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Cine: La invención de Hugo Cabret

“Si dejas de tener un propósito en la vida, es como si te rompieras.”

 

Antonio Rodríguez

–¡Lárgate! –grita el viejo juguetero, quien acompaña su ultimátum con una mirada desdeñosa al chico ladrón de la estación de trenes–. En varias ocasiones, el anciano se ha percatado de que el chico harapiento le roba piezas o juguetes de cuerda. El anciano, al ver que Hugo –el ladrón– no se inmuta, decide desafiarlo. –Repáralo –le dice, y le entrega las piezas de un ratón mecánico roto, al tiempo que le acerca una serie de herramientas y piezas sobrantes.

Hugo –cual hábil relojero– toma desarmadores, aprieta y afloja tornillos, jala cordones y martilla con cuidado el cuerpo del juguete. Al terminar, el anciano toma el ratón, coloca y gira la llave que lo activa, y el roedor mecánico comienza a correr y a dar vueltas. –Tienes algo de talento. Tendrás que probar que no sólo eres un ladrón –le dice el juguetero, y le ofrece trabajo. Pero el chico no está convencido, lo único que él quiere es recuperar la libreta que el viejo George le ha arrebatado, la cual constituye uno de los pocos recuerdos que tiene de su padre.

Hugo lleva algún tiempo viviendo en la estación de trenes. A partir de la muerte de su padre, su tío alcohólico se hizo cargo de él, y le enseñó a vivir en los cuartos abandonados ubicados arriba de la estación. El trabajo de su tío era dar manteamiento a los relojes de la estación; Hugo aprendió y ejerció el oficio, hasta que un día decidió alejarse.



El niño y su padre solían pasar las tardes armando un pequeño autómata –figura que emula los movimientos de humanos gracias a una serie de engranes– que había encontrado abandonado en un museo. Después de la muerte de su padre, el pequeño se propone terminar de darle vida a esa especie de robot, y es por ello que recoge todas las piezas metálicas que se cruzan por su camino.

La invención de Hugo Cabret, del director Martin Scorsese, es un filme diferente a los que nos había acostumbrado, y dada su pasión por el cine, no cabe duda que más que una biografía sobre George Mellies –padre de los efectos especiales– es una autobiografía sobre sí mismo, que deja ver su amor que desde pequeño tuvo por el cine.

Pero Hugo va más allá, y entre engranajes y maquinaria oxidada, habla sobre lo triste que es ver a alguien roto por dentro, sabiéndose faltante de piezas; de lo necesario que es encontrar un propósito en la vida; de lo difícil que es dejar el pasado atrás, y de lo maravilloso que resulta sentarse en un sala de cine y perderse en lo que uno ve en la pantalla.

 





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