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Opinión: Arquidiócesis de México, pionera en la misión permanente

  • Cuando la Conferencia General de la CELAM en Aparecida, Brasil, se pronunció por una misión continental, la Iglesia en la CDMX ya tenía camino recorrido.

Carlos Villa Roiz

Para conmemorar los 500 años del Encuentro de dos Mundos que evocaba la gesta de Cristóbal Colón; el 10 de octubre de 1992, el Papa Juan Pablo II viajó a Santo Domingo, el primer lugar del continente americano donde se levantó una cruz y los misioneros comenzaron a evangelizar.

En aquella ocasión, San Juan Pablo II dijo: “el comienzo de la evangelización en el Nuevo Mundo es un día grande para la Iglesia” y con estas sencillas palabras, hizo un profundo reconocimiento a las misiones.

El 12 de octubre de 1992, el Santo Padre inauguró la IV Conferencia General del Episcopado Latinoamericano, y entregó varias cruces fabricadas a semejanza de aquella primera cruz que aún hoy se venera en la Catedral de Santo Domingo; las dio a las Conferencias Episcopales, fueron reproducidas en serie y se colocaron en distintas parroquias de América. Una de estas cruces se puede apreciar en la Basílica de Guadalupe.

Pocos años después, el 23 de enero de 1999, Juan Pablo II estuvo en México, y para perpetuar su visita, en la ex-glorieta de Peralvillo se construyó una cruz de concreto de 22 metros de alto que se levanta al lado de cuatro frailes que están orientados a los puntos cardinales. Es la Cruz de la Evangelización, misma que fue bendecida por él Santo Padre.

Luego, en 2000, la Arquidiócesis de México se declaró en Misión Permanente y así ha trabajado, de modo que cuando en el documento conclusivo de la V Conferencia General del CELAM -que tuvo lugar en Aparecida, Brasil, en mayo de 2007- se pronunciaba sobre una Misión Continental, nuestra Arquidiócasis ya llevaba un largo trecho recorrido.



La misión es un mandato bíblico y hay varias citas de ello: (Marcos 16,15) “Vayan por todo el mundo y anuncien a todos este mensaje de salvación”.

El Concilio Vaticano II reconoció la importancia del papel del laico como misionero ordinario en la propagación de la fe a través de uno de sus 9 Decretos, el Ad Gentes Divinitus, que contiene la afirmación de que la misión de la Iglesia pertenece a todos los bautizados y no solo a las organizaciones religiosas.

En fechas recientes, en la reunión de obispos de Aparecida, bajo el pontificado de Benedicto XVI, el 29 de julio de 2007, el Papa señaló en el documento postsinodal: “ha sido para mí motivo de alegría conocer el deseo de realizar una Misión Continental que las Conferencias Episcopales y cada diócesis están llamadas a estudiar y llevar a cabo, convocando para ello a todas las fuerzas vivas, de modo que caminando desde Cristo se busque su rostro”, y puso esta tarea bajo el amparo de la Virgen en sus advocaciones de Aparecida y de Guadalupe a quien llamó Estrella de la Evangelización.

Para atender el tema de las misiones en el mundo, la Santa Sede cuenta con la Congregación para la Evangelización de los Pueblos, que desde 1982 y por disposición de Juan Pablo II, dejó de llamarse Sagrada Congregación para la Propagación de la Fe. Originalmente fue creada en 1622 para operar en países no católicos.

La misión, pues, es tarea de todos.





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