Ángelus Dominical
VISITÉ LA CATEDRAL de Morelia y me causó sorpresa saber que está dedicada a la Transfiguración del Señor cuya fiesta justamente es cada 6 de agosto, misma fecha en que esté servidor fue ordenado presbítero (1988); así que puedo presumir de compartir festejo con tan egregio edificio colonial y eclesial… EL OJO HUMANO ES CAPAZ […]
VISITÉ LA CATEDRAL de Morelia y me causó sorpresa saber que está dedicada a la Transfiguración del Señor cuya fiesta justamente es cada 6 de agosto, misma fecha en que esté servidor fue ordenado presbítero (1988); así que puedo presumir de compartir festejo con tan egregio edificio colonial y eclesial… EL OJO HUMANO ES CAPAZ de ver las cosas no sólo para descubrir su color y figura, su tamaño y armonía, su movimiento o utilidad; el ojo humano tiene lo que ninguna lente o cámara puede ni podrá tener: está respaldado por una inteligencia que le ayuda a interpretar, a hacer memoria, a darle sentido o a disfrutar todo cuanto ve, cosa que el ojo del animal de plano tampoco puede hacer… NADIE PODRÍA NEGAR QUE ES muchísimo más importante el sentido y orientación que le damos a lo que vemos, que el mismo órgano de la visión; y ya lo constato con cuantos hermanos invidentes que –de ordinario- parecería que ven mucho mejor y más profundo de lo que captamos quienes abrimos los ojos para comernos el mundo y todas sus pantallitas… VI EL HERMOSO TEMPLO que la antigua Valladolid tiene como centro religioso, geográfico, cultural, artístico y hasta político (pero no partidista); vi sus torres, sus altares y capillas, vi su iluminación y sus paredes decoradas, pero más que cualquier otra cosa vi a tantos hombres y mujeres que lo imaginaron y lo construyeron para luego darle uso, vi a tantos y tantos de tantos años, que con tanto esfuerzo y tanta dedicación y tanta devoción, nos han dejado como herencia tanta y tanta belleza… Y LO MISMO PODRÍA DECIR de tantos otros edificios y construcciones humanas, levantadas con ahínco y arte, o con sentido práctico y meramente utilitario, y que son argumento suficiente para demostrar que para adorar a Dios lo mismo sirve un puente o una fábrica, una autopista o un estadio, un hospital o una sala de juntas, pero que siempre es más distintivo un templo en donde confluye una parte tan peculiar del ser humano: su sentido de trascendencia… TAMBIÉN ESTUVE EN San Diego de la Unión y en Yuriria, en San Luis Potosí y en Canalejas, en Tepecoacuilco y en Temacapulín; pero más allá de los lugares y tradiciones, tuve la oportunidad de encontrarme con tantos rostros de jóvenes o ancianos, de niños y mujeres que saben trabajar y reír, que han aprendido a servir y a confiar, a agradecer y a tener esperanza… YO MIRABA LA CÚPULA y altar del Templo de la Compañía como un turista más (en SLP), cuando una dama me preguntó si yo sabía quien podría bendecirle unas imágenes recién adquiridas; le respondí que yo no era del rumbo pero que a pesar de mis fachas ordinarias (todo normal –aclaro-) yo era sacerdote y le podría servir; habiendo aceptado le pregunté si venía sola y terminé por charlar (¡como 40 minutos!) con sus amigas Alejandra, Elvira, Sandra y –ella misma- María Luisa, en torno a lo que es la bendición de Dios; me despedí y pude darme cuenta que en sus ojos llovió de emoción, consuelo y sorpresa, y no está de más decir que su aguacero también mojó felizmente mi milpita… YA HABÍA CAÍDO EL SOL y a un lado de la carretera pude ver que se trataba de un vivero, frenamos rápido sin peligro alguno y bajé a buscar una linda planta que por peor nombre se conoce como “ruda”: la necesitábamos como remedio oftalmológico, y no habiendo encontrado a nadie que ahí velara la variedad expuesta a los cuatro vientos, pues decidí llevarme la planta en la conciencia de que tres días después por ahí mismo volvería y entonces pagaría el costo; así fue y a mi retorno -con el sol zenital- pregunté al viverista cuánto costaba, le di los 15 pesitos y le conté mi atrevimiento: sonrió, meneó la cabeza y me tendió la mano sincera: yo entendí su sorpresa y gratitud, entonces me retiré con la conciencia de no haber robado y con la satisfacción de su sonrisa… MANUEL Y CELERINA despachan –como dueños y ya sesentones- en la tienda “Huetamo” de Morelia, donde se expenden quesos, cecina, mezcal y otras linduras de la región (como las “toqueres” –¡mmmhhh!, ¡deliciosas!-); y mi sorpresa fue mayúscula cuando además de hablar de agaves y destilados, también hablamos de Maximiliano y Carlota, así como de teología doméstica y filosofía provinciana; por supuesto que terminé por comprarle el mezcal artesanal tan chuleado que me vendió con un respectivo descuento, que para él fue módico y para mí ¡pues mínimo!… NO LEAS NI VEAS TODO ESTO –te lo pido por favor- como mera narrativa de relleno, ni como fútiles anécdotas de columpio (que van y vienen, pues); si ves y lees en profundidad, ciertamente también verás y leerás lo que sucede a tu alrededor como pequeños renglones de un evangelio cotidiano en donde Jesús nos sale al paso, sin aspavientos ni rimbombancias, un evangelio que se saborea como taco placero y que tiene el encantador efecto de ayudarnos a ver que Dios nos salva en el día a día y que no está esperando a que se extienda un acta de defunción… POR CIERTO: SI ALGUIEN te dice que el mundo se va a acabar, ¡dile que si, que tiene razón!, pero que se apure a embellecerlo y disfrutarlo como Dios manda, que se apure a conocerlo y valorarlo como regalo del Creador; y que se deje de andar espantando con truculencias propias de neuróticos empedernidos…