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Cielo y Tierra: Lo que san Agustín encontró

POR  SIAME
28 agosto, 2017

Alejandra María Sosa Elízaga

¿Tienes sed de verdad? Y no me refiero a si de verdad tienes sed, sino a si tienes sed de la verdad, de saberla, conocerla, tener la seguridad de que aquello en lo que crees es cierto y no va a cambiar. Tener esa sed puede resultar latoso, te hace cuestionarlo todo, volverte un preguntón, pero por otra parte, te hace buscar el único manantial que puede saciarla: Aquél que dijo de Sí mismo: “Yo soy el Camino, la Verdad, y la Vida” (Jn 14,6). Y una vez que la encuentras, ya no te conformas con menos.

Le sucedió a san Agustín, a quien la Iglesia celebra este 28 de agosto. Por su intensa sed de verdad estudió a fondo todas las filosofías de su tiempo, pero no quedaba satisfecho, en todas hallaba errores. Hasta que conoció al obispo san Ambrosio, cuyas enseñanzas no pudo refutar, y le despertaron la curiosidad por conocer la doctrina católica. Profundizó en ella y descubrió gozoso que ya podía dejar de buscar, ¡por fin había topado con la verdad! Se convirtió, fue bautizado, y llegó a ser obispo. Por la sabiduría e importancia de sus enseñanzas, vitales para la cristiandad, es uno de los Padres y Doctores de la Iglesia. Encontró en ella la verdad y no la abandonó jamás.

Llama la atención que haya quien siga el camino opuesto: conociendo la verdad, la pierda. Y es que hay católicos que se dejan llevar por el atractivo superficial que ofrecen ciertas corrientes dizque espirituales o religiosas, y no se cuestionan más allá.

Por ejemplo, el católico que coquetea con religiones o filosofías orientales, debía preguntarse: ‘¿de veras quiero cambiar gracia por karma?, es decir, ¿deseo renunciar a poder ser perdonado por Dios, por pura gracia, sin que lo merezca, y quiero optar por pagar implacablemente por todo lo malo que he hecho, sin posibilidad de perdón, y muchas veces sin saber siquiera qué hice mal?’ ‘¿De veras creo que me salvaré reencarnando no sé cuántas veces ni en qué, en lugar de confiar en Jesús como mi Salvador? ¿En serio renuncio a encomendarme al Dios personal revelado por Jesús, y prefiero hacer yoga para dizque conectarme a una supuesta energía universal? ¿Abandono la paz de saberme en manos del Creador y elijo la inseguridad del feng shui según el cual mi bienestar depende de una supuesta ‘buena vibra’ generada por los colores y materiales que emplee en mi ropa y hogar? ¿De veras está toda la verdad en iglesias fundadas por hombres tan pecadores o peores que yo, y no en la única que fundó el Hijo de Dios?’



Atreverse a cuestionarse necesariamente tiene que conducir a decidir dejar de estar tonteando y permanecer en donde está la verdad.

Y tal vez alguien se pregunte, como preguntaba un amigo el otro día: pero, ¿qué de veras la Iglesia Católica posee toda la verdad? La respuesta a eso es: ¡claro que sí!, si no lo creyéramos apaga, cierra y vámonos a buscar otra, como hacen muchos cristianos en EUA, que se ponen a visitar iglesias de distintas denominaciones (tienen de dónde escoger porque hay más de treinta mil, más las que se acumulen esta semana), a ver cuál les gusta porque el pastor predique bien, la gente sea simpática o los acojan con calidez.

Comprendo la pregunta de mi amigo, porque en estos tiempos se oye mal, políticamente incorrecto y petulante, afirmar que la Iglesia Católica tiene toda la verdad, y por eso, como decía un teólogo norteamericano, confundimos ‘apologetics’ con ‘apologize’, es decir, la apologética (la explicación y defensa de la fe), con pedir perdón por tener la verdad, como si nos avergonzara. Olvidamos que no la conocemos porque seamos muy listos, ni por haberla descubierto por nosotros mismos, sino por revelación de Dios. Jesús, que fundó la Iglesia Católica, le prometió que el Espíritu Santo la guiaría a la verdad. Negar que la tenemos, para no hacer sentir mal a alguien, no le ayuda, y más bien le desorienta vernos salir despistados a buscarla en otros lados.

Pidamos a san Agustín, quien encontró la verdad en la Iglesia, que ruegue por nosotros para que realmente sepamos valorarla y nunca vayamos a perderla.





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