Cultura Bíblica: ¿Qué es amar?
Revisaremos en el artículo de este domingo dos contextos con los que se relaciona el discurso que leemos este domingo y resaltaremos la gran importancia que tiene dentro del plan de Nuestro Señor Jesús. Mons. Salvador Martínez El segundo discurso dado por el Señor Jesús en el contexto de la Última Cena inicia con la […]
Revisaremos en el artículo de este domingo dos contextos con los que se relaciona el discurso que leemos este domingo y resaltaremos la gran importancia que tiene dentro del plan de Nuestro Señor Jesús.
Mons. Salvador Martínez
El segundo discurso dado por el Señor Jesús en el contexto de la Última Cena inicia con la parábola de la vid y los sarmientos, y continúa con lo que leemos este domingo. Ambas partes del discurso están muy unidas entre sí como lo vemos a continuación. Jesús concluye la serie de ejemplificaciones de lo que significa amarse (vv.15-16) los unos a los otros, como él nos ha amado, precisamente con el tema de la fructificación: “los he destinado para que den mucho fruto y éste permanezca. De tal manera que todo lo que pidan en mi nombre el Padre se los conceda”. Casi es una copia de los versículos siete y ocho: “si permanecen en mí y mis palabras permanecen en ustedes, pidan lo que quieran y se les concederá. La Gloria de mi Padre consiste en que den mucho fruto y su fruto perdure”. Por lo tanto, podemos decir que desde la parábola de la vid y los sarmientos hasta la conclusión del versículo diecisiete, Jesús da una explicación de la dinámica fundamental de la productividad o generatividad evangélica.
Otro aspecto de comparación contextual de este inicio de discurso resalta si lo comparamos con el inicio del primero de los discursos (Jn 13,1-14,31). La imagen que prepara el inicio del primer discurso de Jesús, en la Última Cena, es el lavatorio de los pies; se trata de una signo de servicio amoroso que una vez realizado por Jesús se convertirá en un envío a hacerlo los unos con los otros. El discurso inicia propiamente dicho en el versículo treinta y uno del capítulo trece, con el tema del amor, e incluso tenemos en el versículo treinta y cuatro el mandato del amor igual que lo hace en el capítulo quince doce y diecisiete, a saber: “les doy un mandamiento nuevo, que se amen unos a otros como yo los he amado”.
A partir de la constatación de estas coincidencias podemos afirmar con claridad que el fundamento de la vida fraterna así como el de la fecundidad apostólica es el mismo: “el amor”. Pero el texto que leemos hoy nos da la quinta esencia de lo que Jesús piensa sobre el amor cuando nos dice: “Así como me amó el Padre los he amado yo, permanezcan en mi amor. Ustedes permanecen en mi amor si cumplen con lo que yo les mando, así como yo cumplo con la voluntad de mi Padre y permanezco en su amor” (15,9-10) El ser humano no es fuente de amor, es más bien medio por el cual transita el amor del Padre y del Hijo. Al hacerse obediente a este torrente de amor el discípulo permanece en el Hijo y en el Padre y solamente así podrá verse colmado de alegría. (cfr. V.11) Estas palabras podrían quedar un poco frías y teóricas si no estuvieran acompañadas del mandamiento concreto que da Jesús y la explicación en seis características (Jn 15,12-17) y que resumo a continuación. Amar es dar la vida; amar es obedecer; amar es darse a conocer; amar es hacerse responsable de escoger a los otros; amar es ser fecundos; amar es procurar toda clase de bienes por la intercesión del Hijo.