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Epifanía, un gran misterio

P. Sergio G. Román ¿Por qué llama Dios? ¡No lo sabemos! Sabemos que a fin de cuentas lo hace por su gran amor hacia nosotros, pero jamás entenderemos el por qué del llamado especial a algunos a un camino especial. Parecería un privilegio. Algo así como cuando un papá de la tierra tiene un hijo […]

P. Sergio G. Román

¿Por qué llama Dios? ¡No lo sabemos! Sabemos que a fin de cuentas lo hace por su gran amor hacia nosotros, pero jamás entenderemos el por qué del llamado especial a algunos a un camino especial. Parecería un privilegio. Algo así como cuando un papá de la tierra tiene un hijo consentido. Pero la elección de Dios no implica un privilegio personal, sino un servicio especial que conlleva un mayor compromiso. Se puede aceptar o rechazar. La aceptación exige entrega de uno mismo y renuncia a todo lo que no sea de Dios. La aceptación trae consigo el gozo de la misión emprendida y, a veces, la satisfacción muy legítima de la misión cumplida.

Las tareas de Dios son difíciles, a veces superan las fuerzas humanas, pero Aquél que da el llamado da también la gracia para realizarlo. Todo es cuestión de correspondencia.

“¿Por qué a mí?”, podríamos preguntarle a Dios. Y Él podría contestarnos: “¿y por qué no?” Ese es otro de los grandes misterios de Dios, el por qué quiere tener necesidad de los hombres para salvar a los demás hombres.

La estrella estaba allí

Brillante en el cielo, estaba la estrella de la Navidad. Allí estaba, a la vista de todos. Muchos la vieron, les extrañó, quizás hasta llamaron a sus amigos y le mostraron aquella estrella tan brillante, y juntos se maravillaron… ¡y se fueron a dormir!

Allí estaba para que la vieran todos, pero tan sólo unos cuantos, unos pocos, aceptaron el llamado. Los que estaban acostumbrados a mirar al cielo. Los que cada noche dirigían sus ojos al firmamento para escudriñar sus secretos, los que llamaban a las estrellas por su nombre. Ellos la vieron y entendieron el llamado.

El Evangelio de san Mateo nos da a entender que el viaje de los Magos de Oriente duró dos años. ¡Dos años siguiendo una estrella!

¿Y sus hogares?, ¿y sus familias?, ¿y sus trabajos?, ¿y los gastos del viaje y de las ofrendas?

¡Y nosotros que no disponemos en nuestra ocupada vida ni siquiera una hora a la semana para ir a Misa a encontrarnos con Jesús!

Pero ellos eran sabios porque estaban acostumbrados a desprender sus ojos de la tierra para mirar al cielo, en busca de la voluntad de Dios.

Y allí estaba Dios

Allí en los brazos de María estaba el Niño Jesús. ¡Qué difícil ver en aquel niño, tan como todos, al Rey que ha nacido!, más difícil todavía ver en aquel Niño, el más pobre de los pobres, al Dios nacido. Pero aquellos sabios ojos que acostumbraban ver al cielo, supieron reconocerlo y lo adoraron. ¡Misión cumplida!

¿Qué buscaba Dios?

¿Para qué llamó a los Magos desde el Oriente?

Hoy es la fiesta de la catolicidad. Católico significa “universal”. Hoy es el día en que el “Dios mío” se convierte en el “Dios nuestro”. Todavía es mío, pero, además, es el Dios de los otros, de los que son extraños, de los que no son como yo.

Epifanía significa “manifestación”. Hoy el Dios de los judíos extiende su pacto con la humanidad toda, sin que importe raza o idioma. La salvación es para todos. Jesús se manifiesta como salvador de todo el mundo, de todo el universo.

Me gusta pensar que entre los Reyes Magos que ponemos en nuestros nacimientos deberíamos poner un rey ataviado a la usanza azteca, con su gran penacho de verdes plumas de quetzal. Me lo imagino, y pienso: “allí estoy yo”.

En aquellos Magos estábamos nosotros representados, postrados ante el Niño Jesús, adorándolo como a Dios salvador nuestro.

Por eso Dios llamó con una estrella a los Magos de Oriente.

Nosotros somos, hoy, los Reyes Magos.

También para nosotros brilla la estrella de la Navidad. Allí está el llamado para acudir al portal de Belén y para encontrar al Niño, tan humano y tan pobre, y adorarlo.

De nosotros depende interpretar la llamada y hacerle caso, seguirla con desprendimiento y compromiso. Hacer la voluntad de Dios implica renuncia a todo lo que no es de Dios, pero la aventura vale la pena.

Encontraremos a Jesús presente en nuestros hermanos, tan humanos y tan pobres, tan necesitados de nosotros y de nuestra ofrenda de amistad sincera, de interés comprometido.

Junto a nosotros viajarán otros magos, muy diferentes a nosotros, pero con el mismo interés: descubrir al que ha nacido rey salvador de los hombres. Con ellos el camino se hará más fácil, más llevadero. Nuestros hermanos en la fe.