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Opinión: Un millón de mexicanos rezando, ¿por qué no?

René Mondragón   Más de lo mismo Como refieren mis adorables lectoras y aguantadores lectores, todavía no salimos de la destrucción, recomposición, endoso de culpabilidades y falsedades mediáticas provocadas por los sismos en la ciudad de México, Oaxaca y Chiapas, cuando ya se anuncia la entrada de un nuevo huracán. Las evidentes y justísimas muestras […]

René Mondragón

 

Más de lo mismo

Como refieren mis adorables lectoras y aguantadores lectores, todavía no salimos de la destrucción, recomposición, endoso de culpabilidades y falsedades mediáticas provocadas por los sismos en la ciudad de México, Oaxaca y Chiapas, cuando ya se anuncia la entrada de un nuevo huracán.

Las evidentes y justísimas muestras de agradecimiento a los rescatistas españoles, franceses, peruanos y de muchas partes del mundo, son una respuesta elemental que los mexicanos debemos a esos héroes sembradores de esperanza. Era, no solo esperar a que algún conocido o familiar cercano se encontrara con vida. Era también la esperanza de encontrar un cuerpo por el que rezar, por el que ubicar un sitio para recordarlo.

Es, sin embargo, lamentable, que algunos medios de comunicación se regodeen en culpar a alguien, en convertir a alguien en “el perro del mal” necesario, para que “el gran público” deje de lado la corrupción, la impunidad y los señalamientos que, irremediablemente caen y siguen cayendo sobre una autoridad que sigue mostrándose frágil ante una crisis de proporciones enormes.

Las ayudas

Ciertamente, han sido muchas notas describiendo la ayuda recibida, estimulando y reconociendo la heroicidad de quienes se ofrecen para empacar y distribuir los apoyos, para trasladarlos y hacerlos llegar a quienes en verdad, los necesitan.

Las redes sociales también consignan el aún presente y notorio grado de desconfianza en las estrategias gubernamentales, porque, a pesar de que existen líneas de distribución coordinadas por gente honesta y capaz, la nota que vende es la de los personajes que se revisten de candidez angelical y sublime, “donando” dinero que no es suyo –y exigiendo a otros partidos que hagan lo mismo-  o etiquetando los empaques de las ayudas, con algún logotipo institucional que les reporte fama….y votos para la elección presidencial.

Descerebrados

No faltan los descerebrados jacobinos que comen curas y monjas al mojo de ajo, que piden con flamígeras narrativas, el cadalso para los eclesiásticos “que no ayudan”, cuando cualquier estudiante de periodismo sabe que, no hay información que soporte ese infundio.

La “ otra ayuda”

Uno de mis amabilísimos lectores le hace llegar a este escribano una propuesta: ¿Por qué no nos organizamos para pedir “la otra ayuda”, la más efectiva, tal y como lo están haciendo ahora los polacos?

En esa tierra “Semper Fidelis”, como le llamaba San Juan Pablo II, un millón de compatriotas cubrirán la frontera para rezar el Rosario y pedir la protección de la Virgen. Se trata de no dejar un solo espacio sin estar bajo la protección de María Reina.

La fecha es propicia: en octubre se celebra a la Virgen del Rosario y los éxitos en la batalla de Lepanto, además del centenario de las apariciones de Fátima.

No es beatería

No es beatería ni propuesta de alguna “rata de sacristía”. Es unirnos para pedir a Dios, para encomendar a la Patria mexicana y ponerla en los brazos amorosos de María de Guadalupe.

Vamos, ni siquiera es limitativo para católicos. Judíos, anglicanos, protestantes, evangélicos, budistas o sintoístas podemos enriquecer la cadena humana de oración por la paz en nuestro México y en el mundo. Ya lo hizo y lo logró con éxito el Papa Francisco, reuniendo en Asís, la tierra del “hermano lobo”, a más de una veintena de líderes religiosos.

¿Qué pasaría si un millón de mexicanos nos congregáramos a rezar el Rosario en las fronteras de este país? Lo “peor” que podría pasar es que, los mexicanos demostráramos que somos capaces de unirnos, no sólo en las desgracias. Que somos capaces de sembrar esperanza. Que creemos en la paz y en la solidaridad con quienes menos pueden, menos tienen o menos saben. Que no hay dificultad tan grande que no necesite una oración; y que no hay oración pequeña que no sea capaz de sacudir el corazón de hombres y mujeres de buena voluntad. ¿Por qué no?