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La brújula de Dios

  • Cristo es como una aguja imantada que apunta siempre hacia el Padre; con Él como guía, se puede siempre avanzar en la dirección correcta.

 

* Salvador Mendiola

 

El domingo 1 de junio, México optó por un gobierno de alternancia; ahora, los mexicanos –hayamos votado o no por la opción ganadora– tenemos de frente un proyecto de nación que, aunque unos ven con esperanza, en otros genera temor. ¿Cómo asentar los ánimos y comenzar a avanzar a paso firme en este nuevo episodio de la vida nacional? Naturalmente, todo cambio le ajusta bien a algunos, pero otros sienten desorientación. Lo importante, en todo caso, es emprender la ruta, la única ruta que siempre será segura.

Cuando ingresé al Movimiento Scout, la primera pieza que adquirí, y que llevé todo el tiempo en mi bolsillo, fue una brújula, cuyo nombre también es compás marino, rosa de los vientos o rosa náutica. Siempre me han parecido bellos nombres, pero la utilidad de la brújula es todavía más hermosa, pues ayuda al ser humano: sirve para poder caminar en línea recta, o para trazar un rumbo con la ayuda de algún mapa. La brújula nos puede dar una clara idea de dónde venimos, del sitio en el que nos hallamos y del camino que hay que tomar para seguir adelante.

En la “noche de campamento”, suelo hacer una analogía entre el uso de la brújula y la Santísima Trinidad para los jóvenes que observan a detalle las estrellas en el ánimo orientarse. “Para los exploradores bien preparados –les digo–, Cristo es como la aguja imantada, cuya cabeza señalará siempre hacia el Padre, representado por la fuerte y poderosa atracción del magnetismo del norte. Los pies de Jesús son el sur, y sus brazos abiertos el este y el oeste, suspendidos con sutileza en el Espíritu Santo –como la aguja queda suspendida sutilmente en el aceite–, a manera de un medio de enlace entre el Padre y el Hijo.

En nuestra vida cristiana, el norte representa el sitio de los principios universales (Dios, patria y hogar), es el lugar de los valores de fondo no negociables, que se expresan claramente con acciones basadas en la congruencia y en la fe.



El sur es el carácter forjado a través de las vivencias que han quedado atrás, es el temple y la fortaleza que se han adquirido mediante experiencias concretas. Es el dolor transformado en resiliencia. Es voltear al pasado para recordar, con responsabilidad y madurez, el aprendizaje que nos ha dejado lo vivido, pero únicamente para revivir las cosas que pueden ayudarnos a seguir caminando con seguridad.

El este, por su parte, es la esperanza de un nuevo amanecer, es tener una visión a futuro con proyectos frescos e innovadores, basados en el amor. Consideremos que la salida del sol nos permite mirar las cosas con actitud positiva, y vislumbrar nuevos horizontes para poder conocer, a través de la oración, qué es lo que estamos llamados a hacer frente a cualquier situación. El oeste es una senda de agradecimiento, caridad y perdón; una ruta de servicio a los demás, de misericordia, de una vida digna y en paz.

Cualquiera que sea el panorama político de nuestra nación, siempre habrá dificultades –esto es lo natural, y también lo humano–; con seguridad habrá cosas buenas y cosas malas. Pero si permitimos que sea Cristo quien nos guíe como aguja imantada hacia el amor del Padre, por medio del Espíritu Santo, podremos tener la certeza de que no estamos solos, ni perdidos, de que vamos con éxito en la dirección correcta, de que caminamos a paso firme. Y todo esto por contar con una brújula que nos dará un excelente rumbo: Jesús. ¡No hay pierde!

 

*Presidente de la Federación Mexicana de Escultismo A.C.





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