¿Ya te consagraste a María?

Leer más

Prédica de Adviento: La Esperanza

P. Julián López Amozurrutia Las Predicaciones de Adviento de este año en la Catedral de México empezaron este sábado 9 de diciembre. El tema que se ha elegido ha sido el de la esperanza, como un homenaje a la escultura de Tolsá caída durante el pasado terremoto, que constituye un interrogante para la vida de […]

P. Julián López Amozurrutia

Las Predicaciones de Adviento de este año en la Catedral de México empezaron este sábado 9 de diciembre. El tema que se ha elegido ha sido el de la esperanza, como un homenaje a la escultura de Tolsá caída durante el pasado terremoto, que constituye un interrogante para la vida de fe. ¿Es un signo funesto, o una oportunidad para renovar nuestra confianza en Dios?

El texto que inspira la primera plática proviene de la carta a los Hebreos (6,19), que llama a la esperanza “ancla del alma”. Es una imagen paradójica, pues el ancla como instrumento es arrojado a lo hondo del mar para que las barcas permanezcan firmes, mientras la esperanza lanza nuestro espíritu a lo más alto del cielo, para orientarnos a caminar hacia Dios, que es el único fin verdadero para el que fuimos creados.

En un primer paso, la meditación mira a no vivir tristes, como los que no tienen esperanza (cf. 1Ts 4,13). Es verdad que hay muchos signos que nos orientarían a la pesadez y al desánimo. Contra el aburrimiento y vacío que fomenta el olvido de Dios, tanto las palabras de Rubén Darío como las de León Felipe entran en consonancia con el tiempo que vivimos para impulsarnos a esperar al Señor de la historia.

El ancla en el cielo, en cambio, nos ayuda a darnos cuenta de la altura de nuestra esperanza: Dios es el único que lleva a plenitud nuestros anhelos más profundos. Mirarlo a él nos otorga una perspectiva distinta sobre todo lo que tenemos que enfrentar en nuestra existencia. Todos los pequeños fines de la vida se pueden orientar al único y pleno gran fin, que es la visión amorosa de nuestro Dios.

La carta a los Hebreos habla de un ancla “segura y firme”. Seguridad y firmeza que depende del auxilio que el mismo Dios nos ofrece. Hemos de implorarlo, para que las alas de nuestro espíritu no se precipiten trágicamente en un gesto suicida, sino que se eleven hacia el horizonte más digno, que corresponde a nuestra vocación a ser hijos de Dios.