De la misma forma en que hay personas más proclives que otras a desarrollar vicios como el alcoholismo o la drogadicción, también hay quienes tienen una mayor propensión a ser víctimas de vicios como la pornografía, una adicción que, al igual que las primeras, tiene sus raíces en heridas del pasado, en experiencias traumáticas como las agresiones sexuales, las frustraciones sociales, el abandono y más. Hoy en día, además, las sociedades están expuestas a una campaña permanente promovida por empresas que, en aras de una supuesta “libertad sexual”, comercializan todo tipo de productos sexuales, que prometen “felicidad” y “plenitud” a los consumidores, cuando la realidad es que lo que les ocasionan son graves daños, parecidos en mucho a los que genera el alcohol o las drogas.
Investigadores de la Universidad de Cambridge, después de realizar un estudio con 64 personas consumidoras de pornografía, concluyeron que sus cerebros se comportaban de manera similar a los de los consumidores de droga, ya que en ambos casos este órgano vital –que rige todas las acciones y comunicaciones de nuestro cuerpo, y es responsable, entre otras cosas, de nuestras emociones– genera una sustancia llamada dopamina, cuya sobreestimulación ocasiona alteraciones relacionadas con conductas de tipo esquizofrénico o de bipolaridad; mientras que la carencia de esta sustancia genera depresión.
Los resultados de los investigadores de la Universidad de Cambridge coinciden con un estudio elaborado por la doctora Nora Volkow, Directora del National Institute on Drug Abuse, de Estados Unidos, en el que se asegura que todo proceso de adicción genera cambios en la plasticidad neuronal, como la disminución de la sensibilidad a las recompensas que antes eran significativas; por ejemplo, la misma dosis de pornografía que una persona adicta consumía en un inicio, al paso del tiempo deja de producirle el mismo placer, por lo que necesita una dosis mayor; y en esa búsqueda de placer, experimenta constantes descargas de dopamina, que pueden dar origen a desórdenes cardiovasculares, renales o endócrinos. Sin contar que el avance de la adicción es una ruta hacia la exploración de nuevas experiencias, cada vez más fuertes, que suelen ser fermento de problemáticas sociales como el lenocinio o la trata de personas.
Así pues, avanzada la adicción, el consumidor de pornografía –tal como sucede con quien es adicto al alcohol o a las drogas– presenta serias irregularidades de plasticidad neuronal que llegan a otras zonas de la corteza prefrontal, afectando la motivación y el autocontrol; de manera que pierde voluntad; sufre una distorsión de la realidad; lo aquejan sentimientos de culpa que pueden llevarlo a reaccionar con violencia; disminuye su autoestima; padece de desconcentración, lo que puede reducir su aprendizaje y capacidad de memorizar, y aumenta su ansiedad. Pero él no es el único que termina afectado; su adicción daña a las personas de su alrededor: su sentido distorsionado de la sexualidad lo lleva a cosificar o criticar a la pareja; paulatinamente va quedando incapacitado para amarla, y el tiempo que invierte en ver pornografía muy a menudo afecta la unidad familiar.
En resumidas cuentas, la persona adicta a la pornografía sufre daños orgánicos que la destruyen paulatinamente, pero también daños espirituales, por lo que es necesario que tome medidas drásticas, como lo hacen los alcohólicos o drogadictos que están dispuestos a salir de su problema; es decir, que por principio de cuentas debe reconocer su adicción, para partir de una base firme; posteriormente, destruir todo material pornográfico que haya adquirido; romper con amistades que le impidan salir de este vicio, y activar un filtro de alerta en sus dispositivos para evitar quedar expuesto a la “toxicidad” de ese tipo de videos; pero lo más importante, y sin duda lo que lo sacará del problema: leer la Palabra de Dios, que restaura y fortalece, que es vida y transforma; hacer oración, de preferencia ante el Santísimo; rezar el Rosario y consagrarse a la Santísima Virgen María, y confesarse y comulgar.
Asimismo, se pueden buscar estrategias prácticas, como tener una lista de acciones a realizar para el momento en que se presente nuevamente la tentación, como hacer de la convivencia familiar un hábito; buscar enrolarse en actividades de provecho, como el aprendizaje de un idioma, la práctica de un deporte, o el desarrollo de alguna habilidad, como la pintura o la música.
Si se recae, es menester retomar el propósito, no desalentarse; la salida es difícil, pero totalmente posible con la ayuda de Dios. Jesús dice: “Ama a tu prójimo como a ti mismo”, así que es momento de reflexionar en el amor que nos debemos tener, para poder amar a los otros como Dios quiere.
Escrito por María Teresa González Maciel, colaboradora de Cenyeliztli