considerada patrona de las madres para la Iglesia católica.