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Ángelus Dominical

P. Eduardo Lozano

COMO SI FUERA UNA OBLIGACIÓN y sin perder siquiera un mínimo gramo de gusto y emoción, hoy quiero referirme a ciertas cosas que suceden al interior de la Iglesia, que responden a nuestra naturaleza humana, que forman parte de la fragilidad y caducidad de todo hombre y mujer que viene a este mundo… LOS QUE ESTÁN ACOSTUMBRADOS a pensar mal, por supuesto que ya siguieron su costumbre y habrán creído que le haría coro malsonado a todo lo que suena estos días en medios de comunicación internacionales; de una buena vez lo digo: NO, no diré una sola palabra para referirme a escándalos, a pecados ajenos, a errores, crímenes y/o atrocidades morales de nadie… LO QUE SUCEDE MUROS adentro de la comunidad católica de aquí y de cualquier parte del mundo, es lo mismo que sucede muros afuera, y aunque la Iglesia y todos sus pastores hablemos del pecado y sus consecuencias, les aseguro que no tenemos la exclusividad como pecadores, pues desde que el hombre es hombre y el mundo es mundo, todos pisamos este suelo y todos nos embarramos del mismo barro… A VECES IMAGINO QUE ya tengo como mil quinientos años de edad y recuerdo –como si yo hubiera estado presente- lo que ha sucedido el siglo pasado o en el antepasado, o en el anterior al previo del antepasado: abusos de poder, corrupción, negociaciones indebidas, traiciones y asesinatos, sexualidad mal vivida y vidas mal aprovechadas, enriquecimientos inexplicables y empobrecimientos remediables, olvido de la misión y de los ideales, guerras y pleitos sin sentido -¡uf!-, ¿habrá alguna novedad en la variedad de tonterías que solemos hacer los hijos de Adán?… YA NO ME ESPANTA QUE alguien pida justicia a su modo (incluida la renuncia del Papa), o que otro quiera aplicar sus métodos judiciales e implementar sus sanciones vindicativas, o que aquél se quiera hacer una Iglesia a su medida, con un Dios a su capricho, y con unos feligreses a su imagen y semejanza… ES MUY DOLOROSO Y LAMENTABLE lo que ha sucedido, y no sólo por cuestiones de maquillaje institucional (ojalá eso sea lo que menos nos preocupe, pues luego gastamos mucha tinta en pulir la propia imagen); es injustificable -¡tanto!- como imborrable, y no sólo porque sea un crimen o una conducta inadecuada; es preocupante y cuestionante sencillamente porque a nadie le está permitido levantar la mano contra su hermano, menos si es indefenso, menos si tenemos como misión mostrarle el amor de Dios… PERO EN LOS MIL QUINIENTOS años que (a veces así me parece) tengo de vida (y me conservo chavo y rozagante a pesar de todo), también he visto el heroísmo y la entrega de tantos hombres y mujeres (laicos y sacerdotes, feligreses y religiosas) que se han desgastado en la promoción de los más necesitados y en la proclamación del Evangelio, tantos y tantos que han sido fieles a su vocación y generosos en el servicio: santos de Dios en medio del mundo, servidores de Jesús entre sus hermanos, al punto de dar la vida, la propia vida… QUE LAS INSTANCIAS jurídicas adecuadas –tanto civiles como eclesiáticas- hagan su tarea y apliquen sanciones de acuerdo a las leyes (sin duda todo eso ayudará a prevenir situaciones futuras), que las instancias educativas adecuadas (seminarios y colegios) pongan su empeño en formar con mayor profesionalismo (eso es y ha sido necesario siempre), que los padres de familia sigan sembrando valores profundos en sus hijos (nunca estará de más esfuerzo alguno en este punto), y que todos nos renovemos constantemente para dar nuestro mejor servicio… PERO TENGAMOS MUCHO, pero m-u-c-h-o cuidado con andar generalizando las culpas, tengamos precaución al afirmar tales o cuales cosas con superficialidad o con fariseísmo; que no nos falte ni justicia ni caridad, que no demos paso a la saña mediática pero que tampoco alentemos indiferencia alguna: ¡hay que estar velando y orando para no caer en el momento de la prueba! (Mt 26,41); y la prueba no solo es ante la posibilidad de hacer el mal, también la prueba se manifiesta cuando no hacemos el bien debidamente… EN VARIAS OCASIONES me han dicho con algo de ingenuidad: “¡Padre, es que esto no se había visto antes!”; y recuerdo rápido que mi propio y concreto “antes” no va más allá de cincuenta años; pero lo que también me viene a la mente es que en nuestros cortos y caducos “antes”, tampoco hemos hecho todo el bien que está al alcance de nuestra mano, todo el bien que estamos necesitando… MI PROPIA NATURALEZA humana, mi fragilidad y mi caducidad aquí están –en estas líneas y en lo que yo soy-; y también aquí está mi voluntad de seguir adelante a pesar de todo, aunque el horizonte parezca desplomarse, aunque el mal pareciera vencer, aunque la muerte llegue a sentar sus pisadas junto a las nuestras; que no se nos olviden las palabras de Jesús aunque nuestro pecado sea aterrador: “Yo estaré con ustedes hasta el fin del mundo” (Mt 28,20), y con esa seguridad sigamos adelante en el tiempo que nos tocó vivir…







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