Pero ¡ganamos el partido!
Alejandra María Sosa Elízaga ‘¡¡¡Noooo!!! ¡No hagas eso!, ¡es un error!, ¡no saques al mejor jugadooooooor!!!!’ Así gritaba un tío mío cuando veía el futbol en la televisión y el entrenador pedía un cambio que a mi tío le parecía mal. Vociferaba instrucciones y lo regañaba como si pudiera oírlo; se pasaba el partido nerviosísimo, […]
Alejandra María Sosa Elízaga
‘¡¡¡Noooo!!! ¡No hagas eso!, ¡es un error!, ¡no saques al mejor jugadooooooor!!!!’
Así gritaba un tío mío cuando veía el futbol en la televisión y el entrenador pedía un cambio que a mi tío le parecía mal. Vociferaba instrucciones y lo regañaba como si pudiera oírlo; se pasaba el partido nerviosísimo, al borde de su asiento, se levantaba mordiéndose las uñas cada vez que su equipo estaba a punto de meter gol, y también se levantaba mordiéndose las uñas cada vez que era el otro equipo el que estaba a punto de meter gol.
Grande fue mi sorpresa cuando una noche fui con mis papás a merendar a su casa y lo encontramos viendo el partido, pero estaba sentadito y de lo más tranquilo. Le pregunté de broma: ‘¿quién eres y qué hiciste con mi tío?, ¿no te ha sacado de tus casillas nada de lo que ha hecho el entrenador?’
Me respondió: ‘pues mira, en su lugar probablemente ya hubiera marcado varios penales, pero ¡ganamos el partido!, es eso lo que cuenta.’
Eso lo aclaró todo: mi tío se había comprado una videograbadora (a los nacidos en este siglo les aclaro que era un mamotreto que servía para ver películas y grabar programas en ‘videocassettes’ del tamaño de un ladrillo, ¡qué tiempos aquellos!). Estaba viendo un partido del que ya sabía el, para su gusto, feliz resultado, así que en lugar de padecerlo, se dedicó a disfrutarlo.
Recordaba esto y pensaba, toda proporción guardada, que si saber el resultado favorable del partido, pudo serenar a esa fiera futbolera que era mi querido tío, q.e.p.d, cuánto más tendría que serenarnos a nosotros, saber que el partido de la vida lo ganará Dios; tener la certeza de que al final el bien vencerá al mal; que por más negras que se vean las cosas, por más difíciles que se pongan, no seremos derrotados si nos tomamos de Su mano.
No tenemos que vivir la vida al borde de nuestros asientos, mordiéndonos las uñas con desesperación cuando nos metan penales y tengamos en contra el marcador. No tenemos que juzgar las decisiones de Dios, lo que permita o impida en nuestra vida. Él sabe a quién deja en la banca, a quien pone a jugar y a quién le saca la tarjeta roja, dónde y cuánto, y tal vez de momento no lo entendamos, nos desconcierte, duela, asuste o inquiete, pero no hay que perder de vista que ya sabemos el resultado final, así que lo que nos toca a nosotros no es cuestionarlo todo, sino vivirlo con miras a la eternidad, considerando que sea favorable o aparentemente desfavorable, nos puede ayudar a jugar mejor, es decir, a crecer en amor, paciencia, mansedumbre, compasión, bondad, solidaridad, disposición para perdonar, para dar, para ayudar, en suma, para alcanzar la santidad y llegar por fin a recibir un trofeo que ya nadie nos pueda arrebatar, a disfrutar para siempre, de la victoria final.